De La Masia al Camp Nou, el otro viaje de Rafa Mir
El delantero pasó por la cantera del Barça, jugó la Champions con el Valencia, pertenece al Wolves y juega en el Huesca
Aunque estaba en Murcia, en la escuela El Ranero, los ojeadores del Barça detectaron su capacidad para relacionarse con el gol. Por lo que en infantiles, Rafa Mir (Murcia; 23 años) se marchó a La Masia. “Los primeros seis meses fueron horribles; cada día le decía a mi madre que quería volver a casa”, cuenta el delantero del Huesca, rival hoy del Barcelona (21.00, Movistar LaLiga) en el Camp Nou. Pero sus padres le aconsejaban que aguantara, que era cuestión de tiempo. Y así fue porque marcó 32 goles, acompañado por Ada...
Aunque estaba en Murcia, en la escuela El Ranero, los ojeadores del Barça detectaron su capacidad para relacionarse con el gol. Por lo que en infantiles, Rafa Mir (Murcia; 23 años) se marchó a La Masia. “Los primeros seis meses fueron horribles; cada día le decía a mi madre que quería volver a casa”, cuenta el delantero del Huesca, rival hoy del Barcelona (21.00, Movistar LaLiga) en el Camp Nou. Pero sus padres le aconsejaban que aguantara, que era cuestión de tiempo. Y así fue porque marcó 32 goles, acompañado por Adama Traoré (ahora en el Wolves) y Sanabria (Torino). Insuficiente, sin embargo, para Albert Puig, entonces director de la cantera azulgrana. “Llamó a mi padre y, sin razones, le dijo que no seguía. No lo entendió nadie, pero no me lo tomé mal sino que me hizo fuerte”, argumenta. Una constante en su vida, pues fue moldeado para ser profesional.
El padre de Rafa, Magín, fue un central que jugó en el Albacete, Cartagena y Elche, y llegó a debutar con el Mallorca en Primera. Figura capital para entender a Rafa, pues le metió de bien chico en ElPozo Murcia de fútbol sala, donde fue campeón de España de benjamines con 120 goles. “Mi padre quería que cogiera otros conocimientos técnicos más específicos para luego dar el salto al fútbol 11”, explica Mir. Y así lo hizo, por más que no le saliera demasiado bien en el Barça. Acabada La Masia, se fue al Murcia y, ya en el Cadete A, al Valencia.
“Mi año del Juvenil A en el Valencia fue una locura”, cuenta Mir. Empezó en esa categoría, le ascendieron al filial y después al primer equipo con la disputa y el oro del Europeo Sub-21, llegó a jugar la Champions y la Europa League de la mano de Nuno Espírito Santo, también en LaLiga y en la Copa con Pako Ayestarán, finalmente devuelto al juvenil con la llegada de Marcelino.
La opción del Madrid
“El míster fue claro y directo. No iba a jugar mientras no se resolviera mi contrato”, desvela Mir. No renovó y el Valencia le ayudó en poco o en nada, pues rechazó al Madrid, que le ofrecía jugar con el Castilla y entrar en dinámica del primer equipo. Rafa escogió el Wolverhampton, que lo ha cedido en tres ocasiones: Las Palmas, Nottingham Forest y Huesca. El conjunto oscense posee el 25% de su ficha y deberá pagar 10 millones al acabar el curso si quiere quedárselo en propiedad.
En el Wolves le ocurrió más o menos lo mismo que en La Masia, pues se sintió solo, con pocos minutos en el terreno de juego. “Me sentí desubicado sin mi familia ni amigos, pero di todos los pasos para adaptarme y aprendí inglés. Creo que ese fútbol se adapta a mí, pero faltó que me dieran confianza y continuidad”. Aunque deja su coletilla: “Me hizo más fuerte”. Eso y la nueva y fallida experiencia en el Nottingham Forest —tras una cesión a Las Palmas—, donde apenas tuvo oportunidades. Pero le llamó el Huesca y todo cambió.
La celebración del demonio
Desde hace un tiempo que Rafa Mir festeja los goles poniéndose una especie de cuernos con las manos sobre la cabeza. Un festejo que se denomina el del demonio y que tiene un fondo más sentimental. Resulta que en la familia tienen a un gran amigo que se llama Albert –“Es de la familia”, matiza- y que sufrió un accidente de coche grave. Y a Albert lo conocen como el niño del demonio. “Era en su honor, para que se recuperara. Y bien que lo hizo”, cuenta Mir; “pero lo sigo haciendo porque las cosas que funcionan…”. Aunque no es mucho más supersticioso, acaso con santiguarse al entrar al campo y besarse el dedo pulgar.
Desde su llegada al club ya ha firmado 20 goles; 10 en este curso, seguido por Sandro Ramírez con tres. Aunque ninguna tarde como la del Valladolid, cuando hizo el primer y único hat-trick del club en Primera. “Me siento importante”, responde, sabedor de que ha jugado todos los partidos desde que llegó al club a excepción de la vuelta de Copa contra el Alcoyano. Cada tarde hace trabajo extra en el gimnasio de su casa y sigue una dieta que le confeccionó su nutricionista. Aunque en ocasiones no la cumplirá tan bien por culpa de Pacheta. “Es el número uno en la gestión del grupo porque transmite lo que quiere y como quiere. Además, desde que llegué no habíamos hecho ninguna comida y con el míster empezamos y ahora es habitual que nos reunamos todos”, desvela.
Ahora, con un año de contrato con los Wolves, debe decidir su futuro. Con goles todo le será más fácil. Como el que espera hacer en el Camp Nou para después devolver las tres llamadas de siempre al acabar los partidos: de uno de sus representantes; de su tío Toni; y, claro, de su padre.
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