El amor

A ver si es verdad que hay cosas más importantes que la Champions

Simeone, en rueda de prensa.Gonzalo Arroyo Moreno (Getty)

Cena en casa. Llovió de tarde (hemos estado en Cans, donde se celebró el festival de cine que ahora quieren imitar, mediante parodia, los franceses). La noche transcurre sin sobresaltos hasta que el invitado, que parecía normal, dice que él es madridista pero que quiere que gane el Atleti. Los demás dejamos los cubiertos en la mesa. Yo conocía el rumor: había gente que era de un equipo pero prefería que ganase otro. Perdón, que el otro le ganase al suyo. En una final de la Copa de Europa.

—Llevan años buenísimos, empezó él; asentim...

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Cena en casa. Llovió de tarde (hemos estado en Cans, donde se celebró el festival de cine que ahora quieren imitar, mediante parodia, los franceses). La noche transcurre sin sobresaltos hasta que el invitado, que parecía normal, dice que él es madridista pero que quiere que gane el Atleti. Los demás dejamos los cubiertos en la mesa. Yo conocía el rumor: había gente que era de un equipo pero prefería que ganase otro. Perdón, que el otro le ganase al suyo. En una final de la Copa de Europa.

—Llevan años buenísimos, empezó él; asentimos con la mirada turbia: era verdad. Lo de Lisboa fue una crueldad, eso tenéis que reconocerlo. Y por regularidad estas temporadas, por el partido que el Cholo les está sacando a los jugadores y porque han eliminado a Barça y Bayern, merecen ganar una Champions.

El invitado, que parecía normal, dice que es madridista pero que quiere el Atlético gane la Champions

—Recuerda además la final de 1974, dije.

—Exacto. El fútbol le debe una Champions al Atleti.

—El fútbol, no el puto Real Madrid.

Habíamos llegado al fútbol, uno de los fenómenos más curiosos que existen en la neolengua deportiva. El fútbol como sujeto que autoriza, devuelve, paga deudas y las cobra. En el fútbol se refugiaba aquel ejemplar de madridista antimadridista, una de las especies mejor conseguidas en el laboratorio genético del que depende la afición del Real Madrid. Todas las semillas del madridismo, unas 800.000, están guardadas en un depósito a 1.000 kilómetros del Polo Norte al que fue Guillermo Altares a hacer un reportaje para EPS (merece la pena leerlo).

Lo que tenía yo delante ya no era un amigo, era un tesoro. Ni siquiera le movía el odio a Florentino, ni a los jugadores, ni a nada, que es otra clase de madridismo experimental de mucho éxito; es que él amaba el fútbol. Le gustaba la justicia poética, le gustaba la afición del Atleti, le gustaba imaginar esa ternura de la primera Champions en las radios, en los periódicos. Él era del Madrid (“mucho, yo ya iba al Bernabéu cuando tú no habías salido de Pontevedra”) y se empezaba a indignar/emborrachar. Ese madridismo suyo le confería la máxima autoridad: la que permite querer que su equipo pierda la Champions.

—Hay cosas que están por encima de tu equipo, dijo, y ahí empezamos a pensar que estaba loco.

Como se casa en tres semanas, de ahí la reunión, le propusimos que en la boda con la mujer de sus sueños se levantase su mejor amigo para ponerse él. Porque lleva años de regularidad, porque ya lo dejaron tirado una vez y porque el amor le debe una. A ver si es verdad que hay cosas más importantes que la Champions.

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