Tsitsipas inclina a un digno Davidovich

El número cinco revalida el título de Montecarlo ante el español (6-3 y 7-6(3), combativo y resiliente hasta el final. El griego se postula de nuevo sobre tierra

Davidovich se lamenta durante la final de este domingo en Montecarlo contra Tsitsipas.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)

Entre uno y otro, solo un año de diferencia. Sin embargo, Stefanos Tsitsipas ejerció de veterano en la final del Masters 1000 de Montecarlo frente a Alejandro Davidovich, que después de una semana fabulosa chocó con la prestancia del número cinco del mundo: 6-3 y 7-6(3), en 1h 36m. Había rendido el malagueño a rivales de pedigrí como Djokovic, Goffin, Fritz o Dimitrov, pero esta vez no pudo con el griego, de nuevo triunfador en la Costa Azul, postulado otra vez a lo máximo en esta g...

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Entre uno y otro, solo un año de diferencia. Sin embargo, Stefanos Tsitsipas ejerció de veterano en la final del Masters 1000 de Montecarlo frente a Alejandro Davidovich, que después de una semana fabulosa chocó con la prestancia del número cinco del mundo: 6-3 y 7-6(3), en 1h 36m. Había rendido el malagueño a rivales de pedigrí como Djokovic, Goffin, Fritz o Dimitrov, pero esta vez no pudo con el griego, de nuevo triunfador en la Costa Azul, postulado otra vez a lo máximo en esta gira de arcilla. Tsitsipas elevó el octavo trofeo de su carrera (primero esta temporada) y reivindicó su pedigrí: cuenten con él para esta andadura de mayo y junio. Seria candidatura la suya.

Exceptuando a ese marciano llamado Nadal, él es el primero que consigue encadenar dos triunfos en el torneo desde que lo hiciera Juan Carlos Ferrero de 2002 a 2003. Acabó con el trazado dorado de Davidovich, que a sus 22 años deja buenas pistas y progresa de manera considerable en el listado, del puesto 46º al 27º. No es menor la recompensa para el andaluz, ni mucho menos cerciorarse de que su tenis le puede dar para competir en otras latitudes. 18 finales había disputado ya el ganador, y ninguna él. No obstante, el primerizo empieza a ganarse el respeto de sus colegas y selló su travesía monegasca a la altura de lo ofrecido durante todos estos días. Ningún reproche.

“Estoy muy contento conmigo mismo y con lo que estoy haciendo, y voy a tratar de seguir en esta línea”, sintetizaba el andaluz, criado bajo el sol –pese a sus apellidos, rusos; Fokina de segundo– en Rincón de la Victoria (a 20 minutos de Málaga). ”Ha sido una experiencia increíble. He disfrutado de cada día y he ganado partidos importantes; le he ganado a Djoko y a jugadores [Fritz] que están en el mejor momento de su carrera. Todo esto me hace ver que puedo vencerle a cualquiera”, proseguía el subcampeón. “Antes, yo veía estas finales por televisión”, había dicho previamente a pie de pista.

A mediodía, sol, calor y cielo azul en Montecarlo, supervisando todo desde el palco Alberto de Mónaco. Desde ahí arriba, vista privilegiada, la autoridad podía comprobar a la perfección la parábola perfecta de la bola de Tsitsipas, un tenista con mil recursos que tiende a engañar, en un sentido de virtud. Lo mismo va que viene anímicamente; lo mismo arquea que aplana la trayectoria; parece que se ha quedado sin depósito, pero físicamente siempre vuelve; y su golpe, aparentemente manso de salida, se carga de velocidad y efectos conforme gana un par de metros y, cuando parece que va a rebasar la línea e irse largo, la pelota cae en picado, bota, entra y sale disparada.

Disfrutar en el laberinto

Tiene el griego uno de los tiros más difíciles de descifrar y lo comprobó de inmediato Davidovich, que partió de la misma forma que había cerrado la semifinal del día anterior: buena inercia, buen tempo y frialdad en el peloteo. Hasta ahí, todo bien. Tuteó al ateniense (23 años) de entrada e incluso dio el primer acelerón de la tarde, break al tercer juego, pero rápidamente recibió una respuesta fulminante. Tsitsipas contragolpeó a toda máquina y empezó a abrir la pista con la derecha y el revés, compás en ambas manos, pasando del ralentí inicial a una sexta marcha en un abrir y cerrar de ojos. Así se las gasta en la tierra y así de bien le funcionó el curso pasado.

Tsitsipas volea durante la final en Montecarlo.Daniel Cole (AP)

Sin Rafael Nadal en el tablero y con Novak Djokovic purgando sus propias decisiones, intentando reengancharse el serbio, él es, sobre el papel, la mayor amenaza de cara a esta gira de arcilla. Domina el registro terrícola y disfruta dentro del laberinto; tiene el poso, comprende los códigos y tiene la capacidad de rehacerse, de modo que vuelve a asomar otra vez como un serio candidato a todo en esta franja primaveral de la temporada. Hace un año también triunfó en el Principado, después se lució en Barcelona –llegó a disponer de una bola de partido en la final contra Nadal– y finalmente se quedó cerca de atrapar la gloria en Roland Garros, pero Djokovic le dio la vuelta.

Este domingo se deslizó de maravilla y sorteado el leve susto del arranque, impuso su autoridad. Replicó, engarzó el primer set y advirtió al malagueño, que de repente se encontró con un rodillo encima. Aun así, Davidovich le discutió. Pese a ceder el servicio en la apertura de la continuación, todavía un poco grogui por el zarandeo previo, se recompuso y se reordenó; contuvo al griego, recargó el depósito mental y le retó: doble rotura para equilibrar (3-3 y 5-5) y show. Le salió ahí el alma de dj, arengando a la grada y gustándose, y del sufrimiento pasó a la diversión. “¡Fo-kí, Fo-kí, Fo-kí!”, le animaba el público. Y si la gente tenía más ganas de marcha, por él no iba a faltar.

Construir un ‘todo’

Ocurre que de tanto dejarse el alma llegó al desempate en la reserva, y ahí Tsitsipas, certero para dar el golpe de gracia –esas idas y venidas…–, se redimensionó y se apropió otra vez del trofeo. Son ya dos seguidos en el Principado y, de nuevo, toda una declaración de intenciones: de cara a Roland Garros, hay que contar con él, rebozado de arena en el fotograma final; también terminó por los suelos Davidovich, que intentó salvar con un escorzo aéreo el último pelotazo del torneo. Bregó de principio a fin, pero el griego reunió más méritos.

Cada vez más enfocado y menos ofuscado, consciente de que en la élite lo rutinario es la derrota y no al revés, Davidovich va ganando maneras y aprendiendo a canalizar una creatividad por encima de la media. Y el viraje se nota en su discurso. Si antes incidía en que su apuesta era ser un generador de grandes puntos para los vídeos de YouTube, hoy día se concentra en convertirse en un tenista de verdad, con mayúsculas, sin perder la esencia pero volcado en construir un todo.

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