Un campeón excepcional
Un Real Madrid pletórico suma ante el Villarreal su décima victoria consecutiva y consigue la Liga por 34ª ocasión, el segundo título doméstico con Zidane al frente
La Liga más anómala cayó del lado de un equipo excepcional: el Real Madrid. Porque admirable ha sido su conjura tras el calendario supersónico al que ha obligado la pandemia. Con tal trajín, con diez partidos a la vista en 32 días, el equipo de Zidane ha sido capaz de encadenar una victoria tras otra. La terminal frente a un Villarreal con mucho telonero de inicio y mejorado después.
La marcha a toda mecha del Madrid ...
La Liga más anómala cayó del lado de un equipo excepcional: el Real Madrid. Porque admirable ha sido su conjura tras el calendario supersónico al que ha obligado la pandemia. Con tal trajín, con diez partidos a la vista en 32 días, el equipo de Zidane ha sido capaz de encadenar una victoria tras otra. La terminal frente a un Villarreal con mucho telonero de inicio y mejorado después.
La marcha a toda mecha del Madrid ha resultado imposible para el crepuscular Barça, varado desde el desconfinamiento. Del Messi avasallador en la última década liguera, a un Real mosquetero. Un coro con un espinazo de futbolistas tan baqueteado en el fútbol como colmado de éxitos. Pretorianos como Sergio Ramos, Varane, Marcelo, Modric, Benzema, Kroos, Casemiro... Gente a la que Zidane, valedor como ninguno del torneo doméstico, ha sabido enchufar al tajo del día a día. Justo lo que tanto disgustaba a un pelotón de futbolistas que se manejaban mejor en distancias cortas como las de la Champions.
Con Zidane la Liga no es un apeadero, como ya demostró con la conquista de la edición de 2016-2017. La tutoría de ZZ ha resultado crucial. Ha hecho gravitar al equipo sobre un núcleo de centuriones ya clásicos, al tiempo que no ha olvidado dar carrete al resto del grupo. El preparador francés ha manejado de maravilla su largo muestrario. Y ello pese a que en la recuperación del trono nacional poco o casi nada han tenido que ver cuatro jugadores reputados. Asensio estuvo lastrado por su infortunio en la pasada pretemporada. A Hazard le han condicionado sus problemas iniciales con la báscula y las repetidas lesiones. De James apenas hubo migas, y Bale tuvo más focos como pipero en la grada que por su despliegue en la hierba. Ante bajas y dimisiones tan señaladas, el núcleo duro, con Ramos y Benzema a la cabeza, ha marcado el paso. Al tiempo, los reclutas cadetes tuvieron su momento: Vinicius, Valverde, Rodrygo, Mendy...
Con su totémica figura, Zidane no se inmutó con el ensordecedor eco de Mourinho cuando el conjunto se desplomó en París o en Mallorca. ZZ resistió cuando el Madrid aparecía de nuevo como ese equipo pendular al que no le agrada el tránsito por LaLiga. Los batacazos con el Levante y el Betis hicieron presagiar lo peor al madridismo. Pero el teletrabajo de ZZ resultó de lo más efectivo. Del parón despegó un Madrid titánico. No de fútbol apoteósico —etiqueta que nadie ha merecido este curso en Europa—, pero sí con una convicción extrema.
Gran armadura
Un Real con una armadura inquebrantable para sus adversarios. Blindado como nunca delante del estupendo Courtois, ante el gol equipo ha sido un orfeón: 21 jugadores han goleado en LaLiga. Al margen de Benzema, autor de 21 tantos, el Real ha dado con distintas fuentes goleadores, suficiente para que nadie en todo el curso le haya remontado un partido liguero. Ni antes de la covid-19 ni con el frenesí futbolero de después.
Tampoco progresó el Villarreal, que partió en Valdebebas con una alineación muy borrosa, poco reconocible. Como prueba, Sofian Chakla, un central marroquí que solo había sido alistado en un encuentro. Calleja prefirió ahorrar depósito y pelear el próximo domingo con frescura por una plaza en la Liga Europa. Frente al líder tiró medio partido, con un primer tiempo en el que fue la nada. El Madrid, a su manera, firme y gobernante, le redujo a virutas. Ni un remate de los amarillos antes del descanso. El Madrid se prodigó lo suficiente para despachar a su rival con una estocada. Chakla pifió un pase a Moi. Casemiro metió la escoba y Modric aceleró, fijó a los centrales e hizo hueco a Benzema. El galo, vivificante como nunca, atinó con el remate. La rebeldía de Osasuna en el Camp Nou ya ponía aún más en bandeja el título al Real Madrid.
El segundo acto fue más equilibrado. Iborra, Cazorla, Bruno y Ontiveros le dieron otro hueso al chato Villarreal del primer tiempo. El Madrid quiso administrar el duelo a la espera de una puntilla. Le llegó por una vía ya casi rutinaria tras el fútbol poscoronavirus: un penalti. Esta vez tuvo mucha miga. Sergio Ramos, en su habitual modo espartaco, pudo en un asalto con Gerard Moreno. Se fue como trueno hacia el área visitante y cayó ante Chakla. Definitivamente, el catálogo de Ramos ante los penaltis es infinito. El capitán hizo un guiño a Messi. O quién sabe si a Johan Cruyff. El holandés se inventó en los años 70 el penalti compartido. Nada de un lanzamiento directo, sino anotado de jugada con un colega. Suerte que repitieron en febrero de 2016 Messi y Suárez. El del Ajax y el del Barça fueron culminados. El de Ramos con Benzema de socio fue anulado por pisar el área el francés antes de tiempo. También se debió anticipar algún rival, así que se repitió y el andaluz le dio pista al galo, que no falló.
Ya hacía tiempo que el Madrid tenía cara de campeón, pese al gol de Iborra y un doble paradón de Courtois con 2-1. No llegó el Villarreal donde llegó Osasuna y en Valdebebas hubo un campeón excepcional, tan insólito que fue proclamado por 34ª ocasión donde nunca: en el estadio monumental que honra a Di Stéfano.