Irene López, la campeona del mundo que dejó el fútbol para ser feliz
Roto el tabú, cada vez hay más deportistas incapaces de gestionar la ansiedad que dejan de competir para poner en primer plano la salud mental
En el año 2018, la pillería de Claudia Pina, la irreverencia de Eva Navarro y el control del juego de Irene López pusieron cara y ojos a la mejor generación femenina de futbolistas en España. Aquel invierno, tras el Europeo de la sub-19 y el subcampeonato del mundo de la sub-20, las jugadoras de la selección sub-17 se alzaron con la Copa del Mundo. Tocaron la gloria. Y sentaron las bases de la eclosión del deporte rey practicado por mujeres en el país. Poco más de tres años después, una de es...
En el año 2018, la pillería de Claudia Pina, la irreverencia de Eva Navarro y el control del juego de Irene López pusieron cara y ojos a la mejor generación femenina de futbolistas en España. Aquel invierno, tras el Europeo de la sub-19 y el subcampeonato del mundo de la sub-20, las jugadoras de la selección sub-17 se alzaron con la Copa del Mundo. Tocaron la gloria. Y sentaron las bases de la eclosión del deporte rey practicado por mujeres en el país. Poco más de tres años después, una de esas futbolistas se hundió.
“Después de que el fútbol hubiera sido mi vida durante tanto tiempo, empecé a ir a entrenar y a sentir como una aversión hacia el propio deporte. Era llegar al campo y me costaba”. Quien habla es Irene López, bota de bronce en aquel campeonato del mundo como la tercera máxima goleadora, jugadora del Madrid CFF y futuro (frustrado) del fútbol en España. “Cuando tú desde joven tocas el cielo, ganas un Mundial o una bota de bronce, no te ponen un colchón para el día que tengas que bajarte de ese escalón. Y ocurre que vas posponiendo tanto los sentimientos negativos, que llega un punto de tu vida en que de repente aparecen todos juntos”, añade en una entrevista realizada por la federación.
La jugadora, de 20 años, anunció hace unos días que dejaba el fútbol. Renunciaba, decía, por razones de salud mental. No quería disfrazar los motivos. Y así lo explicó. “Cuando eres pequeña empiezas esto como un hobby, pero a medida que vas creciendo, pasas de ser una niña de 14 o 15 años a empezar a quemar etapas a una velocidad que no te esperabas. Nadie te enseña a manejar el estrés o te explica qué es la ansiedad. Nadie te explica lo que puede conllevar la competición de alto nivel”.
Hizo un poco de introspección y se dio cuenta de que tenía que tomar cierta distancia con el deporte. Sufría ansiedad. Y tras mucho aguantar se dio cuenta de que no estaba bien. De que aquello, las tardes de entrenamientos o los nervios ante un partido de fútbol, ya no le compensaba.
Le ocurrió lo mismo apenas unos días antes al brasileño Gabriel Medina, tres veces campeón del mundo de surf, que anunció su retirada a tan solo unas horas de que comenzara la World Surf League en Hawái, la competición en la que debía defender el título. “El año pasado viví una montaña rusa de emociones dentro y fuera del agua que afectó a mi salud, tanto física como mental. Al final de la temporada estaba completamente agotado. Llegué a mi límite”, señalaba en sus redes sociales. Una lesión de cadera y los problemas de ansiedad que no supo trabajar provocaron esa quiebra.
Tanto Irene como Gabriel llegaron a ese punto de inflexión en el que se dieron cuenta del precio que habían pagado por llegar a donde estaban. “Estos deportistas sienten que tienen un problema de salud porque llevan un estilo de vida en que se someten a un examen cada fin de semana”, explica Pep Font, psicólogo deportivo en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat. Un problema de salud relacionado con su bienestar físico del que hasta hace poco apenas se hablaba. Simone Biles y Naomi Osaka lo hicieron el pasado verano en los Juegos de Tokio y se apartaron momentáneamente de la competición. Rompieron el tabú. Y hoy no solo se habla de la salud mental de los deportistas, sino que los hay, incluso que se atreven a dejarlo para poder ser felices conscientes, además, de que no se les juzgará por ello.
“Aquello nos impactó a todos, nos hizo reflexionar. Marcó un punto de inflexión. Con ellas se abrió un melón que nadie pensaba que fuera una realidad tan extendida”, señala María Tato, directora de fútbol femenino en la RFEF. Desde entonces, dice, hay más sensibilidad con estos temas. En las federaciones y en la mayoría de los clubes hay psicólogos a disposición de los deportistas, pero “nadie preveía que estos problemas existieran con tanta frecuencia; concebíamos las lesiones físicas, pero no íbamos más allá”, añade Tato.
