Leo, en casa

Messi en Argentina, y en el Madrid, y en cualquier equipo no entrenado por Guardiola es un injerto deslumbrante que nunca jugará como en su club

Messi, en un entrenamiento con Argentina. Natacha Pisarenko (AP)

Después de cada viaje de Messi a Argentina, el jugador termina en el diván. Allá no se incorpora a un equipo, sino a algo poco recomendable para su salud mental: se incorpora al pasado para hacerlo reanudar en sus botas y no en las de Diego Maradona. ¿Por qué Messi no es el mismo?, se preguntan los aficionados. La primera respuesta es obvia: porque nadie es el mismo en otra familia. Pero más allá de eso Leo Messi no necesitó de familia en goles antológicos marcados al Getafe, al Zaragoza, al Madrid, al Sevilla. El argentino es una consecuencia del estilo de juego del Barça, su máxima represent...

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Después de cada viaje de Messi a Argentina, el jugador termina en el diván. Allá no se incorpora a un equipo, sino a algo poco recomendable para su salud mental: se incorpora al pasado para hacerlo reanudar en sus botas y no en las de Diego Maradona. ¿Por qué Messi no es el mismo?, se preguntan los aficionados. La primera respuesta es obvia: porque nadie es el mismo en otra familia. Pero más allá de eso Leo Messi no necesitó de familia en goles antológicos marcados al Getafe, al Zaragoza, al Madrid, al Sevilla. El argentino es una consecuencia del estilo de juego del Barça, su máxima representación física, pero cuando el Barça no lo dinamita se hace explotar solo.

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Esta catarsis generalizada que sucede a los partidos argentinos no ha alcanzado nunca a descifrar la puntillosa ausencia de Messi allá. De la época del pechofrío y la ira generalizada del aficionado a su figura se ha viajado por fin, tantos años después, a la razón más científica por la que Messi nunca termina de imitar al de Barcelona. Es un producto de una idea, y su juego es natural, instintivo y condicionado por una educación, la del Barça, en la que se enseña a eso tan poético de ocupar y desocupar espacios. Los que mi querido Ramón Estrada llamaba messiniestas, casi robots que hacen de las cosas más extraordinarias una industria rutinaria.

Messi es intraducible en Barcelona porque él solo constituye un idioma propio, un lenguaje artillado lejanamente desde Michels y glorificado por Cruyff. Messi en Argentina, y en el Madrid, y en cualquier equipo no entrenado por Guardiola es un injerto deslumbrante que nunca jugará como en su club, porque nadie entiende mejor a una familia que el que nació en ella. De estas derrotas suyas con Argentina, en donde siempre es el mejor de su equipo, nunca se sacará nada en limpio: el Messi del Barça no existe en otro sitio.

Sigue marcando la diferencia, golea más que nadie y empuja una y otra vez a su país: ha llegado a finales de la Copa América y Mundial. Si no es un extraterrestre es por la misma razón por la que lo es en el Barça: el alfabeto. No es que en Argentina se lo hayan cambiado, es que la selección necesita jugar 30 años como el Barcelona para que Messi nazca allá como nació en La Masía. Hay algo de revelación en todo ello. La misma revelación, ocurrida en México hace treinta años, que le persigue como un fantasma.

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