Matt Fitzpatrick gana el US Open: la gloria no está en venta
El inglés conquista su primer grande en una vibrante jornada que reivindica al golf en tiempos del dineral saudí. Rahm acaba 12º
El golf necesitaba un domingo así. Lleno de pasión, suspense y grandes golpes. Un puñado de estrellas jugándose la gloria en el US Open. La charla en el juego y no en los millones de la liga saudí. Ahí, en la competición pura, en el sudor de los jugadores y el aliento de los aficionados, está la esencia del deporte, un elixir que no está en venta por muchos petrodólares que salgan del bolsillo.
El póster fue perfecto para el golf. Hasta el último...
El golf necesitaba un domingo así. Lleno de pasión, suspense y grandes golpes. Un puñado de estrellas jugándose la gloria en el US Open. La charla en el juego y no en los millones de la liga saudí. Ahí, en la competición pura, en el sudor de los jugadores y el aliento de los aficionados, está la esencia del deporte, un elixir que no está en venta por muchos petrodólares que salgan del bolsillo.
El póster fue perfecto para el golf. Hasta el último golpe del último hoyo no se decidió el campeón. Mientras se discute sobre las figuras que se quedan y las que se van, la gloria fue para un inglés de Sheffield de 27 años que hasta ahora no había celebrado ninguna victoria en el circuito americano. Matt Fitzpatrick conquistó su primer grande como broche a un final trepidante, taquicárdico, en el que se impuso con un golpe de ventaja (-6) a los estadounidenses Scottie Scheffler y Will Zalatoris. Jon Rahm se descabalgó de la traca para ser 12º con +1 y solo nueve jugadores bajaron del par del campo en el acumulado.
El talonario no juega cuando se mezclan tantas emociones. Fitzpatrick, un golfista con cara de niño y aparato dental, puede decir que en su triunfo hubo mucho corazón. Hace nueve años, en 2013, en este mismo campo de Country Club en Brookline (Massachusetts), el inglés logró el US Amateur. Entonces se hospedó en la casa de una familia, los Fultons, con los que conservó la amistad. Hasta el punto de que ese mismo ha sido su hogar estos días, la misma habitación a la que volvió este domingo con otro trofeo, siendo además el primer jugador no estadounidense con ese doblete en el Abierto americano y el único junto a Jack Nicklaus en celebrarlo en el mismo campo. Ese 2013 era su hermano Alex quien le hacía de caddie. Esta vez fue Billy Foster, un veterano que llevó la bolsa de palos de Seve Ballesteros (para él era también su primer grande) y que acabó besando emocionado la bandera roja del 18.
Fue una lucha preciosa. Fitzpatrick domó el viento y el frío que azotaron Brookline y con birdies en el 5 y en el 8 dejó claro que no iban a temblarle las piernas. Zalatoris, su compañero de ronda, había tropezado con bogeys en el 2 y el 3, mientras unos metros por delante Scheffler había desatado el huracán. Pateaba como los ángeles el número uno del mundo, imparable con tres birdies en los cuatro primeros hoyos para escalar en un chasquido de dedos. Curiosamente dejó pasar las ocasiones más sencillas, 5 y 8, como el delantero que falla unos goles cantados. El sábado se le habían fundido los plomos con un doble bogey en el hoyo 11 y tres bogeys en el 12, 13 y 14. Y cuando se acercó ese charco al frío golfista que lee la Biblia se le aceleró el pulso. Ya en el 10 visitó un búnker y penó con el bogey, en el 11 falló un putt sencillo que revivió su pesadilla y en el 14 repitió traspié cuando rozaba el birdie. Le quedaba esperar un milagro, y el putt de siete metros del 18 miró para otro lado.
Frente a frente, Zalatoris y Fitzpatrick lanzaron un pulso soberbio. Tan pronto adelantaba uno como el otro. En el 11, par tres, birdie del estadounidense y bogey del inglés. En el 13, un descomunal acierto desde 14 metros de Fitzpatrick. Empatados a falta de cinco hoyos, el éxito se medía en pulgadas. Hasta que en el 15 Zalatoris encadenó búnker y rough, y su rival abrochó dos golpes de diferencia que gestionó con una calma de campeón, incluida una gran escapada de búnker en el 18 que valía medio título. Otra vez se quedó Zalatoris a las puertas del cielo: son ya seis posiciones entre los 10 mejores en un grande en nueve citas disputadas, tres veces segundo (en Masters, PGA y US Open). Su último golpeo, que hubiera forzado el desempate, rozó el bingo. Billy Foster rompió a llorar.
A Rahm se le atragantaron las primeras rampas. Después de unos pares de libro, en el 4 la opción de birdie burló el emboque. Sin líos y sin serpentinas hasta llegar al 5, un caramelo para un pegador como el vasco, un par cuatro corto que permite aterrizar de uno. No esta vez. Rahm se alejó del green y no solo desperdició la ganga sino que falló un putt corto y cargó con el bogey. Tampoco atinó en el 6 desde cinco metros, y en el siguiente buen escaparate, el par cinco del 8, perdió el foco con el segundo golpe, se enredó con el rough y sumó otra piedra en la mochila. Los primeros nueve hoyos los cerró con dos golpes de más, descabalgado de Zalatoris, Fitzpatrick y Scheffler, que alternaban los acelerones. La carpeta del título se cerró con bogeys en el 11 y en el 13, dos borrones con un birdie en el medio que fue una sonrisa efímera. El nuevo resbalón en el 16 y un putt salvador en el 18 le colocaron en el puesto número 12 (cuatro arriba en el día, +1 en el total), al borde de coleccionar su décimo top ten los grandes en 23 participaciones. “Duele con lo bien que he jugado esta semana. Hoy no me he encontrado cómodo con ninguna parte del juego”, resumió el vasco.
Los tambores de guerra no bajan de volumen. La liga saudí prepara el contraataque y quiere anunciar este lunes los nuevos cromos que pegará en su álbum. Otro fichaje ilustre puede estar al caer (Brooks Koepka está en las quinielas, junto al mexicano Abraham Ancer). Los rebeldes apenas han lucido en este US Open (Dustin Johnson terminó con +4 y Sergio García y Phil Mickelson no pasaron el corte), pero el suyo es otro negocio. En Brookline se jugó a otra cosa. Se luchaba por una gloria que no se compra.
El mayor premio del Grand Slam
La montaña de oro que LIV Golf Investments ha puesto sobre la mesa para crear la liga saudí ha hecho saltar el tablero por los aires. Son 255 millones de dólares (243 de euros) a repartir entre ocho torneos. El cheque ha provocado en los rectores del golf mundial algunas reacciones. Por ejemplo, este US Open elevó a 3,15 millones de dólares (2,9) la bolsa para el ganador, lo que supone el premio individual más alto en la historia del Grand Slam. Es un aumento significativo respecto a los 2,2 millones (2) de la edición anterior.
Cerrado el tercer grande del curso, la guerra por el poder vuelve al escenario. Del 30 de junio al 2 de julio Portland acogerá la segunda parada saudí, que coincidirá con un torneo del circuito americano, el John Deere Classic.
Y en el horizonte, el último grande del año, uno muy especial. El Open Británico celebra del 14 al 17 de julio su 150ª edición, y la cuna escocesa de Saint Andrews se engalana. Allí quiere competir Tiger Woods, ausente esta semana por sus problemas físicos.
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