El Vaticano y la teología del ‘calcio’
“En la derrota puede haber una victoria”, dijo el Papa sobre el beso de Guardiola a la medalla de la Champions
El 13 de marzo de 2013, tras cinco reñidos escrutinios, la plaza de San Pedro vio aparecer a las 19.06 la legendaria fumata blanca. Un tipo con acento francés y birreta púrpura se asomó al balcón y anunció solemnemente la decisión del Espíritu Santo. El argentino Jorge Mario Bergoglio se había impuesto en una votación que cambiaría la historia. Pero lo primero que preguntó el carde...
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El 13 de marzo de 2013, tras cinco reñidos escrutinios, la plaza de San Pedro vio aparecer a las 19.06 la legendaria fumata blanca. Un tipo con acento francés y birreta púrpura se asomó al balcón y anunció solemnemente la decisión del Espíritu Santo. El argentino Jorge Mario Bergoglio se había impuesto en una votación que cambiaría la historia. Pero lo primero que preguntó el cardenal Antonio María Vegliò tras un largo encierro de 48 horas en la Capilla Sixtina sin noticias del exterior fue el resultado del Barça-Milan de Champions. El Espíritu Santo, ocupado en el farragoso asunto papal, descuidó iluminarlo en un tema crucial. Vegliò descubrió así que el Barça le había endosado cuatro al Milan de Allegri tras el recital de otro argentino: un tipo bajito en el que muchos veían también designios de Dios.
La afición por el fútbol en el colegio cardenalicio y en los pasillos de la Santa Sede, donde hay incluso una peña de la Juventus, no es un asunto menor. Tampoco la de algunos pontífices. Por eso pudo extrañar que Francisco, seguidor de San Lorenzo de Almagro, se refiriese esta semana con vaguedad a la final de la Champions entre el Manchester City y el Chelsea para elogiar a Guardiola. “Me han contado que uno de estos días, no sé dónde, ha habido un ganador y uno que ha quedado segundo, que no lo ha logrado y ha besado la medalla. Enseña que incluso en la derrota puede haber una victoria”.
El Papa no suele ver partidos. Es posible que incluso menos que Benedicto XVI, en cuyo apartamento del Palacio Apostólico hubo alguna reunión para seguir la final de Champions entre Chelsea y Bayern o algún partido de Alemania. En realidad, Bergoglio ve el fútbol más como un vehículo de expresión popular. Un instrumento más sociológico que táctico, capaz de unir a la gente de cualquier estrato social. Por eso mandó colocar en los Museos Vaticanos una vitrina con la camiseta que le regalaron Messi, Pelé o Maradona. Pero intramuros, como ya plasmó Paolo Sorrentino con el personaje del cardenal Voiello en su serie The Young Pope (un secretario de Estado obsesionando con el Nápoles), muchos de sus príncipes no se toman la cuestión como una metáfora de nada.
El cardenal Tarcisio Bertone, por ejemplo, todopoderoso secretario de Estado de la época de Benedicto XVI, era un hincha de la Juventus empedernido y un estudioso del fútbol. Cuando era arzobispo de Génova, acudió varias veces al estadio de Marassi a comentar algunos partidos. Algunos de sus compañeros de birreta, de conocida mala idea, recuerdan que se le daba mucho mejor que la gestión de su departamento en el Vaticano (terminó despedido por hacerse un ático de 400 metros con el dinero de un hospital de niños).
El cardenal Becciu, un auténtico hooligan de la Juve, preguntaba inquieto en los viajes papales por los resultados de su equipo. Su colega José Saraiva Martins, ex prefecto para la Congregación de la Causa de los Santos —responsable de las canonizaciones— se hizo de la Lazio cuando llegó a Roma porque decía que era el equipo que menos ganaba en la ciudad (es evidente que llegó hace mucho). Hincha del Sporting de Lisboa y apasionado de CR, siempre fue defensor del juego de ataque y un romántico del 4-3-3. Dejó su cargo en 2008 sin la oportunidad de canonizar a ninguno de sus ídolos: Pelé, Eusebio y Maradona. En ese orden.
La liturgia católica y la futbolística se disputan el mismo día de la semana para celebrar su rito. La bisagra entre esos dos mundos la ejerce a veces, por petición expresa del club, el capellán de referencia del equipo. El Milan de Sacchi, por ejemplo, tiró durante años de Massimo Camisasca, hoy obispo de Reggio-Emilia. El sacerdote decía misa para la plantilla, pero fue durante tiempo una suerte de guía espiritual del siempre melancólico técnico. El arzobispo RIno Fisichella, experto en exorcismos, tuvo que presentarse una vez en Trigoria para bendecir los campos de entrenamiento donde los jugadores de la Roma se lesionaban sistemáticamente. La fisioterapia o la táctica, a veces, pueden resultar poca cosa frente a una verdadera teología del calcio.
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