Lukaku, la estrella que se olvidó de ganar títulos
Tras pasar por varios clubes de la Premier y levantar el Scudetto con el Inter, regresa al poderoso Chelsea
Romelu Lukaku no es ningún niño. Con 28 años ya cumplidos y una carrera que le ha llevado a varios grandes de Europa (Chelsea, Manchester United, Inter de Milán) y a algunos no tan grandes (Anderlecht, West Bromwich Albion, Everton), es un ariete de peso (1,91 metros de altura y 93 kilos) que aguanta las cargas del defensa como un pivote de balonmano, mete goles y sabe jugar para el equipo. Pero su palmarés es sorprendentemente escuálido: una liga belga con el Anderlecht en 2010 y un Scudetto con el Inter la tempor...
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Romelu Lukaku no es ningún niño. Con 28 años ya cumplidos y una carrera que le ha llevado a varios grandes de Europa (Chelsea, Manchester United, Inter de Milán) y a algunos no tan grandes (Anderlecht, West Bromwich Albion, Everton), es un ariete de peso (1,91 metros de altura y 93 kilos) que aguanta las cargas del defensa como un pivote de balonmano, mete goles y sabe jugar para el equipo. Pero su palmarés es sorprendentemente escuálido: una liga belga con el Anderlecht en 2010 y un Scudetto con el Inter la temporada pasada. Los puristas dirán que también ganó la Champions con el Chelsea en 2012, pero es un galardón del que él mismo ha renegado porque apenas tocó bola. “La ganó mi equipo, pero yo no la gané”, declaró a la prensa belga pocos días después de que el Chelsea derrotara al Bayern por penalties en la final de Múnich (1-1 en el partido). Por no querer, no quiso ni tocar aquella copa.
Su sequía de títulos es aún más sorprendente si se tiene en cuenta su precocidad. Hijo de Roger Lukaku, un más bien discreto jugador congoleño que emigró al fútbol belga en los primeros 90, Lukaku decidió ya a los seis años que sería futbolista famoso. Su firme propósito se fraguó al ver cómo la modesta economía familiar se transformaba primero en pobreza y luego en miseria.
Tenía seis años cuando vio a su madre alargar con agua la poca leche con la que iba a mojar el pan destinado a convertirse en su comida del mediodía. “Estábamos arruinados. No solo pobres, sino arruinados”, rememoraba Lukaku en 2018 en The Players Tribune, una publicación en la que los deportistas expresan sus pensamientos en primera persona.
“Mi padre había sido futbolista profesional, pero al final de su carrera nos quedamos sin nada. Lo primero en desaparecer fue la televisión por cable. No más fútbol. No más Match of the Day. Luego, semanas enteras sin luz. Sin agua caliente. Al final, nos fiaban el pan los lunes hasta poder pagarlo el viernes”, contaba.
Romelu Lukaku cumplió su propósito nada más cumplir los 16 años: ese día firmó su primer contrato profesional con el Anderlecht, donde había impresionado en los equipos inferiores. Once días después, el 24 de mayo de 2009, debutó con el primer equipo en el partido de desempate por la liga belga contra el Standard de Lieja (que terminó proclamándose campeón…). Al año siguiente, Lukaku sí consiguió ganar la liga con el Anderlecht y, a los 17 años, se convirtió en internacional belga y en un personaje famoso.
En 2011 cumplió su gran ilusión: fichó por el Chelsea, siguiendo los pasos de su gran ídolo de infancia, el marfileño Didier Drogba. Pero las cosas no fueron bien y, tras un año casi en blanco, se fue cedido al West Bromwich Albion y un año después, al Everton. Fue allí donde empezó a cuajar en la Premier. El Everton se lo quedó de forma permanente y en julio de 2017 le traspasó al Manchester United.
Pero las cosas tampoco cuajaron en el United y en 2019 recaló en el Inter de Milán, donde por fin se reencontró con la gloria y con los títulos: fue un jugador clave para que el Inter ganara la serie A. Ese triunfo le ha valido una nueva llamada del Chelsea, que ha pagado por él 112 millones de euros.
Romelu Lukaku, el futbolista precoz que superó la pobreza, el hombre que habla sus nativos francés y flamenco, pero también inglés, portugués, italiano, español, congolés swahili y algo de alemán, el gigante que no soporta que algunos en su tierra le llamen belga cuando gana y congoleño cuando pierde (“Nací en Amberes. Cuando empiezo una frase en francés muchas veces la acabo en flamenco. Soy belga”.), tiene la ocasión de engordar su escuálida lista de títulos. O, al menos, de competir seriamente por ellos.
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