Carolina Marín gana su sexto Europeo de bádminton consecutivo tras recuperarse de una lesión de rodilla
La onubense derrota a la escocesa Kirsty Gilmour 21-10, 21-12 y pone fin a una pesadilla de once meses: “en el podio lloraba pensando en París 2024″
Dice Carolina Marín que los deportistas no son seres estratosféricos; que ellos también son personas. Con sus fortalezas y vulnerabilidades. Y ella ha aprendido a enseñar estas últimas. Porque, asegura, es una forma de romper tabúes, de hacer ver a la gente de a pie que los contratiempos los tienen todos y se pueden superar si se persevera, se pide ayuda o si se cuenta con un entorno que nunca te deja sola. Carolina Marín tiene 28 años, acaba de volver de una grave le...
Dice Carolina Marín que los deportistas no son seres estratosféricos; que ellos también son personas. Con sus fortalezas y vulnerabilidades. Y ella ha aprendido a enseñar estas últimas. Porque, asegura, es una forma de romper tabúes, de hacer ver a la gente de a pie que los contratiempos los tienen todos y se pueden superar si se persevera, se pide ayuda o si se cuenta con un entorno que nunca te deja sola. Carolina Marín tiene 28 años, acaba de volver de una grave lesión de rodilla [la segunda en dos años y medio], que la ha apartado de las pistas durante once meses y acaba de ganar su sexto Europeo consecutivo. Lo ha hecho tras derrotar a la escocesa Kirsty Gilmour, número 20 del ranking y dos veces plata europea, por 21-10, 21-12. No es estratosférica, pero parece que no sabe hacer otra cosa que ganar. Una y otra vez. La tumban, se levanta. La tumban, se levanta.
“Para mí el oro era volver a competir, lo he hecho. He vuelto”, son sus primeras palabras a pie de pista, tras fundirse en un largo, larguísimo abrazo con Fernando Rivas, su entrenador. Y después, ya pasado el subidón de la entrega de medalla, sale a la zona mixta y dice: “os tengo que confesar una cosa. Intenté controlarme en el podio y no llorar, pero no podía. Se me vinieron a la cabeza las imágenes del oro que gané en los Juegos de Río y me puse a pensar en París 2024, quiero estar en ese podio y volver a escuchar el himno”. Y repite de nuevo que Carolina ha vuelto. Que en junio empezará la gira asiática —”donde sí me enfrentaré a las mejores del mundo”— para preparar de la mejor manera el Mundial que se disputará en Tokio del 21 al 28 de agosto.
“Hay una persona que no está aquí presente hoy. Pero sé que donde esté, estará orgulloso de mí. Siempre lo llevo conmigo”, cuenta hablando de su padre, que falleció en julio de 2020. Y de repente aparece todo el equipo en las entrañas del Polideportivo Gallur y empiezan todos a bailar abrazados: “campeones, campeones, oé, oé, oé”. Y en esas, rompen la medalla. “Hemos hecho un Sergio Ramos”, bromean.
Dice la campeona olímpica de Río 2016 que hay dos Carolinas: el lobo, la fiera que se come todo lo que tiene por delante dentro de la pista, y la niña risueña que empezó bailando flamenco y que está de risas todo el día. En este Europeo las dos Carolinas se han mezclado. Y no es habitual que ocurra en la pista, donde manda el lenguaje corporal. La fiera se ha emocionado, ha llorado, ha tenido nervios y los ha disfrutado. La fiera ha remontado situaciones de partido (como en cuartos contra la danesa Line Hojmark Kjaersfeld) que hubieran cortocircuitado a cualquiera y lo ha hecho cabreándose, pero también sonriendo, como cuando iba a bailar de niña.
El lobo Marín hace que su pista sea muy chica para las rivales y muy grande la de ellas y ejerce la misma aura que Rafa Nadal: ‘aquí voy a estar sudando la gota gorda, ni se os ocurra pensar que vais a poder conmigo ni aunque tengáis una ventaja de seis puntos’. Debe ser complicado para las que juegan contra ella entrar a la pista sabiendo que enfrente está Marín. Y que ha vuelto como si nunca se hubiera ido, como si no se hubiera roto primero el cruzado de la rodilla derecha, y dos años y medio más tarde también el de la izquierda, su pierna dominante.
Como si no se hubiera perdido los Juegos Olímpicos dos meses antes de viajar a Tokio, como si no se hubiesen ido al traste todas las ilusiones y la carrera contrareloj que se marcó para volver después de la primera rotura. Como si entre medias no hubiese perdido a su padre. Como si no hubiese tenido que volver a empezar por enésima vez. Debe ser complicado pensar cómo derrotarla, por mucho que la tengan muy estudiada y analizada. Contra su resiliencia y capacidad de lucha, poco se puede hacer. Salvo agachar la cabeza y felicitarla. Como han ido haciendo, una tras otras, todas las rivales a las que se ha enfrentado desde el martes. “Me ha alegrado que me hayan dicho que me echaban de menos en la pista”, dice Marín.
Y encima ahora quiere disfrutar. Se ha propuesto que la competitividad vaya de la mano del disfrute porque se ha dado cuenta de que no le quedan muchos años en la elite.
Cuando ganó el primer Europeo, en 2014, soñaba con ser campeona olímpica. Han pasado ocho años desde entonces. Tiempo suficiente para ganar el oro olímpico, tres mundiales y cinco campeonatos continentales más. Estos días, en el polideportivo de Gallur, donde los ventanales estaban tapados con lonas negras para que la luz natural y los reflejos no molesten a los jugadores, con el pabellón a oscuras salvo la pista, confesaba que poder estar en el Europeo ya era una victoria para ella. Porque, decía, cuando una se lesiona, nunca sabe si va a volver a jugar al bádminton, ni mucho menos competir.
Ella lo ha hecho, una vez más.
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