Cracolândia

Las siete u ocho calles, en el centro de São Paulo, conforman un territorio exclusivo, un mundo aparte dentro de la ciudad

Un aficionado brasileño en São Paulo.AFP

En una cuadrícula de calles del centro de São Paulo se ubica Cracolândia. La habitan cientos de adictos terminales al crack,una droga impactante, muy barata y brutal, extendida en Brasil. Por la mañana, muchos habitantes de Cracolândia, la mayoría de entre 25 y 35 años, vagan por la ciudad tirando de un carro o empujando un carrito de supermercado, recolectando basura reciclable: latas, tablas, botellas, ropa…. Con lo que sacan regresan por la noche y se tumban a fumarse la piedra de la jornada entre colchones de vertedero o se apoyan en el muro de una casa deshabitada.

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En una cuadrícula de calles del centro de São Paulo se ubica Cracolândia. La habitan cientos de adictos terminales al crack,una droga impactante, muy barata y brutal, extendida en Brasil. Por la mañana, muchos habitantes de Cracolândia, la mayoría de entre 25 y 35 años, vagan por la ciudad tirando de un carro o empujando un carrito de supermercado, recolectando basura reciclable: latas, tablas, botellas, ropa…. Con lo que sacan regresan por la noche y se tumban a fumarse la piedra de la jornada entre colchones de vertedero o se apoyan en el muro de una casa deshabitada.

Hoy, a las once de la mañana de un jueves, hay 70 personas sentadas en el suelo, apiñadas en una plaza. Casi todos tienen una pipa para fumar hecha de tuberías pequeñas y dedales. Las siete u ocho calles que componen Cracolândia conforman un territorio exclusivo, un mundo aparte. Hay un bar con la música a un volumen dañino. Hay pensiones a 30 reales (10 euros) la noche. Hay drogadictos andando de un lado para otro, sin saber hacia dónde. Hay un tipo mugriento ocupado enloquecidamente en estampar contra la acera un transistor para extraerle el cobre de las baterías y revenderlo por lo que sea y sacarse para una dosis o parte de una dosis. Hay otro que va descalzo y que en su delirio se cree que pisa piedras de crack en vez de arena. Hay un barrendero que friega con una manguera y que obliga a los habitantes de Cracolândia a levantarse fatigosamente, agarrarse a su carrito de supermercado y volverse a tumbarse en la esquina de más arriba. Un tipo con un jersey roto que asegura que se enganchó en la cárcel dice, en medio de una frase incoherente: “Aquí los perros muerden, los niños lloran y la madre no los oye”.

De noche todo es peor, más peligroso, más crudo

Hace dos años, la policía tomó las calles de Cracolândia, que existe desde finales de la década de los ochenta, y a base de pelotazos de goma, bombas de gas lacrimógeno y coches patrulla, trató de eliminarla. Los drogadictos, por entonces más de 1.000, corrían como podían y se diseminaban entre empujones, muchos envueltos en mantas, por las calles aledañas. El juego del ratón y el gato duró unos días.

Las autoridades entendieron que Cracolândia no se vacía a pelotazos. Ahora hay un centro de rehabilitación, policías que se limitan a vigilar y voluntarios de ONGs que tratan de rescatar a quien se deja o quien puede. Es difícil porque la mayoría ha declarado su vida en bancarrota y morirá en Cracolândia, en el suelo. El Príncipe Harry, que llegó a São Paulo el 26 de junio para ver un partido de la selección inglesa, la visitó de día y habló con drogadictos y asistentes municipales. Uno de los drogadictos gritaba en inglés: “Prince, I love you”. Hubo que apresurar la visita porque se montó lío.

De noche, dicen, todo es peor, más peligroso, más crudo.

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