Laia Sanz o cómo terminar el Dakar sin entrenarse
La piloto española acaba el Rally en la 17ª posición y como la mejor mujer pese a arrastrar una lesión en la mano y estar en tratamiento para superar una infección bacteriana
Apenas unos días antes de empezar el Rally Dakar la piloto Laia Sanz (Corbera de Llobregat, Barcelona; 35 años) no las tenía todas consigo. “Estaba en el hotel y no me aguantaba de pie”. Llegaba a la carrera, el rally raid más duro del mundo, en una condición física bastante pobre. Una lesión que arrastró durante meses por una caída el Dakar 2020 y la enfermedad de Lyme, una infección bacteriana, no le permitieron entrenar en todo el año. Ni prepa...
Apenas unos días antes de empezar el Rally Dakar la piloto Laia Sanz (Corbera de Llobregat, Barcelona; 35 años) no las tenía todas consigo. “Estaba en el hotel y no me aguantaba de pie”. Llegaba a la carrera, el rally raid más duro del mundo, en una condición física bastante pobre. Una lesión que arrastró durante meses por una caída el Dakar 2020 y la enfermedad de Lyme, una infección bacteriana, no le permitieron entrenar en todo el año. Ni prepararse para la prueba como hubiera deseado. “Durante meses no pude hacer absolutamente nada”, recuerda, en conversación telefónica con EL PAÍS. Aun así, toma un avión este sábado, de Yedda a Barcelona, después de correr el Dakar, el 11º de los once que ha disputado.
Tras 12 durísimas etapas, especialmente duras para ella este 2021 –”Ha sido un año negro, no he pillado el coronavirus porque ni la covid me quiere”, dice con sorna–, llegó a la meta en la gran ciudad de Yedda (Arabia Saudí) en la 17ª posición de la general. Fueron 101 motos las que tomaron la salida el día 3, 63 la que llegaron a la meta. Y ella fue, de nuevo, la ganadora en categoría femenina. “Estoy que no me lo creo porque, incluso bien preparada, un 17º puesto no es fácil y, según cómo, es hasta un buen resultado”, decía instantes antes de recoger su sufrida medalla como finalista. “Para mí tiene mucho valor, y más después de haber pasado un 2020 tan malo. Solo mi gente cercana sabe lo mal que lo he pasado”.
Está contenta por haber llegado donde lo ha hecho, a pesar de todo. “No he podido ir casi ningún día a mi ritmo, eso conlleva que salgas más atrás y te encuentres mucho polvo. Entras en una rueda de la que es muy difícil salir y que te impide que salgan bien las cosas, pero seguramente esta es una de mis mejores victorias”, concede. Y se explica: “Un Dakar ya se hace duro cuando estás súper en forma, este año me he dado cuenta de lo bien preparada que había llegado otros años”.
Sanz ha llegado al vivac cada día agotada. Fatigada. “Hasta el gorro”, dice con una media sonrisa. Las etapas se le han hecho muy largas. El 2020 ya no empezó bien. “Ha sido un año chungo”, resume. Durante el último Dakar, un accidente en la segunda etapa le dejó la mano lastimada. Y aunque pudo terminar la carrera, la lesión fue más seria de lo que parecía. Tenía dos ligamentos rotos. Y la recuperación se hizo muy larga.
La cosa se terminó de torcer en primavera. Aunque ella pasó mucho tiempo sin saber por qué se sentía tan cansada. Por qué tenía tantos dolores de cabeza. “Empecé a encontrarme mal, mareada… Tenía muchas migrañas. Me hacían analíticas y todo salía bien. En agosto empecé a sentir un hormigueo extraño y molestias musculares. Visité al neurólogo. Después de muchas investigaciones el doctor se dio cuenta de que tenía una herida rara en la pierna. Así que tiraron del hilo. Me hicieron más pruebas y encontraron lo que era”. Sufría la enfermedad de Lyme. La había contraído meses antes por la picadura de una garrapata.
“Estábamos en pleno confinamiento y solía salir al jardín a hacer estiramientos. Tuvimos garrapatas a finales de mayo en el jardín porque justo por al lado de la terraza de casa pasan las ovejas. Estoy segura de que lo pillé uno de esos días”. Fue en agosto cuando empezó a tomar antibióticos. De hecho, ha llegado a tomar tres tipos diferentes. Y con ellos sigue. Todavía no está recuperada. “Me siento especialmente cansada. Me ha afectado al sistema nervioso, a los músculos; a veces tengo dolor articular”. Así, con el cuerpo aún afectado por la infección y una mano que se empezó a resentir al cabo de un par de jornadas –”Cosas normales, está sobrecargada, supongo que por llegar sin entrenar”, ha sobrevivido a un Dakar muy rápido. “Pensaba que habría más navegación, y la velocidad no ha bajado”, cuenta. Además, ha habido días algo menos rápidos pero con muchas trampas, como ocurrió en la novena especial. “No había hecho nunca una etapa tan peligrosa. La media era de 90 km/h no de 120, pero con tanta piedra… Fue muy bestia”. Como ella.