2020, cuando el fútbol quedó huérfano
Con los estadios silenciados por la ausencia de público y el deporte rey desnaturalizado, sin trono, ni reina, ni corte, este no fue el mejor de los años para la raza humana
Este año 2020 que ya termina pasará a la historia, entre otras muchas cosas, porque dimitió Josep María Bartomeu. O lo dimitió Messi. En chancletas. Zidane no ganó su cuarta Liga de Campeones y el alemán Marc André Ter Stegen sumó más asistencias de gol que el belga Eden Hazard. Tampoco es que importe demasiado porque para compensar ciertos desequilibrios siempre aparece Benzema, que ya no es gato sino león. Con el francés se caza, vaya si se caza. Y con Casemiro, que nació cazador-recolector-predicador. Sergio Ramos sigue sin renovar su contrato, por cierto. Cada pocas semanas renueva la piel...
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Este año 2020 que ya termina pasará a la historia, entre otras muchas cosas, porque dimitió Josep María Bartomeu. O lo dimitió Messi. En chancletas. Zidane no ganó su cuarta Liga de Campeones y el alemán Marc André Ter Stegen sumó más asistencias de gol que el belga Eden Hazard. Tampoco es que importe demasiado porque para compensar ciertos desequilibrios siempre aparece Benzema, que ya no es gato sino león. Con el francés se caza, vaya si se caza. Y con Casemiro, que nació cazador-recolector-predicador. Sergio Ramos sigue sin renovar su contrato, por cierto. Cada pocas semanas renueva la piel, el pelo, los complementos, las celebraciones, el vello facial, su lista de reproducción en Spotify… Pero ese último contrato que lo perpetúe en las entrañas del nuevo Bernabéu in aeternum no llega, está parado, desaparecido, traspapelado, quién sabe. En las oficinas de Concha Espina suceden este tipo de cosas de vez en cuando, como si el templo del madridismo se hubiese construido sobre un antiguo cementerio indio y los espíritus campasen a sus anchas, juguetones.
De indio se vistió Luis Suárez, despojado de la compañía de Messi en un proceso relámpago, bien documentando y telegrafiado a la prensa desde alguna estancia superior del club mientras su nuevo entrenador, el mito rubio de Wembley, acusaba a un canterano menudo de ser un intruso en el vestuario, un filtrador. Tener una cara mona no te garantiza nada en el fútbol de hoy salvo si te llamas João Félix. Podría haber nacido feo y seguiría siendo un jugador llamado a marcar una época. Pero el envoltorio ayuda y el producto tiene sabor. Se cabreó tanto Simeone con él, durante el último derbi madrileño, que lo acabó sentando en el banquillo y Antoni Daimiel, colchonero ilustre como pocos, debió acordarse de aquello que siempre decía Andrés Montes sobre las sonrisas, el talento y los sospechosos habituales. Pero el Atlético va como un tiro y a Simeone solo se le puede reprochar que se muerda tanto las uñas, el abuso de la camisa negra y cierto anuncio de televisión en el que proclama a los cuatro vientos: “¡En la delantera jugamos todos!”. No le pega. Y lo mismo debió pensar el guionista, un atrevido: debería formar parte de la foto de gala si los del Cholo terminan campeonando en la Liga. O en Europa, por qué no. Algo les debe la Bruselas del fútbol.
De Iago Aspas no diría, al menos sobre el papel, que sea un adonis. Pero yo lo veo guapo, guapísimo. Y mágico. El porcentaje de goles que aporta a su equipo se incrusta en los umbrales estadísticos de Messi, con la diferencia de que el gallego no es indiscutible en la selección y al argentino lo discuten cada vez que se pone la albiceleste. Algún día debería ponerse las chanclas de desalojar y hacer dimitir a la Argentina entera de sí misma. Pero no ahora. El luto se respeta y más por un mito como Maradona, que sobre el campo fue dios y fuera ni se sabe. 2020 dejó huérfano a un país entero y también al fútbol, en general, con los estadios silenciados por la ausencia de público y el deporte rey desnaturalizado, sin trono, ni reina, ni corte. No fue el mejor de los años para la raza humana pero como canta el también gallego Xoel López: “si estás atrapado en las sombras, avanza, avanza”. Tampoco es feo ese muchacho: aúpa Deportivo.