La victoria en el GP de España con la que Jack Miller no podía parar de llorar

El australiano logra un triunfo redentor en el circuito de Jerez después de que Quartararo perdiera el control de la carrera por un problema muscular en el brazo derecho. Márquez es noveno

El piloto australiano de MotoGP Jack Miller en el podio del GP de España, este domingo.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)

Como un pan mal horneado. Como uno de esos bizcochos que crece y crece dentro del horno, que se adivina suculento, tan bello. Y que se desmorona cuando uno abre la puerta, hambriento. Con esa rapidez y dramatismo se vino abajo Fabio Quartararo, el favorito a la victoria, el ganador de la pole, el líder de la carrera durante 14 trabajadas vueltas. Se quedó sin su tercer triunfo consecutivo. Y por poco se queda sin sumar puntos en el GP de España.

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Como un pan mal horneado. Como uno de esos bizcochos que crece y crece dentro del horno, que se adivina suculento, tan bello. Y que se desmorona cuando uno abre la puerta, hambriento. Con esa rapidez y dramatismo se vino abajo Fabio Quartararo, el favorito a la victoria, el ganador de la pole, el líder de la carrera durante 14 trabajadas vueltas. Se quedó sin su tercer triunfo consecutivo. Y por poco se queda sin sumar puntos en el GP de España.

Sin fuerza, mermado por un brazo derecho falto de potencia, acusado por el síndrome compartimental, el mal de los pilotos en moto, sucumbió al poderío de la MotoGP como les ha ocurrido a tantos antes que él. Sin sensaciones encima de su Yamaha, el francés cedió la primera posición a Jack Miller –magnífico, constante y persistente camino de su segundo triunfo en MotoGP— cuando quedaban todavía diez vueltas para el final. En dos giros más el de Yamaha ya era cuarto. Su ritmo había caído más de un segundo. Su fluidez había desaparecido. No podía frenar donde tocaba. Cada curva era un martirio. Lo apreciaron fácilmente los rivales. Que le fueron asestando bofetadas en cada viraje.

El hasta hoy líder de MotoGP fue perdiendo plazas con tanta vehemencia que hasta un magullado Marc Márquez le adelantó por el exterior de la curva para sellar una novena y definitiva posición después de un fin de semana marcado por una durísima caída a gran velocidad el sábado por la mañana. Quartararo, uno de los nombres propios de este campeonato que todavía no tiene dueño, terminó 13º. Hundido.

Gritaba Quartararo, imagen de la desesperación, con tanto desgarro como lloraba Jack Miller. Pero el australiano tenía motivos muy diferentes. Se sacudió la presión y las dudas con un triunfo maravilloso en una pista, la de Jerez, en la que no había ganado una Desmosedici desde el gran premio de España de 2006, con Loris Capirossi. Estrecho el circuito, de curvas rápidas, más fluido de lo que necesitan las balas rojas, no pareció incomodarle a un Miller mucho más maduro hoy que aquel chaval que desataba carcajadas en el paddock con sus excentricidades. Y también miradas de condescendencia. Especialmente después de saltar de Moto3 a MotoGP sin pasar por la categoría intermedia hace ya seis años. Necesitó tiempo, pero no fue una locura. Ni un error. No, en su caso. “He demostrado que no soy ningún idiota”, dijo cuando ganó el GP de Holanda en 2016. No había vuelto a ganar desde entonces.

Con un estilo más clásico, “más como Doohan”, advierte él, con el culo fuera del colín y el cuerpo recogido; agresivo al manillar y decidido en las acciones cuerpo a cuerpo, liberado ahora, tras una intervención quirúrgica, de los problemas de síndrome compartimental que le frenaron en las dos primeras carreras en Qatar, Miller encontró por fin el triunfo en un domingo soleado. Ahora será Quartararo el que deba decidir si necesita también de esa misma operación –sería la segunda en el brazo derecho, en su caso– para solucionar el problema que le impidió ganar este domingo: una compresión de los nervios del antebrazo que resta fuerza en el brazo y hace imposible dominar una MotoGP.

Mientras tanto, Miller seguía en una montaña rusa. “No han sido las últimas semanas las más fáciles de mi vida. No he parado de trabajar, porque sé que si trabajo al final el resultado llegará”. Y llegó. Aunque echaba de menos a sus padres, tan lejos en este año de pandemia. “No es fácil vivir en la otra punta del mundo”, concedió. Y por eso se le saltaban las lágrimas, imposibles de contener: en pista, en el parque cerrado, en el podio. “Mezcla de alegría y tristeza”, confesaba el de Ducati. Que lo hizo todo bien este domingo, vuelta a vuelta detrás de Quartararo, esperando su oportunidad. Y consiguió, por fin, brillar más que su compañero de equipo Pecco Bagnaia, segundo el italiano, tan convencido de su pilotaje a veces dulce, a veces agresivo, un estilo más moderno, de los que tira del derrape trasero y obliga a descolgar el cuerpo entero, que acabó otra vez en el podio y es el nuevo líder de MotoGP.

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La celebración fue completa en el box de Ducati. Exultantes con ese doblete, se sucedieron los abrazos desbocados en el equipo italiano, que decidió hace un año dar un giro radical a su política deportiva: jubilar al todopoderoso Andrea Dovizioso, no renovar a Danilo Petrucci, y apostar por la juventud de Bagnaia y Miller, de 24 y 26 años.

Tiene también 26 Franco Morbidelli, que perdió el duelo con Bagnaia por el segundo puesto, pero nunca puso en peligro el podio. Terminó el 2020 como subcampeón y su elegancia sobre la Yamaha no permite dudar lo más mínimo. Especialmente porque es el único que pilota una M1 del 2019, vieja en comparación con las de Quartararo, Viñales o Rossi, su compañero en el equipo Petronas, 17º en Jerez. Un resultado malo. Como malos han sido los de las tres carreras precedentes: 12º en Qatar, 16º en Doha, un cero por caída en Portugal. Tiene 42 años y no parece que un rendimiento como el que está teniendo vaya a animarle a seguir compitiendo el año próximo. Decidirá si renueva este verano, pero mientras tanto ya se ha asegurado su futuro en Mundial: tendrá equipo propio en MotoGP a partir del año próximo. Y seguirá siendo el capo.

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