La liberación de ‘Stanimal’

Guiado por el sueco Norman y desde una transformación personal que le llevó a cambiarse el nombre, el oscilante Wawrinka se consagra en la treintena, después de conquistar tres Grand Slams en tres años

Wawrinka devuelve la bola en la final contra Djokovic.Alex Goodlett (AFP)

De Stanislas a Stan hay un mundo, toda una metamorfosis personal. El proceso incluye un buen puñado de derrotas, no pocos vaivenes sentimentales y la regeneración final de un hombre que poco a poco ha ido encontrando la paz personal; también, después de conquistar su tercer Grand Slam con una exhibición ante Novak Djokovic en la final de Nueva York, la eclosión profesional. Del perdedor apocado al triunfador que hoy ocupa las portadas hay un trecho eno...

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De Stanislas a Stan hay un mundo, toda una metamorfosis personal. El proceso incluye un buen puñado de derrotas, no pocos vaivenes sentimentales y la regeneración final de un hombre que poco a poco ha ido encontrando la paz personal; también, después de conquistar su tercer Grand Slam con una exhibición ante Novak Djokovic en la final de Nueva York, la eclosión profesional. Del perdedor apocado al triunfador que hoy ocupa las portadas hay un trecho enorme; no en lo temporal, apenas tres años, sino en lo vital. Atrás quedó Stanislas, porque el presente lo escribe Stan.

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Cuando Wawrinka (Lausana, Suiza; 31 años) decidió cambiarse el nombre, en 2015, lo hizo porque quería redirigir su vida y su carrera, hasta entonces un continuo zigzag. Su desmedido talento con la raqueta era correspondido con una cifra proporcional de tropiezos, que no caen en el olvido, sino todo lo contrario: son las vigas que sostienen su reconstrucción. “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Vuelve a fracasar. Fracasa mejor”, reza la tinta inyectada en su antebrazo izquierdo.

El suizo, tres del mundo, a la sombra permanentemente del mito de Roger Federer en su país, dio un giro radical a su vida. Adoptó decisiones trascendentales, como el cierre de una convulsa relación de 10 años con su exesposa (ahora está emparejado con la croata Donna Vekic, 102 de la WTA). Sin embargo, ninguna fue tan importante para su despegue como su alianza con Magnus Norman, el extenista sueco que de forma silenciosa y con mucha paciencia, a partir de 2013, fue reencauzándole. Desde entonces, Stan fue abandonando progresivamente a Stanislas. Su tenis siguió describiendo curvas, muchos altibajos, pero el nórdico le enseñó a ganar.

Entre él y Norman hay química. El técnico supo ir domando poco a poco al chico de las dos caras: Stan, el tipo cercano, bromista y afable, incluso tímido, y Stanimal, el tenista que cuando saca a pasear el brazo y está inspirado no hay quien lo pare. Ni siquiera Djokovic, al que le tiene tomada la medida. Por encima de todo, el sueco –dos del mundo (2000) y finalista de Roland Garros en su currículo– le transmitió equilibrio y la fortaleza emocional para alejar todo aquello que le perturba. “Ahora, la única meta que tengo siempre en mi mente es la de superarme”, reflexionó tras batir a Nole, pulverizado por el exquisito revés a una mano de Stan.

Hasta que se entregó a Norman, los resultados de Wawrinka eran los de un jugador oscilante, con buenas herramientas pero muy poca estabilidad. Después, de la mano del preparador, comenzó a controlar la ansiedad y hacerse grande en los escenarios más reconocidos. Primero abordó el Abierto de Australia (2014), luego tomó Roland Garros (2015), con una apoteósica actuación contra el serbio, y este domingo alzó el trofeo del US Open. “He llegado a tres finales de Gran Slams y las he ganado porque nunca sentí la presión de que tenía que ser campeón; sí la de salir y hacerlo bien. Tampoco me cuestiono si enfrente tengo al mejor jugador del mundo”, resumió.

Wawrinka celebra el título con su entrenador, Magnus Norman.DANIEL MURPHY (EFE)

En cierto modo, Wawrinka es un antihéroe. Le incomoda el protagonismo excesivo y acostumbra a ir a lo suyo. Tiene las mejillas picadas por el acné, la nariz rojiza como un pimiento y su figura dista mucho de los cuerpos fibrados y finos que predominan en el circuito. No tiene el tirón mercadotécnico de los cuatro fenómenos. Pero, ya lo dijo antes del pulso con Djokovic: ahora es feliz. Stanimal se ha liberado. Y lo ha hecho en la treintena, cuando pocos daban ya un duro por él. Cuenta ya con la misma cifra de majors que el escocés Andy Murray, el integrante complementario del Big Four, y ha ganado las 11 últimas finales que ha disputado. Se ha ganado el respeto.

“Se merece que le incluyan entre los grandes jugadores, no hay duda. Ha ganado tres Grand Slams diferentes, una medalla olímpica (en el dobles de 2008, junto a Federer) y la Copa Davis (2014). Ha estado en lo alto durante años, jugando su mejor tenis en los grandes partidos”, diseccionó el serbio, rendido al gran Stan.

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