La aventura de Higuita en el Tour termina en una caída tonta
A los 23 años, el ‘monster’ colombiano forma parte de la generación que lo cambiará todo
Etapa 15ª del Tour. Kilómetro 40. Término municipal de Trept. Departamento de Isère. Al fondo de la carretera que fluye por el valle se adivina, inmensa, no tan lejana, la mole cónica del Grand Colombier, la montaña de 1.534 metros que los ciclistas escalarán tres veces, por tres carreteras diferentes y tres nombres diferentes de puerto (Selle de Fromentel, Col de la Biche y Grand Colombier propiamente dicho) hasta su cima, donde termina la etap...
Etapa 15ª del Tour. Kilómetro 40. Término municipal de Trept. Departamento de Isère. Al fondo de la carretera que fluye por el valle se adivina, inmensa, no tan lejana, la mole cónica del Grand Colombier, la montaña de 1.534 metros que los ciclistas escalarán tres veces, por tres carreteras diferentes y tres nombres diferentes de puerto (Selle de Fromentel, Col de la Biche y Grand Colombier propiamente dicho) hasta su cima, donde termina la etapa. Sergio Higuita no será uno de ellos que la goce y la sufra en las cuestas. Sergio Higuita, la cabeza de león bordada en su maillot amarillo de campeón de Colombia, la palabra monster, su nombre de guerra, debajo, se baja de la bicicleta junto al coche del equipo, apoya la cabeza en el hombro de su director, Charly Wegelius, y solloza, llora a lágrima viva de dolor y de rabia. El Tour, su primer Tour, seguirá sin él, conmocionado tras una caída unos kilómetros antes, víctima de un accidente estúpido producido cuando el gigante Jungels, que controla los intentos de fuga de inicio de etapa, se aparta hacia la derecha justo unos segundos después de que lo hiciera el colombiano, cuya rueda delantera es golpeada involuntariamente por la trasera del luxemburgués. Higuita se desequilibra e inevitablemente se cae duro. Vuelve a montar y, como no puede agarrar bien los frenos –tiene huesos rotos en una mano– vuelve a caerse.
El golpe suena fuerte y resuena al amanecer en la Comuna Castilla, su barrio de Medellín, donde cantan sus victorias como si fueran goles de la selección colombiana, en toda Colombia, donde se le quiere.
Vistos los inicios fulgurantemente brillantes de niños novatos, debutantes caníbales, como Pogacar o Hirschi, aquello que decían los viejos de que uno no puede elegir triunfar en el Tour sino que es el Tour el que elige, y separa amados de desamados, a los que amarga, parecía quedado en eso, en vieja charla de viejos que no saben cómo seguir llamando la atención. Pero el desamor sufrido el verano por Higuita, 23 años recién cumplidos, que llegó ya disminuido al Tour tras una caída que le frustró la Dauphiné, la carrera prólogo por las mismas carreteras alpinas que se acercan, vuelve a darles valor de sabiduría, y más porque Higuita, que no llegaba tanto para ganar el Tour como para establecerse entre los más grandes, llegaba de un invierno magnífico en el que, en el Tour Colombia, en la París-Niza, había puesto en fila detrás de su rueda trasera a algunos de los mejores, había dejado sin aire a Alaphilippe, sin victorias a Egan, y llegó la pandemia, el parón, el confinamiento, el recomienzo amargo en la Dauphiné.
Quizás por sus orígenes, tan diferentes, tan lejanos de los de los jóvenes europeos, reyes de una generación y una cultura de niños ultraprotegidos, y más voluntariamente aniñados por sus padres, quizás por su tenaz camino a la madurez, Higuita, tan parecido ciclísticamente a ellos, tan ambicioso, tan desacomplejado, más veloz que casi todos, nunca ha pensado como ellos.
“La generación de hoy queremos todo para ya, de hacer las cosa ya, rápido, pero yo he aprendido mucho [y arrastra con lentitud las palabras, como para contradecir la prisa] a la aceptación de que pasen las cosas que tienen que pasar, y no forzar a que sucedan las cosas, sino a que pasen porque tengan que pasar”, reflexiona Higuita en una entrevista efectuada a comienzos de año cuando se le pide que se compare con Remco, de 20 años, con Pogacar, de 21. “Pero, sí, somos una generación que creemos que hay que hacer todo muy rápido. Cualquier cosa queremos ya, ya, ya... Y he aprendido bastante a tener la calma, a pensar que esto comienza... Estos días yo me sentí muy viejo en el Mundial [disputó la sub 23]... Tenía a los chicos del 99, 2000, más o menos de mi año, pero yo como tenía experiencia me sentía como Rigo en el equipo... Los veía muy jóvenes, la verdad. Incluso veía a uno muy joven del 97, imagínate, por el camino que yo llevo diferente, por la trayectoria... Pero no solo por mi camino de mi vida, sino porque yo sé que soy muy joven, que me falta muchísimo y la experiencia la dan los años, los momentos malos...”
Higuita creció como ciclista y persona en el Club Nueva Generación, de Amparo y Fernando Saldarriaga, que, como escribe Matt Rendell en su libro Colombia es pasión, “más que un club es un proyecto de vida que acoge a chicas y chicos con familias destruidas por la pobreza y por la violencia, a los que, con amistad, apoyo y entrenamiento, arma para la vida con autoestima, disciplina y hasta, en algunos casos con una carrera como ciclistas profesionales”.
A Higuita siempre le preguntan por su infancia en Castilla, un barrio de las laderas de Medellín que aún parece el decorado de las películas sobre Pablo Escobar y que aún está controlado por combos de traficantes. Y él siempre cuenta cómo libró por uno minuto de un tiroteo a la puerta de su casa en el que murieron tres niños de su edad, 13 o 14 años. Pero, para que los periodistas no acaben siempre escribiendo lo mismo, le recalca a Rendell: “Dejé porque es muy ruidoso e incómodo para un ciclista, pero amo mi barrio, me encanta. La bici no fue mi herramienta para salir del barrio, sino para entrar en el mejor ciclismo, y el ciclismo es amor, felicidad, pasión”.