Comparado con Messi

Messi, durante un entrenamiento con Argentina.Natacha Pisarenko (AP)

Nos gusta comparar esto con aquello, aquello con lo otro, lo otro con lo que sea. Lo hacemos todo el tiempo. Algunos días incluso comparamos una cosa con la misma cosa, a ver si es igual hoy que la semana pasada. Buscar diferencias y similitudes entre dos o más elementos devino en pasatiempo, algo instintivo. No hay materia en la que no se juegue a comparar: literatura, economía, música, automoción, tecnología, periodismo… Y por supuesto, fútbol. Ay. Imaginen no comparar este equipo con aquel, un jugador con uno rival, el fútbol de hoy con el de ayer: los días se llenarían de huecos, de horas ...

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Nos gusta comparar esto con aquello, aquello con lo otro, lo otro con lo que sea. Lo hacemos todo el tiempo. Algunos días incluso comparamos una cosa con la misma cosa, a ver si es igual hoy que la semana pasada. Buscar diferencias y similitudes entre dos o más elementos devino en pasatiempo, algo instintivo. No hay materia en la que no se juegue a comparar: literatura, economía, música, automoción, tecnología, periodismo… Y por supuesto, fútbol. Ay. Imaginen no comparar este equipo con aquel, un jugador con uno rival, el fútbol de hoy con el de ayer: los días se llenarían de huecos, de horas en blanco, silenciosas, que nos permitirían oír desde el salón las gotas que se descuelgan del grifo de la cocina.

Todo el mundo necesita imaginar mundos imposibles, en los que la realidad no sea tozuda y case con sus gustos"

Comparar es una constante en el fútbol, y si quieren, también una pesadez inevitable. En nuestro afán errático por comparar lo que sea, nadie se presta tanto a ello como Leo Messi. Siempre estamos tratando de ponerle alguien al lado, para medir. En eso somos encomiables. O quizá incorregibles. Una de las ficciones más comunes en la que, por serlo, muchos están dispuestos a creer, es esa en la que lo comparamos con Cristiano Ronaldo. Todo el mundo necesita imaginar de vez en cuando mundos imposibles, en los que la realidad no sea tozuda y case con sus gustos. Hablamos, más que nunca, de una modalidad de pasatiempo, como el crucigrama o las ocho diferencias. Cuando se deja atrás la comparación con Cristiano, sostenida por unos señores que saben mucho de marketing y por otros que saben poco de fútbol, llega la comparativa con Maradona. ¿Están a la misma altura? ¿Es superior uno? ¿Era mejor el otro? Tal vez no exista respuesta fehaciente para una incógnita ociosa.

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Pero como Messi lo admite todo, también hay días en los que se le compara con Messi. Esos son los días más divertidos, cuando aparece alguien y afirma que por lo menos Messi son dos jugadores. Está el que juega en el Barça, rodeado de gente como Iniesta o Neymar, y en otra época Xavi o Guardiola, y el que juega con Argentina. Con el club ha ganado toda clase de finales, y varias veces. En cambio, con la selección ha conseguido justamente perderlas, también varias veces.

Para ciertas personas podrían llamarse con nombres diferentes. Claramente uno es mejor que otro, sostienen, como si al subirse a un avión, para ir de los partidos del Barça a los de la selección, perdiese habilidades. No son el mismo Messi, afirman, casi en la línea de aquel texto de Borges titulado “Borges y yo”, en el que el narrador, llamado Borges, decía que él se dejaba vivir, mientras que al otro, también llamado Borges, era al que le pasaban las cosas y el que tramaba la literatura. A uno le gustaban los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; al otro también. El texto acaba con un “No sé cuál de los dos escribe esta página”. A mí me pasa que tampoco distingo a un Messi del otro. Siempre me parece el mejor. El incomparable.

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