La deshonra del Barça
Osasuna acaba con la condición de invicto del Barcelona este curso en su estadio después de un partido horroroso de los azulgrana a pesar del voluntarismo de Messi
El Camp Nou asintió en silencio y derrotado al alirón del Madrid. A puerta cerrada no hay expectación que valga ni carrusel que tenga sentido en el estadio cuando además nadie apuesta por el Barça y no se duda del Madrid. La victoria y la derrota han dejado de importar en un equipo azulgrana que antes fue extremadamente sensible al marcador simultáneo, tan pendiente del resultado propio como del aje...
El Camp Nou asintió en silencio y derrotado al alirón del Madrid. A puerta cerrada no hay expectación que valga ni carrusel que tenga sentido en el estadio cuando además nadie apuesta por el Barça y no se duda del Madrid. La victoria y la derrota han dejado de importar en un equipo azulgrana que antes fue extremadamente sensible al marcador simultáneo, tan pendiente del resultado propio como del ajeno, eufórico cuando recuerda las ligas ganadas en el último partido en Tenerife o el penalti fallado por Djukic en Riazor, y depresivo por el Tamudazo o el título cedido ante el Atlético en tiempos de Tata Martino. Hoy nada parece importar en el Barcelona. Nadie quiere pensar siquiera en la Champions.
La rutina y la inercia de Berlín 2015 ya no alcanzan para ganar la Copa ni la Liga, ni siquiera para ganar a Osasuna, vencedor en el último partido del campeonato disputado en el Camp Nou. No perdía el Barça desde la visita del Betis de Setién en noviembre de 2018. Los guiños del fútbol son así de crueles y más en el Barcelona. La derrota subrayó la decadencia del equipo, destronado, irreconocible con la zamarra a cuadros, fatigado y falto de autoridad, expuesto a cualquier accidente y a merced del Madrid. La emoción ya no la marcan los encuentros del contrario ni el visionado del VAR, sino las imágenes de Piqué en wakesurf o bicicleta camino del derbi del Camp Nou.
Las alineaciones de Setién no paran de dar tumbos alrededor de Messi, seguramente porque si desapareciera el 10 se dudaría incluso de si el equipo que juega es el Barça. Ausente por lesión Griezmann, el jugador señalado es ahora Luis Suárez. El uruguayo, que forzó su regreso después de una seria lesión de rodilla, ha dejado de ser titular para suerte de futbolistas intermitentes como Braithwaite y Ansu Fati, las puntas de ataque de un plantel que ante Osasuna prescindió también de su punto de referencia habitual, el mediocentro Busquets, y reservó al renqueante Jordi Alba.
Los distintos cambios no despertaron al equipo del abatimiento ya denunciado en Valladolid, ante el Espanyol y contra la mayoría de adversarios de LaLiga. Hay una desgana colectiva que provoca bostezos en suplentes como Arthur. Los partidos son largos y aborrecibles, insoportables, sin picos de juego y relativamente fáciles de defender para rivales solidarios y bien armados como Osasuna. A partir de una línea de tres centrales, los muchachos de Arrasate no solo se defendían con relativa comodidad sino que sus transiciones desestabilizaban a la desorganizada zaga del Barça.
La pasividad barcelonista, expresada en Messi, orillado como extremo derecho, confundido a veces incluso con un futbolista que aguarda para entrar en el campo, contrastaba con la fogosidad de Estupiñán, excelente en sus internadas por el costado izquierdo, asistente de Arnaiz en el 0-1. Osasuna seleccionaba muy bien sus ataques mientras el Barcelona se confundía en defensa y en ataque, tan vulnerable en el área de Ter Stegen como inútil en la de Herrera. A los azulgrana les faltaba profundidad y vértigo, excesivamente cansinos y reiterativos en las pérdidas de balón, impacientes e imprecisos desde que tomaron el gol de su excompañero Arnaiz.
La única amenaza barcelonista eran las faltas de Messi. Y el capitán no encontraba el arco para sorprender a un equipo desacomplejado, solidario en el esfuerzo y el reparto de los goles y que no se cansa de poner buenos centros, dispuesto a coronar su excelente temporada con un marcador de impacto en el Camp Nou. A Osasuna le bastaba con estornudar para que se estremeciera el Barça. Tembloroso en su cancha, tampoco desequilibraba en campo contrario, pendiente del desespero de Messi. Aunque su aspecto era el de un jugador triste y apagado, el capitán no se rendía, sino que insistía y se exponía al error ante el buen Osasuna.
La visita del Nápoles
La porfía del rosarino permitió levantar momentáneamente el ánimo al equipo después de que Setién intentara cambiar el ritmo del encuentro con Arturo Vidal y Suárez. No había noticias de Ansu Fati y Riqui Puig, más depresivos que divertidos, cuando el árbitro señaló falta y Messi dispuso de su cuarto tiro libre ante Herrera. Y, por fin, después de siete partidos en que solo había metido un gol, el argentino consiguió aumentar su cuenta anotadora: 23 goles y 20 asistencias. Messi coló la pelota junto a la escuadra derecha de Herrera después de salvar la barrera con una gran parábola.
La expulsión de Enric Gallego, previa consulta del VAR, por un codazo a Lenglet parecía abonar el remonte del Barça. Se trataba simplemente de ganar, sin reparar en el Madrid, y por contra se dio la victoria de Osasuna con un jugador menos después del gol de Roberto Torres. La derrota acaba con las distintas mentiras contadas en el Barça. La caída fue tan esperada como rotunda y, en consonancia, con el tono fúnebre de la jornada, Messi acabó por sentenciar: “Así también vamos a perder con el Nápoles”.