El debate

Justicia olímpica, dopaje y pasteleo

El Comité Olímpico Internacional (COI) ha resuelto la crisis rusa con una resolución inverosímil que no ha contentado ni a unos ni a otros

El presidente del COI, Thomas Bach, en Barra da Tijuca, Río de Janeiro.Matthew Stockman (Getty)

Más allá de consideraciones morales o legales, las mejores soluciones son las que funcionan. Así piensan los pragmáticos y así deben de pensar en el Comité Olímpico Internacional (COI), que ha resuelto la crisis rusa con una resolución inverosímil que no ha contentado, por razones contrarias, ...

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Más allá de consideraciones morales o legales, las mejores soluciones son las que funcionan. Así piensan los pragmáticos y así deben de pensar en el Comité Olímpico Internacional (COI), que ha resuelto la crisis rusa con una resolución inverosímil que no ha contentado, por razones contrarias, ni a los rusos ni a las fuerzas diversas del frente antidopaje unidas ni tampoco a juristas y especialistas vigilantes que reclaman el imperio de la ley en todo momento. Y, sin embargo, la decisión tan criticada ha permitido desbloquear el conflicto, una barrera más en el tortuoso camino al 5 de agosto, día en que la llama olímpica se encenderá en el pebetero del estadio de Maracaná, orgullo de Brasil.

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Entre la línea dura, la suspensión total de Rusia, reclamada por diferentes agencias nacionales antidopaje (incluida la española) y, de boquilla, por la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), y la inacción, o el rapapolvo simbólico, solicitada por Rusia, el país acusado de dopaje de Estado en varios informes de investigadores independientes, Thomas Bach, presidente del COI, ha optado por el pasteleo mediante la declaración de un excepcional estado de excepción que le ha permitido interpretar, tergiversar, doblar y olvidar a conveniencia el Código Mundial Antidopaje, una ley universal con diversas aplicaciones locales a la que, de paso, ha declarado obsoleta al anular, solo para los rusos, el principio de presunción de inocencia o sancionarles dos veces por un solo pecado.

El COI, dicen también los pragmáticos, los que van a la base de los problemas y no se dejan engañar por el perifollo, es el organizador de un evento deportivo sobre el que tiene la exclusividad y que cada cuatro años le reporta ganancias de miles de millones de euros gracias a su explotación publicitaria exclusiva y la venta de los derechos televisivos. Sus peores recuerdos como tal son los tiempos de los boicots por bloques de guerra fría de Moscú 80 y Los Angeles 84, los tiempos aún en los que el olimpismo mantenía la regla del amateurismo que dejaba fuera a los profesionales, los deportistas más atractivos, de su juego. La exclusión de una gran potencia y un mercado en expansión, como Rusia, en ningún momento sería buena para el negocio.

En sus largos mandatos como presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, y su magnífico olfato para saber por donde soplaban los vientos, puso en marcha la AMA y el Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), los dos organismos de los que se vale el COI para dirigir la lucha contra el dopaje y monopolizar justicia deportiva. Samaranch ya intuyó que el dopaje, que asomó por primera vez con fuerza en Seúl 88 con Ben Johnson, generaría los mayores problemas de imagen para el desarrollo del negocio. El monopolio de la justicia era necesario para cerrar el círculo de autonomía frente al mundo y sus miserias que reclama el olimpismo. Ambos organismos están financiados en parte por el movimiento olímpico y presididos por sendos vicepresidentes del COI, John Coates (TAS) y Craig Reedie (AMA). De ambos se ha valido Bach para la crisis rusa. El show continúa.

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