Una gesta del pasado en la ruta Rolling Stones
El francés Charles Dubouloz invierte seis días en la cara norte de las Grandes Jorasses, entre Francia e Italia, a 30 grados bajo cero, en la primera ascensión invernal en solitario
A los pies de la cara norte de las Grandes Jorasses (4.208 metros), uno de los grandes escenarios del alpinismo, frontera natural entre Francia e Italia, Charles Dubouloz duda. Una enorme y siniestra muralla de roca y hielo se eleva 1.200 metros desde el glaciar caótico hasta fundirse con un cielo azul fruto de un anticiclón infinito. Su aura y su historia trituran los nervios del más templado. El viento helado hace que el francés se encoja un poco más mientras mide el peso del miedo que ahor...
A los pies de la cara norte de las Grandes Jorasses (4.208 metros), uno de los grandes escenarios del alpinismo, frontera natural entre Francia e Italia, Charles Dubouloz duda. Una enorme y siniestra muralla de roca y hielo se eleva 1.200 metros desde el glaciar caótico hasta fundirse con un cielo azul fruto de un anticiclón infinito. Su aura y su historia trituran los nervios del más templado. El viento helado hace que el francés se encoja un poco más mientras mide el peso del miedo que ahora le hace dudar preguntándose si su reto no será desmedido: escalar en solitario y en pleno invierno la ruta Rolling Stones, una de las más exigentes de las que surcan la pared. Finalmente, suspira, agacha la cabeza y arrima sus 35 kilos de material hasta el arranque de la ruta.
Escalar en solitario no es lo mismo que escalar en solo integral. El solo integral implica no usar ni cuerdas ni material de progresión. Una caída supone el fin pero los pocos que lo practican se enganchan a la libertad de progresar sin peso, sin pausas, gozando del fluir de sus movimientos y de la abstracción mental que obtienen. Escalar en solitario supone un tremendo trabajo a cambio de hallar la anhelada seguridad: el escalador alcanza el final de la longitud de sus cuerdas, monta una reunión donde fijar dichas cuerdas y desciende hasta el inicio del largo para recuperar su petate, desmontar la reunión anterior y remontar la línea fija. Lo que supone escalar dos veces la pared.
El alpinismo moderno es una cuestión de técnica, enorme preparación física y solidez mental, y Charles Dubouloz (32 años) es uno de sus máximos exponentes, tal y como demostró el pasado otoño al escalar la virgen cara norte del Chamlang (7.319 m, Nepal) en apenas tres días, de la mano de Benjamin Védrines. Ahora acaba de demostrar que es un alpinista total, alguien capaz de emplear todas las técnicas propias de la escalada y el alpinismo para ser autónomo en un reto enorme. Entre el 13 y el 18 de enero, el guía de montaña francés hizo historia al convertirse en el primer escalador que puede con la vía Rolling Stones en invierno y sin compañía. La ruta fue estrenada en 1979 a cargo de cuatro alpinistas eslovacos (Kutil, Prochaska, Slechta y Svedja) y conoció una primera repetición invernal en 1984 por la cordada francesa formada por Benoît Grison y Éric Grammond.
Dubouloz pasó cinco noches en la pared, perdió entre cinco y seis kilos de peso, soportó temperaturas de hasta 30 grados bajo cero, se congeló un par de dedos de los pies, se destrozó las manos, “totalmente agrietadas por el frío”, y desde entonces no para de recibir el aplauso de la comunidad alpinística. Su itinerario discurre por líneas de hielo que mueren para dejar paso a una roca podrida, lo que le agotó, tal y como explicaba: “Tener que lidiar con una roca dudosa [que puede romperse al tirar de ella, o bajo el peso de sus pies] te somete a un estrés que desgasta tus nervios mientras intentas protegerte de la mejor manera posible”. Resulta complicado disfrutar de una ascensión en estas condiciones. La necesidad de estar a salvo conduce a querer avanzar sin perder de vista la seguridad, a trabajar de sol a sol para dormir en una repisa o en una precaria hamaca. A causa de la tensión, Dubouloz apenas comió: una sopa y agua caliente donde derretía unas gominotas por toda dieta: “Cuando estoy en la montaña, apenas como. Debe ser por el estrés”.
Es una de las ironías del alpinismo: años de sueños y deseo hasta verse en el lugar de la acción para, una vez en harina, desear recuperar de nuevo la seguridad perdida. En este sentido, no hay mejor premio que el calor del sol, un auténtico baño de vida que Dubouloz experimentó en la cima de las Grandes Jorasses, tras seis días sin recibir su caricia. Allí arriba caminó tres pasos y estalló en un llanto liberador: por fin podía relajarse y abrazarse a su amigo, el fotógrafo Seb Montaz, que había ascendido por la vertiente italiana y que, con la ayuda de un dron, documentó la gesta.
En tiempos de cronómetros e inmediatez, Dubouloz pretende tender una mano a las generaciones de alpinistas del pasado, cuando la lentitud y la perseverancia describían las grandes ascensiones y los retos no se cronometraban, sencillamente porque el éxito era una incógnita. Antes que él, grandes apellidos del alpinismo como Ivano Ghirardini (escaló una ruta hasta la punta Croz en invierno y en solitario en 1978 y fue, asimismo, el primero en escalar de esta forma dos caras norte míticas: Cervino y Eiger), Jean Marc Boivin (1986), Marc Batard o Catherine Destivelle (1993), así como Ueli Steck o el pirineísta Rémi Thivel, se sumergieron en las sombras de esta cara norte sin saber dónde les llevaría su aventura. Dubouloz es el nexo de unión entre sus referencias y el presente, un alpinista en sintonía con los tiempos que corren, uno que entiende que el entrenamiento sistemático puede llevarle muy lejos, mejorando de paso lo que otros hicieron antes.
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