Marc Soler, el ayudante inesperado de Pogacar en el pavés del Tour de Francia
El ciclista catalán, feliz por haberse quitado la etiqueta de gran esperanza, recuerda como “muy divertida”, su primera experiencia en la París-Roubaix
Llega volando el pelotón a Calais y no tiene ni un segundo para detenerse ante los seis Burgueses y emocionarse ante la angustia, el dolor, el fatalismo, de las figuras de bronce creadas por Rodin, los sentimientos con los que más de 100 años después, en el mismo Calais, boca de túnel cima de acantilados blancos, puerto de desesperanza, sobreviven centenares de migrantes que buscan cruzar el canal, al final del que les espera, si no la muerte un vuelo a Ruanda, y vuelta a empezar. Tampoco pudi...
Llega volando el pelotón a Calais y no tiene ni un segundo para detenerse ante los seis Burgueses y emocionarse ante la angustia, el dolor, el fatalismo, de las figuras de bronce creadas por Rodin, los sentimientos con los que más de 100 años después, en el mismo Calais, boca de túnel cima de acantilados blancos, puerto de desesperanza, sobreviven centenares de migrantes que buscan cruzar el canal, al final del que les espera, si no la muerte un vuelo a Ruanda, y vuelta a empezar. Tampoco pudieron ver los ciclistas la jungla de los campamentos de migrantes y, quizás por eso, y porque la cercanía de la etapa del pavés les obsesiona y los agobios de sus directores les desquician, algunos de los corredores, la mayoría podrían hasta ver representados en la escultura, un canto al espíritu de sacrificio, al heroísmo del gregario, que lo da todo, hasta la última gota de sudor, por otro, por la gloria de su jefe.
Repasan el recorrido, 11 tramos de pavés por las carreteras de la Roubaix hasta las minas de Arenberg, 19,4 kilómetros de tembleque, botes y miedo. Miedo no a una caída o avería propia, o a un manillar de más en su camino, o al frenazo de un inútil torpe delante. Solo temen por sus jefes, y cruzan los dedos para que a Roglic, a Pogacar, a Vingegaard, a Vlasov, Martínez, Nairo, no les pase nada. Tensión que incrementan los chillidos de los directores en sus oídos, las blasfemias de quien tiene al lado, pedaleando como él. Angustia, dolor, pánico. Y goce para el aficionado, que, por un lado, desea ataques salvajes de sus héroes de las piedras, sus Van Aert, sus Van der Poel, Van Baarle, Lampaert, y por otro temen que su favorito para la general sucumba, se caiga, se rompa, se pierda.
Entre ellos, entre los que temen y se arrodillan ante los burgueses de Rodin, no está Marc Soler, hombre de confianza de Tadej Pogacar en el UAE, que, al contrario, espera feliz el momento para seguir demostrando su valor, su capacidad. Ahora en el llano, en las piedras, en el viento, que le gusta porque es grandote aunque sea español y no lo haya mamado, como los belgas. Después, en la montaña. Y Pogacar a su rueda.
Parte de la felicidad de Soler, de 28 años, parte de que hace nada, medio año, cuando dejó el Movistar por el UAE, logró arrancarse una etiqueta que no le gustaba nada. “Para nada he tenido que cambiar mentalmente para trabajar de gregario”, dice Soler, que ganó un Tour del Porvenir y una París-Niza, y se ganó las esperanzas de la afición. “Realmente yo en ningún momento he dicho que vaya de líder a ningún lado. Es la etiqueta que te ponen. Yo siempre he sido así. Nunca he dejado de trabajar, de ayudar a los compañeros siempre que se me ha pedido. No es nada nuevo”.
La otra parte de la su felicidad parte de su memoria, del recuerdo de su primera París-Roubaix, cuando llegó fugado a los tramos de pavés más duros, más famosos, los que no recorrerá la etapa del Tour, demasiado peligrosos. “La verdad es que sí, que me lo pasé muy bien, estuvo muy divertido”, dice. “Tuve la suerte de poder estar en la fuga, lo que no es fácil, y, bueno, pude estar y la verdad que lo disfruté”.
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