El Málaga entra en la nobleza

El conjunto de Pellegrini pasa matemáticamente a octavos con un histórico empate (1-1) ante el Milan en San Siro

Stephan El Shaarawy se lamenta tras el gol de Eliseu.MATTEO BAZZI (EFE)

El Málaga se ha metido en un lío. Es ya uno de esos equipos con los que la afición no se queda contenta si no levanta una catedral en cada partido. Es lo que tiene hacerlo fenomenalmente en la Liga de Campeones, además de coronarse en San Siro tras ganarle cuatro de seis puntos al ...

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El Málaga se ha metido en un lío. Es ya uno de esos equipos con los que la afición no se queda contenta si no levanta una catedral en cada partido. Es lo que tiene hacerlo fenomenalmente en la Liga de Campeones, además de coronarse en San Siro tras ganarle cuatro de seis puntos al siete veces campeón de la competición Milan. Este martes, jugó bien, especuló regular y sufrió como un valiente para arañar el punto que les lleva a la siguiente fase de la Champions. Algo impensable hace bien poco, algo que ahora se le va a pedir siempre.

El Málaga da dentelladas de tiburón en su pugna por hacerse un hueco en la memoria del fútbol. Y eso que durante varios minutos San Siro se los comió. Sería la leyenda, la deliciosa historia de este templo verde, porque las gradas seguían la costumbre italiana de ofrecer muchos coloridos y vacíos asientos de plástico a la vista. Miedo escénico en su sentido más estricto.

El Málaga salió un pelo chuleta —que se lo merece por lo que lleva hecho en la Liga de Campeones— en un ciclo de juego que se cerró con un tiro inocentón de Eliseu tras una larga carrera por la banda izquierda. El mismo lapso en el que el Milan había perdido por lesión a su lateral derecho y hasta había recibido la pitada de sus fieles.

Durante varios minutos San Siro se los comió. Miedo escénico en su sentido más estricto

Pero entonces, entre Bojan y el nombre del estadio, el desparpajo dio paso la inseguridad y al miedo. El futbolista que fue rematador —y bueno— en el Barcelona, pareció que era el único de entre los milanistas capaz de tocar, repartir. Jugar bien al fútbol en definitiva. Tras una jugada con un delicioso pase, el catalán hizo una maniobra preciosa por la derecha que acabó en un disparo seco que no fue gol porque Caballero hizo una de las paradas de su vida. Algo, que repitió tras un saque de falta de Emanuelson. En esta jugada acabó el arreón milanista a lomos de un par de pases excelsos de Montolivo y los inevitables estacazos de De Jong. Sin noticias de la cresta de El Shaarawy, que pagó su desidia con la sustitución.

Los de Pellegrini se tomaron unos minutos de respiro (esos que enfadan a los críticos británicos). Tras el aire llegó el fútbol. Y lo trajo Isco. Su perfecta técnica en la conducción hizo buenísimos los movimientos de los delanteros y llevó pegado al pie el balón desde la banda izquierda hasta la derecha donde Eliseu esperaba para cruzarla a la red. Y lo hizo.

La segunda parte fue algo más alocada. El Milan no tiene fútbol para repartir, por lo que todo fue de nuevo arreón, ganas, heráldica.

Y los nombres no pesan porque sí. El Málaga seguía mostrando ser capaz de jugar mejor al fútbol que su oponente. Isco se permitió algún que otro lujo más. Pero a los malaguistas no les bastó con ir con puñal en la boca. No es lo suyo y no les sale.

Sin embargo, a los milanistas lo de madurar los partidos hasta que caigan de su lado, lo llevan tatuado en el alma. En una de estas, con el Málaga trabajando bien en defensa, Constant se escurrió por la izquierda y dio un pase miedo al segundo palo de Caballero, donde Pato esperaba para cabecear el empate.

Con el convaleciente Toulalan y el achampañado Robinho en el campo, tampoco cambió el panorama: el Málaga, incómodo, y el Milan... a pescar. Pero el Málaga aguantó y entró en la heráldica del fútbol europeo.

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