Nadal congela el tiempo
El español encara a Medvedev en busca de su 21º grande, tras superar a Federer como el tenista con mayor margen (17 años) entre su primera y última final
La heroicidad, o el “semimilagro”, como él lo define, sigue extendiéndose en Melbourne y desemboca en la gran final de mañana (9.30, Eurosport), donde a Rafael Nadal le aguarda un pulpo de brazos y piernas interminables como último escollo antes del que significaría su 21º título de un Grand Slam; esto es, la posibilidad de quebrar el empate con Roger Federer y Novak Djokovic, y situarse por primera vez en lo más alto de lo más alto. ...
La heroicidad, o el “semimilagro”, como él lo define, sigue extendiéndose en Melbourne y desemboca en la gran final de mañana (9.30, Eurosport), donde a Rafael Nadal le aguarda un pulpo de brazos y piernas interminables como último escollo antes del que significaría su 21º título de un Grand Slam; esto es, la posibilidad de quebrar el empate con Roger Federer y Novak Djokovic, y situarse por primera vez en lo más alto de lo más alto. El español aplacó a tiempo la rebeldía final de Matteo Berrettini (6-3, 6-2, 3-6 y 6-3, tras 2h 55m) y regresó dos años después a la final de un gran escenario. La última había sido en su reino de Roland Garros, pero el triunfo que le guio hacia el choque definitivo con Daniil Medvedev (7-6(5), 4-6, 6-4 y 6-1 a Stefanos Tsitsipas, en 2h 30m) vino acompañado de otra muesca reveladora.
Consumado especialista sobre arcilla, Nadal también domina como pocos el registro de la pista rápida. Con la de ayer, el mallorquín suma 500 victorias en esta última superficie y la cifra, redonda donde las haya, le sitúa solo por detrás de Federer (783), Novak Djokovic (683) y Andre Agassi (592). Suma y sigue el balear, un elogio a la veteranía. A sus 35 años y 241 días se convirtió en el cuarto finalista de mayor edad en Australia tras el local Ken Rosewall (37 y 62 en 1972), su compatriota Mal Anderson (37 y 306 ese mismo año) y Federer (36 y 173 en 2018). Colecciona ya 29 presencias en el episodio definitivo de un major, dos menos que el suizo (40 años) y Djokovic (34), y sigue edulcorando una carrera para la que se agotan los calificativos.
“Es el mejor deportista que he visto en mi vida”, incidía John McEnroe en The Cube, espacio del canal Eurosport en el que ofrece estos días sus análisis. “Es un referente, toda una inspiración para mí”, agregaba Berrettini, anulado y apocado hasta que se quedó sin salida y respondió con un arrebato, más bien tímido y claramente insuficiente. “Vuelvo a sentirme vivo, estoy divirtiéndome otra vez. Esto es algo completamente inesperado. Los últimos seis meses han sido muy duros y hace mes y medio no sabía si volvería a jugar al tenis. Le doy gracias a la vida”, dice Nadal, que suma nueve grandes finales a partir de la barrera de la treintena, una menos que Djokovic.
La mecha de la carrera del español no solo va cargada de épica, sino que también es interminable. Por su estilo, se decía cuando centelleaba por las pistas y traducía cada partido en un desafío atlético, Nadal no iba a poder desarrollar a priori un trazado profesional largo. Demasiado ímpetu en su juego, demasiada agresividad en las maniobras y demasiado sufrimiento para esas rodillas que tienen buena memoria, y que no olvidan los millones de impactos, ni de frenadas ni de aceleraciones en seco que les ha exigido su dueño. Sin embargo, el tenista se rebela contra la lógica y la anatomía, y sigue, sigue y sigue compitiendo y, también, venciendo. De 2004 hasta hoy, Nadal garantiza al menos un trofeo por año, sin excepción; 19 temporadas consecutivas probando el sabor del metal con sus mordiscos.
Refuerza la longevidad otro dato. Con su sexto acceso a la final del grande australiano –campeón en 2009, y derrotas en 2012 (Djokovic), 2014 (Stan Wawrinka), 2017 (Federer) y 2019 (Nole de nuevo)–, el de Manacor se convirtió en el jugador que ofrece un margen más amplio entre su primera y la última final en un Grand Slam. Son 17 años de 2005 a este 2022. Defendía el honor Federer (16 años de 2003 a 2019) y le siguen Agassi (15 de 1990 a 2005), Djokovic (14 de 2007 a 2021) y el estadounidense Pete Sampras (12 de 1990 a 2002).
Nadal emprendió la marcha con la que jugó y ganó ante el argentino Mariano Puerta en París, por 6-7(6), 6-3, 6-1 y 7-5. Entonces lucía cabellera hasta los hombros, jugaba sin mangas y se movía como un tornado. Hoy día, el formato es igual pero distinto: mismo corte, amplitud de registro. Es un tenista superior. Pese a todos los avatares, contratiempos y golpes a los que ha tenido que sobreponerse, el número cinco actual disfruta de un presente inimaginable hasta hace pocas fechas. Una quimera, en realidad.
“Siempre voy a dar lo máximo y por supuesto que siempre lucho por ganar, pero para mí esto es un regalo. Estar donde estoy y competir al nivel que estoy compitiendo supone una gran energía para seguir”, valoraba durante la charla con los periodistas. “Para mí es mucho más importante haber tenido la oportunidad de haber vuelto a jugar al tenis que ganar el 21, otro Grand Slam. Al final, la vida va de la felicidad. No puedo explicarlo con palabras”, concluía feliz, antes de subirse al coche para regresar al hotel. Rumbo a los 36 años, Nadal continúa redescubriéndose.
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