La mirada de Unzué
El libro es un testimonio de plenitud y entereza. Un texto de elogio de la vida en el momento en el que todo empieza a derrumbarse
En su etapa como futbolista, a Juan Carlos Unzué —exportero del Osasuna, Barcelona, Sevilla, Tenerife y Oviedo— lo miraban por la calle y lo saludaban. Después, en su período como técnico, algún hincha despistado podía preguntarse quién era aquel hombre que tanto reía y que tanto le sonaba. Hoy, a Juan Carlos Unzué ya no lo miran. Lo observan. Tiene Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) y siente cómo la gente necesita saber cómo avanza su en...
En su etapa como futbolista, a Juan Carlos Unzué —exportero del Osasuna, Barcelona, Sevilla, Tenerife y Oviedo— lo miraban por la calle y lo saludaban. Después, en su período como técnico, algún hincha despistado podía preguntarse quién era aquel hombre que tanto reía y que tanto le sonaba. Hoy, a Juan Carlos Unzué ya no lo miran. Lo observan. Tiene Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) y siente cómo la gente necesita saber cómo avanza su enfermedad y cómo le afecta en su día a día. No es morbo. Es curiosidad y preocupación.
Pero antes de salir de casa, él ya ha hecho el ejercicio. Se ha colocado frente al espejo de María, su mujer, para observarse como le observan a él los demás. Para comprobar cómo avanza la enfermedad. Para saber que su valentía y su simpatía siguen ahí. Para mirarse a sí mismo y a su actitud ante la enfermedad.
Así arranca Una vida plena (geoPlaneta), el libro escrito a seis manos por los periodistas Ramon Besa, Marcos López y Luis Martín, y cuyos beneficios irán destinados a la Fundación Luzón. Con la participación de Unzué y la de varios excompañeros, dibujan un perfil de una persona principalmente alegre y valiente, dinámica e innovadora, resistente y generosa. Luis Enrique, por ejemplo, recuerda que, cuando salían a entrenar con la bici, tenía que pedirle que parara: “aquello era una locura. No podíamos salir a entrenar de forma tranquila ni un solo día […]Cuando empezamos a salir con más gente yo me ponía atrás, protegido para que no me diera mucho el aire, y él se destacaba para ir siempre el primero, dar relevos a todo el mundo, como si fuera un depósito de energía del que chupábamos todos”.
Más allá de la intensidad certera del relato, de la buena pluma y de lo bien que cuenta la historia de Unzué, hay en el libro una parte importantísima de divulgación y defensa de la investigación científica y de la labor de los profesionales sanitarios. En el capítulo El paciente 0016512530 la narración invita al lector a pasar una jornada en el hospital. Y saludar a Andrea, “la mejor enfermera del mundo”, o compartir un rato con Covadonga, otra paciente, o entender cómo funciona la medicina y qué se siente cuando se entra en ese cuarto por el que nadie tiene la certeza de que no pasará. Un testimonio de plenitud y entereza. Un texto de elogio de la vida en el momento en el que todo empieza a derrumbarse.
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