Adiós a Suso Morlán, el técnico que forjó a David Cal

El entrenador del deportista olímpico español más laureado muere en Brasil, donde preparaba los que iban a ser sus últimos Juegos

Suso Morlán, en Sao Paulo, durante la preparación de los Juegos de Río 2016efe

Ni la enfermedad le apartó de su pasión, solo lo hizo la muerte. Jesús Morlán falleció a los 52 años de edad en la localidad brasileña de Lagoa Santa porque allí le había llevado la vida desde su Pontevedra natal. Y su vida no solo era el piragüismo, sino fabricar campeones. Lo hizo con David Cal, al que moldeó para convertirlo en el deportista olímpico español más laureado de todos los tiempos. Luego, tras el verano de 2012 en Londres, después de tres Juegos Olímpicos y cinco m...

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Ni la enfermedad le apartó de su pasión, solo lo hizo la muerte. Jesús Morlán falleció a los 52 años de edad en la localidad brasileña de Lagoa Santa porque allí le había llevado la vida desde su Pontevedra natal. Y su vida no solo era el piragüismo, sino fabricar campeones. Lo hizo con David Cal, al que moldeó para convertirlo en el deportista olímpico español más laureado de todos los tiempos. Luego, tras el verano de 2012 en Londres, después de tres Juegos Olímpicos y cinco medallas, Morlán atendió la llamada del comité olímpico brasileño para construir desde la nada uno de los equipos más potentes del mundo. Cal intentó con él esa aventura, pero el desgaste y la morriña le invitaron al regreso y a la retirada porque no iba a entrenar con otro preparador. Suso Morlán, que era tozudo y perseverante, fabricó nuevos campeones en tierra extraña. “Brasil es una ilusión, como cuando tienes una nueva novia”, apuntó en el momento de partir. Allí seguía. Dos de sus remeros Erlon de Souza e Isaquías Queiroz subieron al podio en los Juegos de Río y ahora apuntan a Tokio. Desde que empezaron a trabajar con Morlán sumaron trece medallas en campeonatos del mundo.

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Minucioso, metódico y al tiempo expansivo en su manera de expresarse, Morlán formó durante años un tándem perfecto con Cal, que le tenía una fe inquebrantable hasta el punto de que cada lunes el técnico le entregaba una nota con la ropa que debía llevar al entrenamiento cada día de la semana. Sin más detalles sobre el trabajo. “Una de los valores de David es la obediencia”, resumía Morlán, que era un hombre-orquesta, diseñador incluso de las canoas que les llevaron al podio en Atenas y Pekín antes de que se apoyase en la más avanzada ingeniería militar para exprimir unas décimas de segundo en Londres, seguramente decisivas. Tocaba todos los palos en la preparación y lo hacía con la ayuda de un colaborador que presentaba ante las visitas como el japonés, en realidad el crónometro. Con él media ritmos y tiempos y lo hacía con ese punto de descreimiento propio del buen gallego. “Le llamo el japonés, pero en realidad ya ni eso es porque pone made in USA. Con él solo hay verdades abolutas y se acaban las milongas y las disculpas”.

Cal no las tenía, pero sí alguna duda. Era un cadete de catorce años cuando empezó a trabajar con Morlán y se ganó una plaza en el equipo nacional. Pero una mala experiencia en alguna concentración le llevó de vuelta a Pontevedra. “Estaba decidido a abandonar el piragüismo y llevaba una semana sin entrenar, pero entonces se presentaron en mi casa Suso y el presidente de la federación Santiago Sanmamed. Me ofrecieron trabajar solo en Pontevedra solo con Suso y acepté”, recuerda. Fue en 2007 cuando Morlán entregó todo su talento a aquel chico tímido, muy obediente y con tendencia a ganar peso si no trabajaba, pero que cuando se aplicaba era una bomba. “Entreno a un solo tío y no me llegan las horas del día”, explicaba.

“Nos deja una persona insustituible que nos llevó al éxito con una metodología creada por él”, valora Paulo Wanderley Teixeira, presidente del Comité Olímpico Brasileño. Antes lo hizo para el deporte español, del que se fue con un punto de desencanto. “Nos pasamos años diciendo que iba a venir el lobo y al final el lobo vino y se llama Brasil”, explicó Morlán poco antes de atender la oferta para cruzar el charco. Él estaba a sueldo de la federación, pero sus emolumentos no dejaban de bajar, también los medios para trabajar. “La maldita crisis y los recortes en los presupuestos…”, lamentó.

Hace justo ahora dos años, poco después de llevar a sus pupilos brasileños al éxito en los Juegos Olímpicos sufrió una operación quirúrgica después de que le diagnósticasen un tumor cerebral. Aquel envite no le venció. Una semana después ya coordinaba al otro lado del ordenador el trabajo de sus canoistas y poco después renovó contrato hasta los Juegos de Tokio. Ahí lo iba a dejar, se lo había prometido a su hija de siete años, que vive en Colombia con su madre. Este fin de semana Alfredo Bea, presidente de la federación gallega de piragüismo, charló con él por teléfono: “No noté nada extraño. Parece increíble que, ni siquiera doce horas después, nos llegase la noticia de su muerte”. Lauro de Souza, uno de sus auxiliares en la concentración de Lagoa Santa tampoco esperaba un desenlace así. “Nos ha golpeado la noticia. No se quejaba de nada”, explica.

Con Morlán se va un ganador, un detallista que relacionaba el piragüismo con la matemática, constructor de trabajadas gráficas sobre vientos en canales de regatas que le daban referencias que guardaba como un tesoro, siempre vecino al japonés y al ordenador en el que volcaba toda la información. Alguna la compartió en “David Cal. 100 días para la historía”, un dietario que acabó por publicar y en el que describió la preparación de los últimos Juegos en los que formaron pareja. “Me quedo con su imagen sujetando en la mano el cuentapaladas y con la bandolera que siempre llevaba colgada para guardar la libreta en la que anotaba cada detalle”, le despide Cal.

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