Stefano Pioli, escuela Ancelotti
El técnico del Milan es admirado en Italia por su manera de gestionar un vestuario, muy dialogante
“Hola, Stefano, soy Vicente del Bosque, y a través de este pequeño vídeo quería enviarte mi más sincera felicitación por el premio Nils Liedholm que vas a recibir como reconocimiento a tu persona, que es lo más importante, y por tu trayectoria como entrenador. Es merecidísimo. Un fuerte abrazo”.
El destinatario de este mensaje no era otro que Stefano Pioli (Parma, 56 años), entrenador del Milan, que se enfrenta al Atlético en el Metropolitano en la penúltima jornada de la fase de clasificación de la Champions y que recientemente ha recibido el prestigioso galardón que lleva el nombre de...
“Hola, Stefano, soy Vicente del Bosque, y a través de este pequeño vídeo quería enviarte mi más sincera felicitación por el premio Nils Liedholm que vas a recibir como reconocimiento a tu persona, que es lo más importante, y por tu trayectoria como entrenador. Es merecidísimo. Un fuerte abrazo”.
El destinatario de este mensaje no era otro que Stefano Pioli (Parma, 56 años), entrenador del Milan, que se enfrenta al Atlético en el Metropolitano en la penúltima jornada de la fase de clasificación de la Champions y que recientemente ha recibido el prestigioso galardón que lleva el nombre del internacional sueco subcampeón del mundo y oro olímpico que hizo carrera como jugador en el club rossonero en la década de los 50 y después sentó cátedra como entrenador durante más de tres décadas en media docena de clubes italianos.
“Il Barone, campeón en el campo y señor en la vida”, así reza la leyenda de este trofeo que desde hace una década reconoce en el fútbol italiano el comportamiento correcto, leal y elegante de un deportista y que en la presente edición ha recaído en el técnico milanista por ajustarse escrupulosamente a esos valores. En ediciones anteriores sus depositarios habían sido figuras tan relevantes como Ancelotti, Platini, Donadoni, Ranieri… y el propio Vicente del Bosque (2012).
Después de una larga carrera como futbolista (1982-1999) en la que jugó entre otros clubes en el Parma, la Juventus y la Fiorentina, Pioli saltó inmediatamente a los banquillos y durante la última década ha pasado por el Bolonia, Lazio, Inter y Fiorentina antes de, en 2019, llegar al Milan, donde ha superado el centenar de encuentros y está a punto de prolongar su contrato hasta junio de 2024. A sus 56 años, son bastantes en su país los que le comparan con Carlo Ancelotti (62) por cómo marida la doble faceta futbolística y vital siempre de la mano de un comportamiento modélico y reflexivo. Sin estridencias. Stéfano tiene clase. Y un estilo muy marcado que muestra tanto en la victoria como en la derrota. Incluida la capacidad de saber cuándo tiene que pedir perdón. Es el personaje no personaje.
Hombre de hechos más que de palabras, fue capaz de dimitir como entrenador de la Fiorentina -en Florencia es un auténtico ídolo- porque el presidente Della Valle criticó públicamente su manera de trabajar. Su andadura en el Milan no fue fácil desde el principio y ha sabido gestionar con maestría todos los momentos críticos. Desde el mal recibimiento de la afición por haber dirigido antes al Inter, del que además desde muy niño era tifoso por tradición familiar; a cuando, durante la pandemia, la entidad rossonera le buscó un sustituto, el alemán Rangnick. Se tragó el sapo y la racha de triunfos del equipo tras el parón fue tan impresionante que se clasificó para la Europa League. Siguió y la pasada temporada dio un salto más y lo catapultó a la Champions después de siete años de ausencia.
Sus reflexiones son siempre ponderadas. Se declara admirador de Pep Guardiola por su forma de entender el fútbol. No se esconde a la hora de pedir ciertos cambios en el reglamento para cuidar más el tiempo efectivo de juego; introducir los tiempos muertos a la mitad de cada tiempo y que se establezca una norma parecida al campo atrás en baloncesto, por la que se prohíba volver a jugar de forma voluntaria en campo propio, una vez que el equipo poseedor del balón haya superado la línea divisoria.
Dos momentos extremadamente delicados han marcado su carrera. El primero, como jugador. Con 20 años formaba parte de la plantilla de la Juventus de Platini que se enfrentó al Liverpool en la final de Heysel (1985), en la que fallecieron 39 aficionados. Lesionado, vio el partido al lado del banquillo de su equipo. No entiende cómo se pudo jugar aquella noche. “Pensábamos que en el descanso se pararía todo, pero se jugó completo y hasta nos hicieron dar la vuelta de honor con el trofeo. Cuando llegamos al hotel pensábamos que ese encuentro no iba a contar para nada, pero no fue así. Fue una tragedia de la que en ese momento no supimos ser conscientes”.
Su segunda situación traumática la vivió siendo entrenador de la Fiorentina y tuvo que comunicar a sus jugadores el fallecimiento repentino del capitán Davide Astori por un paro cardiorrespiratorio mientras dormía en un hotel de Údine, donde el equipo estaba concentrado antes del partido. “Soy un entrenador que basa toda su gestión en el diálogo con los jugadores. Esa tragedia me hizo darme cuenta de que los futbolistas están por encima de todos los hombres. Tenía que meterme dentro de sus cabezas. Uno a uno tuve que decirles que el médico, a las nueve de la mañana, me había dicho que Davide ya no estaba. Pasé todos los meses siguientes ayudándolos a procesar esa desaparición. En determinados momentos hay que profundizar. La técnica cuenta, la táctica cuenta, pero el componente mental es aún más importante”.
Su relación diaria, su comunicación, con la plantilla es una de sus obsesiones. Así lo reconoce. “Un entrenador debe ser bueno durante toda la semana y luego recopilar todo lo sembrado cuando llega el partido. En el fútbol moderno es fundamental la inteligencia de los jugadores sobre el campo. No es difícil porque si son ‘campeones’ lo son también a nivel humano. El problema llega cuando encuentras personas o jugadores normales que se creen más de lo que son. Nunca explico a mis jugadores las decisiones, pero obviamente mi puerta siempre está abierta y si un jugador quiere explicaciones puede venir a verme. Se necesita tiempo para construir ciertas relaciones. Con unos encuentras empatía instantánea. Soy un poco cauteloso. Discuto todos los días con el grupo, es normal tener discusiones. Hay momentos de tensión cuando se trata de un grupo numeroso”.
Sobre las críticas recibidas por no haber ganado nunca un título, intenta dar sus explicaciones. “Yo soy feliz de ser un tipo normal. En el fútbol, la educación y el respeto se confunden con la falta de carisma. A menudo me enfado, aunque ahora en Milán un poco menos. Tengo un palmarés vacío, pero creo en mis habilidades y no me importa lo que la gente diga afuera. Para ganar necesitas el equipo adecuado y hasta hoy no creo que haya tenido uno. Estuve cerca con la Lazio, pero me encontré por delante a la Juve”.
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