La presión o la ansiedad no son por sí mismas una enfermedad, pero sí un estado emocional que puede funcionar como desencadenante de un problema de salud mental. Es el caso, especialmente, de la tenista japonesa, que reconoció sufrir depresión después de negarse a enfrentarse a los micrófonos de la prensa en Roland Garros por las malas sensaciones que ello le producía. “La ansiedad se caracteriza porque sientes incerteza. Cuando tienes un objetivo, declarado o no, tienes cierta incertidumbre sobre qué pasará; tienes, además, un control relativo de lo que va a pasar. No sabes si el resultado será el que quieres”, explica Pep Font. Les ocurre a muchos deportistas, pero también a personas de todo tipo, sectores y profesiones. Y es natural. “La cuestión es si uno tiene la habilidad suficiente para gestionar esa ansiedad”, añade. Muchos deportistas de élite, que en su mayoría comienzan muy jóvenes, se quejan a menudo de que nadie les enseñó nunca a manejar esas sensaciones.
Stoner: “Me quería morir”
Existen, según Font, tres tipos de deportistas según la habilidad que tenga cada uno para convivir con la ansiedad y la presión. Están, por un lado, “los que no saben controlar igual de bien estas sensaciones, los que se niegan a aceptarlas y tratan de seguir adelante”. Esos son los que más sufren. Y los que pueden desarrollar otras patologías. La ansiedad, por ejemplo, se manifiesta en forma de ira o de depresión. Existen algunos casos en el deporte español. “Cuando tuve ansiedad tenía que dejarme llevar”, confesaba el futbolista Iván Campo hace unos años. Él convivió con aquello. Y pagó un precio alto. Como lo pagó Alex Abrines, que llegó a sentir malestar físico –vómitos, dolores de cabeza– provocado por la ansiedad. Cayó en una depresión. “No sé lo que me pasó”, confesó, “simplemente, perdí la ilusión y las ganas de jugar”. Recurrió a la ayuda psicológica. Y dejó la NBA. Reaccionó a tiempo. Y hoy sigue jugando a baloncesto en Barcelona. Lo mismo que Andrés Iniesta, que sufrió una depresión que desataron las lesiones y la muerte de su buen amigo Dani Jarque. O Ricky Rubio, a quien le afectó muchísimo perder a su madre, enferma de cáncer. “Durante la mayor parte de ese año, después de su muerte, estaba enojado. Culpé al baloncesto. Culpaba a las personas a mi alrededor por cómo me sentía. Le eché la culpa a todo. Pasé por una depresión”, reconocía, tras recuperarse, en una carta publicada en The Players Tribune. Todos ellos acabaron sabiendo qué era la ansiedad. Con demasiado sufrimiento.
En un segundo grupo, Font sitúa a los que entienden que esa ansiedad es inevitable y aprenden a vivir con ella. “Le ocurre a Djokovic, que unas veces lo hace mejor y otras peor, como cuando tira la raqueta al suelo porque la presión y la ansiedad le provocan ira. Pero, a su manera, las controla”, apunta el psicólogo.
A la fuerza aprendió también Casey Stoner, dos veces campeón del mundo de MotoGP, que hace solo unos días confesó haber pasado un auténtico calvario en sus mejores años como deportista. “El día de la carrera, cuando mejor me iba el fin de semana, más quería morir. Me encerraba en mi motorhome, enfermo, con dolor de barriga. Simplemente, no quería competir. No me podía sentir peor, ni tener más aprensión por todo”, relataba hace tan solo unos días en el podcast Gypsy Tales. En sus dos últimos años de carrera, cuando logró un segundo título con Honda, aprendió a llevarlo. “Me repetía una especie de mantra: solo puedes hacer lo que puedes hacer. Y asumí que si lo hacía lo mejor posible, no podía hacer más”.
En un tercer grupo están los que Font llama “los supercompetidores”, los que disfrutan de la presión de la competición y de esa ansiedad. “Como el que se emociona con una peli de terror”, apunta. “Tengo celos de Rossi y de Marc, parece que todo les importa un pito”, llegó a decir Stoner en aquella entrevista. No es que pasen de todo, sino que son ese tipo de deportistas que goza de la presión. Los hay pocos, pero los hay. Y destacan no tanto por el talento o las capacidades técnicas, sino por la capacidad para asumir que esos sentimientos son parte del juego. “Eso se tiene, es algo que no he sido capaz nunca de enseñar a hacer a un deportista”, asume Font.
Con mayor o menor habilidad para competir haciendo frente a la ansiedad, los deportistas se muestran hoy vulnerables sin complejos. La conducta de Biles y Osaka se ha reforzado socialmente. Hasta ahora se identificaba la fortaleza mental con el deportista de élite. Pero la clave es tener la habilidad para superar esos miedos. Y aceptar que la presión o la ansiedad son un elemento natural de la competición para así intentar gestionarlas.
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