Jugadores negros, público blanco

En 1914, un futbolista mulato del elitista club Fluminense, de Río de Janeiro, para disimular el color de su piel, se embadurnó la cara con polvo de arroz.

Afcionados blancos, en el Brasil-Croacia. DIMITAR DILKOFF (AFP)

En 1914, un futbolista mulato del elitista club Fluminense, de Río de Janeiro, para disimular el color de su piel, se embadurnó la cara con polvo de arroz. Al principio bien. Pero en cuanto rompió a sudar se le descubrió el truco. El futbolista se quedó para siempre con el mote de Polvo de Arroz. La relación entre las tensiones raciales (o distensiones) y el fútbol en Brasil es extensa.

De hecho, hay muchos historiadores y expertos que sostienen que el fútbol ha servido, precisamente, para unir las diferentes razas que pueblan este país-continente, que es una de las pocas cosas que hace...

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En 1914, un futbolista mulato del elitista club Fluminense, de Río de Janeiro, para disimular el color de su piel, se embadurnó la cara con polvo de arroz. Al principio bien. Pero en cuanto rompió a sudar se le descubrió el truco. El futbolista se quedó para siempre con el mote de Polvo de Arroz. La relación entre las tensiones raciales (o distensiones) y el fútbol en Brasil es extensa.

De hecho, hay muchos historiadores y expertos que sostienen que el fútbol ha servido, precisamente, para unir las diferentes razas que pueblan este país-continente, que es una de las pocas cosas que hacen todos juntos, ricos y pobres, blancos y negros, o que ven todos juntos. Y la selección sería la cúspide de ese sentimiento de hermandad por encima de colores.

Hay también quien sostiene que en 1950, el portero Barbosa fue injustamente culpado por encajar el gol definitivo de Ghiggia en el infausto Maracanazo debido a que era negro

Sí, pero hay también quien sostiene que en 1950, el portero Barbosa fue injustamente culpado por encajar el gol definitivo de Ghiggia en el infausto Maracanazo debido a que era negro. Si hubiese sido blanco, le habrían perdonado. Si uno ve el vídeo en Youtube, comprueba que la acción de Barbosa tampoco fue un error garrafal, ni siquiera puede catalogarse de error. Pero que se lo digan al pobre portero, que cargó toda la vida, hasta su muerte en el año 2000, con la culpa inmensa de haber servido de instrumento de la desgracia y al que hasta en los mercados señalaban con el dedo: “Mira, hija, el hombre que hizo llorar a Brasil”, dijo una vez una madre a su hija en presencia del atribulado Barbosa.

Pelé, Garrincha y otros redimieron a su raza y convirtieron a la selección brasileña en una máquina mestiza y perfecta capaz de fabricar el mejor fútbol de la historia. Desde entonces la selección de Brasil fue una radiografía fiel de la sociedad, donde más de la mitad de la población es negra o mulata.

Y así era más o menos el equipo que saltó el jueves al estadio de Itaquerão y ganó a Croacia gracias a Neymar y a un árbitro armado con un spray de grafitero.

Sin embargo, las gradas estaban pobladas de miles y miles de brasileños blancos, casi todos blancos, los únicos que, en su gran mayoría, tienen dinero en este país para pagarse la entrada, los únicos que, mayormente, van en este país al cine, al teatro, a las exposiciones o a los restaurantes de categoría, los que acaparan las mejores oportunidades…

Dentro del terreno de juego era fácil: Marcelo, Alves, Thiago Silva, Hulk, Ramires…. Pero vean las fotos del partido y jueguen a encontrar a un negro entre el público del estadio que, vestido de amarillo, animaba con euforia a su selección en el estadio. Prueben a encontrar a alguien negro que no estuviera viendo a la selección de todos en la tele, allá afuera.

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