Garbiñe Muguruza, una maestra de vuelta
La española desborda a Kontaveit en la final de Guadalajara (6-3 y 7-5, en 1h 38m) y se convierte en la primera mujer española que conquista el trofeo del Masters
La noche de Guadalajara se pronuncia al grito de: “¡Mu-gu, Mu-gu, Mu-gu!”. Y Garbiñe Muguruza, convertida ya en la primera tenista española que se corona en la Copa de Maestras tras imponerse a Anett Kontaveit (6-3 y 7-5, en 1h 38m) y reunida ya con Manolo Orantes (1976) y Alex Corretja (1998), los dos únicos jugadores nacionales que se habían hecho con el cetro, luce hoyuelos y se funde en un abrazo con su equipo antes de corresponder al calor mexicano. “...
La noche de Guadalajara se pronuncia al grito de: “¡Mu-gu, Mu-gu, Mu-gu!”. Y Garbiñe Muguruza, convertida ya en la primera tenista española que se corona en la Copa de Maestras tras imponerse a Anett Kontaveit (6-3 y 7-5, en 1h 38m) y reunida ya con Manolo Orantes (1976) y Alex Corretja (1998), los dos únicos jugadores nacionales que se habían hecho con el cetro, luce hoyuelos y se funde en un abrazo con su equipo antes de corresponder al calor mexicano. “¡No sé qué tiene este país que me emociono!”, dice, a 1.566 metros de altitud, mientras Chris Evert y Billie Jean King, dos heroínas, se frotan los brazos y se protegen con sus rebecas del fresquito.
Habla Muguruza y se confirma un retorno triunfal, dejando atrás ya varios años de sinsabores y resituándose en un lugar del que nunca debió irse, hoy la elegida entre las más fuertes. Regresa Muguruza a la portada y cierra una semana que es la viva expresión de la tenista, pura adrenalina, fuego interior, un carrusel emocional: vivir a lo grande es vivir mejor. Garbiñe, en esencia. “Mi equipo ha estado conmigo este año, sufriendo y llorando, pero al final lo hemos conseguido”, dice en el parlamento después de una final en la que únicamente se ha encontrado con un nudo, bien resuelto, y de una temporada en la que había reunido méritos para alcanzar un premio mayor que definitivamente llega.
La española, de 28 años, sigue tachando objetivos del listado, cual Uma Thurman en Kill Bill, y añade otra muesca más a su palmarés, en el que ya figuran dos grandes (Roland Garros 2016 y Wimbledon 2017), otras dos finales de postín (Wimbledon 2015 y Open de Australia 2020), el número uno que alcanzó hace cuatro años y ahora el gran reconocimiento maestro. Así cabalga ella, tenista enigma. De impactos. De momentos. En una carrera que ha transcurrido entre extremos, Muguruza se distingue con un logro histórico que antes se le negó a Arantxa Sánchez Vicario ―finalista en la edición de 1993, batida por la alemana Steffi Graf― o a Conchita Martínez.
La aragonesa aplaude y aprueba desde el banquillo, conforme con lo que ha visto en los siete últimos días y especialmente en la final. Garbiñe, con la lección aprendida al dedillo, ha tenido el encuentro en la mano de inicio a fin, insistiendo sobre la errática derecha de Kontaveit y empujando al límite a la estonia en cada intercambio. Presa de los nervios y un exceso de ímpetu que penaliza la altitud, exactamente en la misma versión que ofrecieron ambas cuatro días atrás, la una compite en la agonía y la otra enseña las garras en cada pelotazo, pero siempre con cabeza y templanza, inteligentemente contenida, vía inmejorable para pilotar la final con las dos manos.
Los tres breaks de la española decantan el primer parcial ―caída y susto, con una pequeña torcedura de tobillo sin consecuencias― y otros dos deciden el segundo, más peliagudo y reñido, siempre con la sensación de que hiciera lo que hiciera la estonia, primera representante de su país que alcanza estas cotas y 29 victorias en los 32 últimos partidos, iba a toparse con una respuesta más contundente. Así que Muguruza mantiene la inercia, corrige un ligero descentre y contragolpea con dos roturas ―del 3-4 al 6-5 y rúbrica― que le guían hacia la maestría. “Me has ganado dos veces esta semana, has sido demasiado buena”, se resigna Kontaveit, vaciada tras un mes al esprint.
Muguruza se abre paso hacia el éxito en su cuarta participación, después de un recorrido progresivo en el que ha ido de menos a más, con una derrota en el estreno (Karolina Pliskova), una remontada en la segunda aparición (Barbora Krejcikova), una victoria obligada en la tercera (Kontaveit) y la explosión en el cruce de semifinales contra Paula Badosa, en el que expresó su mejor versión. Encontró continuidad en la final, de nuevo ante la estonia, y se hizo así con el prestigioso premio maestro, ingresando en un exclusivo club en el que destacan nombres tan ilustres como los de Navratilova (presente en la tribuna), Graf, Evert, Seles, Hingis, Sabatini y Sharapova.
En un curso oscilante, Muguruza pone un broche de oro que le permite, además, encaramarse a la tercera posición de la clasificación mundial, recuperando así el terreno perdido en los últimos tiempos. La última vez que figuró en el podio fue en julio de 2018 y ahora vuelve a brillar entre las más fuertes, subrayando su condición de tenista singular y especial, capaz de todo si llega a su punto de ebullición. Sin fortuna esta temporada en los grandes escenarios ―no franqueó los octavos en ningún grande―, se reencuentra con la gloria en México, territorio que la adopta como suya, latin power, sangre venezolana.
Como en casa, inspirándose en su paso feliz por Monterrey (2018 y 2019) y coreada por la grada latina ―”¡Garbiñe, hermana, ya eres mexicana!”―, la española reflorece y se reivindica desde la veteranía, en un instante en el que un buen pelotón de jóvenes viene metiendo los codos en la élite y reclamando los focos. Hoy apuntan a ella, que reclama su espacio y reverdece con una remontada que lleva la firma de Conchita Martínez en el banquillo. La aragonesa cogió a una jugadora rota hace tres años, febrero de 2018, y la devuelve al primer plano con un paulatino ejercicio de reconstrucción anímica, técnica y táctica.
Reordenadas todas las piezas del puzle, Muguruza invoca al torbellino que deslumbró hace unos años y se señala. Ganadora este curso en Dubái y Chicago, trabada por las lesiones en la franja de la primavera y relanzada en la recta final, repunta en México y envía un mensaje de ambición. Esto no se ha acabado: “Me he demostrado de nuevo que puedo ser la mejor”. Conquistadas París y Londres, el tenis vuelve a observarla en lo alto y la mantea porque ya es toda una maestra. Con letras mayúsculas. Quería y lo abraza: Garbiñe está de vuelta.
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