Schwartzman: de Nadal a Nadal, 20 días de ensueño
Desdibujado hasta que venció al balear en Roma, el argentino brilla como nunca y se cuela por primera vez entre la élite del circuito. “Estoy feliz, pero esto sigue”, dice inconformista antes de las semifinales
Con 5-6 y punto de set en contra, a punto Dominic Thiem de cerrar el tercer parcial a su favor, Diego Schwartzman va entrando en calor interiormente (“¡No se puede creer, estoy desquiciado!”) hasta que gira el cuello hacia su banquillo y explota cuando su preparador, el exjugador Juan Ignacio Chela, trata de reconducirle y levantarle el ánimo.
— ¡Vamos Diego!
— ¡No me digas más vamos! ¡Decidme algo que me sirva para el partido!
Pese a la arenga, el argentino cede finalmente la manga...
Con 5-6 y punto de set en contra, a punto Dominic Thiem de cerrar el tercer parcial a su favor, Diego Schwartzman va entrando en calor interiormente (“¡No se puede creer, estoy desquiciado!”) hasta que gira el cuello hacia su banquillo y explota cuando su preparador, el exjugador Juan Ignacio Chela, trata de reconducirle y levantarle el ánimo.
— ¡Vamos Diego!
— ¡No me digas más vamos! ¡Decidme algo que me sirva para el partido!
Pese a la arenga, el argentino cede finalmente la manga, pero acaba inclinando al austriaco en un duelo maratoniano que le catapulta directamente hacia la felicidad: El Peque, ese niño travieso que pinchaba bicicletas en Villa Crespo y cuya madre vendía pulseras en los clubes para poder sufragar los viajes de su hijo, vuela más alto que nunca.
“Cuando terminó el partido [de cuartos], apenas me senté y me emocioné por todo lo que había logrado, pero a la vez, mientras estaba debajo de la toalla me dije: esto sigue, estoy jugando un huevo… Olvidáte, que ya habrá tiempo para disfrutarlo. Sigo en el torneo y con muchas ganas de seguir ganando. Estoy consiguiendo muchas cosas que soñaba de chico. Estoy feliz, pero esto sigue”, expresaba entre el quiero y no puedo porque su cara, un libro abierto siempre, decía una cosa y su discurso la contraria. Se exige Schwartzman, con la obra aún inacabada en París, dice, pero no puede evitar una sonrisa de oreja a oreja pues el presente bien la merece.
En apenas 20 días, desde que batió a Rafael Nadal sobre la arcilla del Foro Itálico de Roma, el bonaerense le ha dado un vuelco absoluto a la que había sido su peor temporada en varios años. Ejemplo de constancia y regularidad, comenzó este 2020 destemplado —perdió tres de los cuatro partidos que disputó en la ATP Cup— y su desempeño sobre la tierra batida no era nada alentador, tanto antes del parón como a su retorno. Perdió la final de Córdoba contra Cristian Garín y en febrero tampoco pudo con Joao Sousa en la tercera ronda de Buenos Aires; luego patinó en la primera sobre el cemento del US Open, frente a Cameron Norrie, y de vuelta al coso no ofreció indicios positivos en Kitzbuhel, donde Laslo Djere le apeó en la segunda ronda.
Sin embargo, en la Ciudad Eterna encontró la inspiración y aquel triunfo contra Nadal le devolvió el brillo y la confianza, quedando no excesivamente lejos tampoco de haber podido con Novak Djokovic en la final del torneo romano. A partir de esa tarde, se disparó. De Nadal a Nadal, de Roma a la semifinal en París contra el español, el tenis ha dado con el Schwartman más reluciente. En solo 20 días, el tenista más bajito de los 100 primeros del ranking (la ATP fija su estatura en 1,70, pero es más bien generosa), el hombre que comparte asados con Juan Riquelme y mate con Nole, buenas charlas con Manu Ginobili, ha pasado de la oscuridad a los focos.
En menos de tres semanas, Schwartzman ha sido capaz de lograr su primera victoria contra un top-5 (Nadal), su primera final de un Masters 1000 (Roma), su primera victoria en un grande frente a uno de los cinco más fuertes del circuito (Thiem, número tres) y ha accedido al paraíso (el top-10 de la ATP) que buscaba desde que empuñó por primera vez una raqueta y le decían que jamás lo conseguiría porque no daba la talla.
“La altura me jugó a favor, me hizo más conocido. Hoy hay muy pocos chicos que midan menos de 1,85, pero yo no me apichono…”, expresó en su día a JPV Podcast. “Cada vez que te toca enfrentarte a él tienes que estar preparado”, se refería al cruce con Nadal del viernes; “ni siquiera es lo de Roma, que con dos sets lo consigues; aquí con dos sets por delante todavía te queda una eternidad cuando juegas contra él. Mentalmente debo estar muy preparado y físicamente también, porque muy pocos han tenido la oportunidad de ganarle a cinco sets. Ojalá pueda presentarle batalla, como hace dos años. Ojalá pueda hacer algo parecido a lo de 2018 [le ganó el primer set, hasta que la lluvia interrumpió el partido y fue postergado al día siguiente, con remontada del balear] y lo pueda sostener…”.
Mientras él y la sorprendente Nadia Podoroska (también semifinalista) progresan en París, sueña Argentina. Asoman los nombres de Gastón Gaudio, Guillermo Coria, David Nalbandian, Paola Suárez. Cuatro representantes en la penúltima ronda de 2004. El Peque, que había alcanzado en tres ocasiones los cuartos de un major (Roland Garros 2018, y el US Open de 2017 y 20198), se lo ha ganado a pulso.
“Lo más reciente es lo de Roma, así que él parte con una ligera ventaja. Tengo que buscar las cosas que allí funcionaron y solventar las que no lo hicieron”, se impone Nadal. “Creo que las condiciones son quizá un poco mejores para su estilo de juego, pero tengo que encontrar la forma de hacerle daño. Tengo que salir con las ideas claras y lo principal es que yo encuentre mi nivel de juego, al nivel de los últimos juegos del partido contra Sinner. Pero Diego es uno de los mejores del mundo”, no se cansa de repetir el de Manacor, admirador del juego inteligente que supone una excepción en los tiempos del vértigo y la potencia actuales.
¿Quién dijo que Schwartzman no podía?