“Haremos mucho ruido, pero el estadio no vibra”
Los aficionados atléticos vuelven al estadio después de año y medio entre la ilusión y el desencanto por las limitaciones
Los gritos de 24.926 hinchas —un 40% del aforo— y un pasillo formado por los jugadores del Elche recibieron al Atlético campeón que presentaba a los suyos el trofeo de la última Liga, en un reencuentro después de más de un año de partidos a puerta cerrada por la pandemia. Además de la copa, Simeone y Koke, entrenador y capitán, sacaron un ramo con 379 flores rojiblancas, ...
Los gritos de 24.926 hinchas —un 40% del aforo— y un pasillo formado por los jugadores del Elche recibieron al Atlético campeón que presentaba a los suyos el trofeo de la última Liga, en un reencuentro después de más de un año de partidos a puerta cerrada por la pandemia. Además de la copa, Simeone y Koke, entrenador y capitán, sacaron un ramo con 379 flores rojiblancas, una por cada socio fallecido por covid, por los que se guardó un minuto de silencio.
Ni la solemnidad del momento, ni los 34 grados ahogaron los gritos de los hinchas atléticos, que reservaron para su entrenador un rugido especial. Pese a la emoción, las sonrisas de los rojiblancos lucían bajo las obligatorias mascarillas, ya desde antes de entrar al estadio, mientras las camisetas rayadas se acercaban al Metropolitano. “No es lo mismo”, coincidían también con un punto de amargura por las limitaciones.
Luca Canalli, aficionado italiano, resistía el calor y los nervios en la previa con una cerveza y un cigarro. “Yo estoy contento como un enano”, decía. Iba con su compañero de la peña Yeserías, Juanito Álvarez, con quien también había viajado a Anfield a mediados de marzo de 2020, uno de los últimos partidos jugados con público en las gradas en Europa antes del parón.
Pero Álvarez lamentaba, como tantos otros, la limitación del aforo: “Es una vergüenza, en otros países europeos, con peores tasas de vacunación, los estadios están llenos. Podremos hacer mucho ruido, pero el estadio no vibra”. Aunque fuese el momento de ver el trofeo de la Liga por primera vez, para el aficionado rojiblanco lo que vale cuando se está en casa es el calor de la grada, que aunque sea pleno agosto no se siente igual con sillas vacías alrededor.
Sergio Balboa, regente de la Cafetería Las 9 Musas, a 700 metros del estadio, también lo ve, fríamente, en su flujo de caja “Desde las 12 la gente ya está aquí. Pero sigue siendo menos que un día de partido de los de antes”. No es una tragedia —ha tenido que reforzar la plantilla con dos trabajadores más para el día y en una tarde ha hecho el negocio de un mes en pandemia—, pero no es nada comparado con lo que acostumbraba antes del coronavirus.
En las zonas aledañas al Metropolitano se hablaba también de que muchos abonados ni siquiera se apuntaron al sorteo de las entradas, disuadidos por los asientos que debían dejar vacíos. Pero los hermanos Jesús y Ramón Vázquez y su grupo de amigos no dudaron en venir desde Torrejón de Ardoz, como lo han hecho durante décadas. “Sería mejor mil que ninguno. El club no tiene la culpa de nada”, decían.
Para otros, da igual. No hay punto de comparación. Es el caso de Álex, que cumple 11 años el 1 de septiembre, y llegó desde Valladolid con su hermana pequeña Carla y sus padres como regalo de cumpleaños. Colchonero de cuna, le tiene sin cuidado la limitación del aforo: sus ojos brillan al ver el Metropolitano bajo el inclemente sol. Sin embargo, los veteranos que van entrando por los tornos a su alrededor tienen algo que confiarle: aunque este sea un regreso especial, es solo el preludio para el momento que no quepa nadie.
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