Una luz tras Paquito 41 años después
Albert Ortega, duodécimo en los Mundiales masculinos de esquí alpino, logra el mejor puesto de un español desde Fernández Ochoa en 1980
¿Qué ocurrió con el esquí masculino español después del genial Paquito Fernández Ochoa, oro olímpico a principios de los setenta? Los técnicos enumeran una larga lista de nombres, apreciados entre los expertos, que se recorrieron medio mundo buscando pistas y glaciares para entrenar. Para el gran público, sin embargo, solo hubo una eterna hibernación. Casi olvido. Han tenido que pasar 41 años para que un esquiador vincule de alguna forma su carrera c...
¿Qué ocurrió con el esquí masculino español después del genial Paquito Fernández Ochoa, oro olímpico a principios de los setenta? Los técnicos enumeran una larga lista de nombres, apreciados entre los expertos, que se recorrieron medio mundo buscando pistas y glaciares para entrenar. Para el gran público, sin embargo, solo hubo una eterna hibernación. Casi olvido. Han tenido que pasar 41 años para que un esquiador vincule de alguna forma su carrera con la de Paquito, el gran tótem. Albert Ortega logró en los recientes Mundiales de Cortina d’Ampezzo (Italia) el mejor resultado de un deportista español desde 1980 en este campeonato en la modalidad alpina.
Este joven de 22 años, que cambia la nieve por las olas del surf para desconectar, consiguió en la Combinada la posición más alta (duodécima) tras el quinto lugar obtenido en la misma prueba por el mayor de los Fernández Ochoa en Lake Placid (EE UU).
La cumbre de este deporte sigue quedando lejos y la comparación de tú a tú con el recuerdo de Paquito resulta todavía muy exagerada, aunque al menos ahora se ha producido un destello, un chaval capaz que establecer una mínima relación con el mito después de décadas de desierto alpino. “A la gente no le parecerá tan importante, pero hay algo en el horizonte, una ilusión de que podamos tener un futuro estable en el masculino”, apunta Olmo Hernán, el director deportivo de la Federación de Deportes de Invierno.
Los hombres se habían quedado rezagados. El esquí femenino, al calor de Blanca Fernández Ochoa, tuvo presencia hasta hace muy poco en la élite con Carolina Ruiz (un triunfo y dos podios en la Copa del Mundo) y, sobre todo, María José Rienda (seis victorias). Y con una nueva disciplina como el snowboard, España se ha situado en los últimos tiempos en lo más alto gracias al oro mundial de Lucas Eguibar de hace unas semanas y al bronce olímpico de Regino Hernández. Pero nadie sabía nada de los chicos del alpino, el esquí de toda la vida.
Los dirigentes aseguran que ha faltado estabilidad en los proyectos deportivos
“Venía sin muchas expectativas”, reconoce Albert Ortega, cuyo duodécimo puesto le da acceso a una beca ADO a un año de los Juegos de Invierno de Pekín. “Cuando me dijeron que había hecho el mejor resultado en la Combinada tras el de Paquito, me sorprendió. Acabar así cometiendo errores es para estar contento. Si pienso en el futuro, no me pongo techo”, comenta. “Me analizo mucho en vídeo y también estoy con un psicólogo para trabajar las sensaciones y ver las cosas con perspectiva. El tema mental te puede jugar malas pasadas. Debes tener todo muy claro”.
El coste de una medalla
Las miradas de los entrenadores se dirigían en este Mundial a los seleccionados de más edad, aunque fue el benjamín quien se apuntó el tanto. “En el campeonato júnior de hace dos años acabó entre los 30 primeros en todas las disciplinas”, advierte Olmo Hernán. “Eso es muy difícil porque un eslalon y un descenso son casi dos deportes distintos. El primero dura dos minutos, en una posición fija y buscando la máxima velocidad. Mientras el segundo es una prueba de habilidad. Esto significa que Albert tiene una gran base motriz”, explica el director deportivo. Y lo mejor para los técnicos es que a él y a sus compañeros les queda alrededor de una década para alcanzar la edad de máximo rendimiento de un esquiador, entre los 30 y 34 años.
“Llevamos vida de nómadas: en verano en Sudamérica, en otoño en los glaciares suizos y luego a competir”, cuenta Albert Ortega
De momento, a Ortega lo describen como un vivaracho. “Desde los 12 me dedico a esto de forma profesional”, asegura. A esa edad se marchó casi solo al Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, donde pasó cinco años antes de empezar en el combinado español. “Somos nómadas, no paramos en casa. En verano vamos A Sudamérica. En otoño, a los glaciares suizos, franceses o italianos. Y durante la competición no dejamos de dar vueltas. Nuestras vacaciones son entre abril y mayo”, señala. En el equipo nacional, el sueldo medio ronda los 1.500 euros con todos los desplazamientos y dietas pagados.
En España no falta cultura de ocio alrededor de la nieve, pero sí se ha carecido de estabilidad en los proyectos deportivos, aseguran sus dirigentes. “Algunos de los chavales de ahora entraron en un programa de tecnificación hace 10 años y han tenido un seguimiento constante. Es la primera vez que pasa en los últimos tiempos”, indica Hernán. La diferencia presupuestaria es sideral con los países punteros (tres millones contra los 60 de Austria y Suiza) y, aunque la Federación cree que deberían acercarse a los 10-12 millones de Gran Bretaña o Eslovenia, insiste en que su prioridad es la eficiencia. “Disponer, por ejemplo, de unos entrenadores de primer nivel, porque antes estaban externalizados y eran extranjeros”, afirma Hernán. No hay otro camino para el esquí de siempre con una tesorería tan ajustada. Las nuevas modalidades lo tienen mejor. “El coste de una medalla es más bajo. Si un staff de snowboard lo forman dos personas, en alpino se necesitan 15”, precisa el director deportivo.