Laporte gana la quinta etapa para el Jumbo en este Tour de Francia

Vingegaard, maillot amarillo, no cede tiempo a Pogacar y tiene en su mano el triunfo el próximo domingo

Christophe Laporte celebra su victoria en la 19ª etapa del Tour de Francia este viernes.GUILLAUME HORCAJUELO (EFE)

Los ciclistas cansados hablan por la noche, que no refresca, a la puerta del hotel en las afueras de Pau. Gorka Izagirre, Enric Mas, Nelson Oliveira, Luis León Sánchez… Hablan del Tour, adoran a su dios, a Wout van Aert. Su imagen en el Aubisque, en Spandelles, en Hautacam, en todas, todas, todas, las etapas del Tour les fascina y aterroriza, lo que hacen todos los dioses. Luisle, que ha hecho un Tour de fugas y se le ha encontrado y sufrido en todos los te...

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Los ciclistas cansados hablan por la noche, que no refresca, a la puerta del hotel en las afueras de Pau. Gorka Izagirre, Enric Mas, Nelson Oliveira, Luis León Sánchez… Hablan del Tour, adoran a su dios, a Wout van Aert. Su imagen en el Aubisque, en Spandelles, en Hautacam, en todas, todas, todas, las etapas del Tour les fascina y aterroriza, lo que hacen todos los dioses. Luisle, que ha hecho un Tour de fugas y se le ha encontrado y sufrido en todos los terrenos, lo resume como ninguno. “Estás con él y te sientes como un juvenil cuando arranca”, dice el rodador de Mula, que sabe de lo que habla, 38 años, muchos Tours en sus piernas, cuatro victorias de etapa en la grande boucle. “Junto a él me siento como se deben de sentir los amigos de la grupeta de Valverde cuando Bala les arranca”. Los demás, que también han estado en algún momento a su rueda, a su lado, lejos, asienten. Es el gran gigante del Tour, dicen, y aún no han visto su última exhibición, la aceleración que permite en Cahors, capital de la trufa, el Malbec y el calor, más francesa que cualquier francés, su puente del Diablo, y briznas de paja en el aire, días de trilla, la victoria de su équipier francés Christophe Laporte, que salva el honor del Mediterráneo ciclista en la última oportunidad.

Gana un francés. Hay cero español e italiano, pero no de los tres, como se temía que ocurriera por primera vez en la historia.

Gana un jumbo, la banana mecánica 3.0, la versión perfecta del equipo neerlandés, versión ciclística del fútbol total del profeta, Johan Cruyff. El colectivo es la fantasía. Cinco victorias de etapa, maillot amarillo y lunares, de Vingegaard, y verde del ciclista todopoderoso, quien, confiesa que no sabía que podría haber sido también él el rey de la montaña. “De haberlo sabido, habría esprintado para ganar en el Aubisque”, dice, y esprinta en Auch, en recuerdo de Nicolas Portal, ciclista del Caisse d’Épargne y director del Sky de Froome, fallecido joven en Andorra y allí, en el corazón del Gers y del rugby, nacido . Esos 20 puntos que no cogió le habrían dado los lunares al ciclista belga, más rápido y potente aún que las motos de la televisión francesa.

Arranca la moto de la tele en el repecho y a su rueda arranca la última fuga del Tour. Un francés, Gougeard; un inglés, Wright, y un belga, Stuyven. 32 kilómetros por delante y 30s en un plisplás. La pelea es dura. El pelotón no puede con la moto que, pegada a los tres en fuga les mantiene a casi 55 por hora de media. Quedan 20, quedan 15, quedan 10 kilómetros, se relevan y se despepitan en la persecución corredores especialistas en la cuestión de todos los equipos de sprinters y la ventaja no desciende. A nueve de la meta, se abren las aguas, avanza imperial Van Aert, y a su rueda Vingegaard, como un niño en una atracción de feria vertiginosa, agarrándose bien a la bici. El belga hace un relevo largo, largo, de varios kilómetros. La ventaja se reduce a 10s. Un tiempo ya controlable. La moto ya recibe el mensaje de Radio Tour, moto directo, avance por favor. La rendición. Del pelotón ha desaparecido Jakobsen, el sprinter más peligroso. Los otros, Philipsen, Groenewegen, Ewan, se han quedado sin ayudantes, sin lanzadores. Por el pinganillo, Van Aert, que levanta el pie y se deja ir, le dice a Laporte, “ya he dejado delante a Jonas y te he acercado la fuga. Hoy no ando bien de piernas, es tu oportunidad, a por ellos”. Último kilómetro. Bulevar Gambetta. Falso llano en cuesta en el centro de Cahors. Lanzado desde la distancia, Laporte salta. Alcanza a los fugados. Resiste al pelotón desorganizado, destrozado por la velocidad a la que ha corrido la antepenúltima etapa, 188 kilómetros en menos de cuatro horas, 48,684 kilómetros por hora, y Alpes, Pirineos, calor y desasosiegos en las espaldas, más de 3.000 kilómetros ya, y una media global superior a los 42 por hora por primera vez en la historia. Gana.

Tan caótico es el sprint que en él se infiltra Tadej Pogacar, quien cuando ve una cuesta es incapaz de no acelerar. Lo hizo en la montaña hasta que no pudo más y perdió y afirmó: “No había mejor manera de perder el Tour”. Lo hace en las cuestas del Midi que arde. Lo hace en broma y fuerza el pique de van Aert. Todos se ríen. Qué buenos chicos. Qué sanos. Lo hace en el sprint. El blanco. “Yo no ganaré la contrarreloj del sábado”, dice Vingegaard. “Wout es el favorito, claro”.

El Tour del 22. El Tour que ha volado. Dos gigantes, uno de blanco, uno de amarillo, y un dios de verde, más rápido que las motos, y menos ruidoso.

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