Muguruza cae en el remolino

Lejos de un desarrollo lógico y apacible, la jornada del circuito femenino transcurrió de shock en shock. Se vio, por ejemplo, cómo una jovencita de 17 años, Catherine Bellis, accedía a la tercera ronda después de superar a Shelby Rogers, seis años mayor que ella y mucho más rodada; también, instantes de escalofrío cuando Johanna Konta se desplomó sobre el cemento y comenzó a temblar, fruto de un colapso producido por el calor; y luego llegó el gran pelotazo, la bomba del día:...

Lejos de un desarrollo lógico y apacible, la jornada del circuito femenino transcurrió de shock en shock. Se vio, por ejemplo, cómo una jovencita de 17 años, Catherine Bellis, accedía a la tercera ronda después de superar a Shelby Rogers, seis años mayor que ella y mucho más rodada; también, instantes de escalofrío cuando Johanna Konta se desplomó sobre el cemento y comenzó a temblar, fruto de un colapso producido por el calor; y luego llegó el gran pelotazo, la bomba del día: Garbiñe Muguruza, la número tres mundial, cedió ante la letona Anastasija Sevastova, la 48, una jugadora sin currículo que en los dos últimos años no había cogido una raqueta porque las lesiones le habían forzado a un retiro prematuro.

De nuevo, otra vez, Muguruza se despidió demasiado rápido de Nueva York, donde nunca ha roto la barrera de la segunda ronda en sus cuatro participaciones. Esta vez, 7-5 y 6-4, después de 1h 39m. Y, de nuevo, otra vez, Garbiñe dijo adiós a un torneo demasiado pronto, lo que, paréntesis de Roland Garros al margen, se ha convertido en una peligrosísima rutina durante esta temporada. Se inclinó en la tercera ronda en Melbourne y en la segunda de Wimbledon, al igual que en los Juegos de Río y en el Masters de Madrid e Indian Wells, citas estas también de gran cartel. Demasiadas salidas precipitadas para una tenista a la que se le señala como a una elegida.

Reúne la hispano-venezolana unas condiciones excepcionales para vivir en lo alto del circuito y desprende desde hace tiempo la sensación de que el límite solo puede marcarlo ella, pero la realidad y los resultados definen una ciclotimia vertiginosa e incomprensible. Capaz de lo mejor (Wimbledon 2015 o París 2016) y de lo peor, tiende a desconectar si el viento no viene de cara y los partidos se afean. Caso, por ejemplo, del pulso ante Sevastova, quien aprovechó el desgobierno –11 breaks, siete a favor de ella– y la confusión de su rival.

Cierto es que Muguruza no aterrizó en Flushing Meadows de la mejor forma, ya que sufrió una indisposición estomacal en Montreal y se truncó la preparación. Justa de fuerzas, desgastada por un curso en el que la erosión trasciende más allá de lo corporal y alcanza sobre todo a la mente, no ha conseguido encontrar un punto de equilibrio ni linealidad. Demasiada curva, demasiado giro brusco. El reflejo fidedigno de lo que es hoy día el circuito femenino, en el que a excepción de Serena Williams (reina durante 184 semanas ya) y Angelique Kerber (la más fiable en este 2016), todas van y vienen, aparecen y desaparecen de forma continua.

Tenía Garbiñe incluso la oportunidad de alcanzar el número uno en Nueva York, sujeta a lo que pudieran hacer la estadounidense y la alemana, pero se fue otra vez de vacío, con 38 errores no forzados en su haber y sin mucha más explicación. Mandó en el primer set (4-2 y 5-4), pero entregó el parcial y acto seguido se desmoronó. Sevastova firmó siete juegos consecutivos (4-0 de arranque en la segunda manga) y titubeó un poco al final, pero no perdonó. A la quinta bola de partido la remató. Y Garbiñe, otra vez, de nuevo, dijo adiós. El remolino negativo la succionó. Demasiado pronto. Demasiado rápido.