Todos ‘drogbados’

Consiste en hacer lo estrictamente necesario en el instante preciso, en física sincronía con el espacio y el tiempo

Drogba celebra la victoria de su equipo 4-3 ante el Bayern en la final de la Liga de Campeones MARCUS BRANDT (EFE)

Érase una vez dos hermanas. No eran de esas hermanitas de la caridad que regalaban niños pobres a los ricos, sino dos hermanas de las de verdad. Hijas del mismo papá y de la misma mamá. Pero, como en los cuentos, una era buena y otra era mala y, como en las películas de antaño, la buena era rubia y la mala era morena. A la buena le gustaba Guardiola y a la mala Mourinho. Por supuesto, la mala era sardónica, impertinente y grosera. La buena, en cambio, dulce y sumisa, casi tan tonta como la Joan Fontaine de Rebeca, salvo cuando se enfadaba. En esas ocasiones, sus ojos refulgían con una furibund...

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Érase una vez dos hermanas. No eran de esas hermanitas de la caridad que regalaban niños pobres a los ricos, sino dos hermanas de las de verdad. Hijas del mismo papá y de la misma mamá. Pero, como en los cuentos, una era buena y otra era mala y, como en las películas de antaño, la buena era rubia y la mala era morena. A la buena le gustaba Guardiola y a la mala Mourinho. Por supuesto, la mala era sardónica, impertinente y grosera. La buena, en cambio, dulce y sumisa, casi tan tonta como la Joan Fontaine de Rebeca, salvo cuando se enfadaba. En esas ocasiones, sus ojos refulgían con una furibunda mirada que en nada la diferenciaba de su hermana.

Pues bien, el domingo pasado, paseando por el Retiro, la mala le dijo a la buena: “Tu Pep es un pusilánime que, temeroso del certero dedo de nuestro Real Mourinho, os ha dejado con el culo al aire. Dio por perdida la Liga cuando todavía habría podido ganarla. ¿Qué pensaríamos de un general que da por perdida la guerra antes de librar la batalla definitiva? Para colmo, acabó contagiando su melancolía a los jugadores y defraudando las expectativas de los seguidores culés. Mientras algunos arrancaban los pétalos de las margaritas, musitando trémulos: ¿se irá o se quedará?, otros deambulaban por el campo recitando esa Sonatina de Rubén Darío: la princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?... Y así pasó lo que pasó, que hasta Messi, bajo fatídicos influjos, tiró el penalti al travesaño y un Chelsea con diez, aunque bien pertrechado y mejor drogbado, os birló la Champions ante vuestras mismísimas narices, en vuestro mismísimo sacrosanto Camp Nou, donde ya nuestro Mourinho había sentado precedente con su Inter de Milán. Ahora solo os queda, si acaso, un posible título menor a modo de despedida y tardío consuelo: la Copa del cazador de elefantes”.

Todo es cíclico”, sentenció Cerezo, “y el próximo agosto el Atlético de Madrid de Falcao ganará la Supercopa al Chelsea de Drogba"

Espoleada por la indignación, la hermana buena respondió: “¿Así que, este año, la Copa del Rey es un título menor? ¿No era un glorioso trofeo para Florentino el año pasado, cuando un gol de prórroga, cual moneda al aire, salvaba la cara de la cruz en la que le hubiérais crucificado? La diferencia estriba en que nosotros, además de la Liga, logramos todo lo que, en dos temporadas a golpe de chequera, vuestro Mourinho no alcanzó: la Champions, la Supercopa de España y la de Europa y el Mundial de clubes. Vosotros no tenéis un entrenador de fútbol, sino un domador de circo que pretendió hacer pasar a los jugadores por su aro, como había hecho con el presidente. Pero Beckenbauer tiene razón cuando dice que Mourinho no ha aportado nada nuevo al fútbol y que ha hecho del Real Madrid un equipo esforzado que carece del estilo y la liviandad del Barça…”.

“En lo de la liviandad, estoy de acuerdo”, interrumpió la hermana mala con expresión triunfal y dedo admonitorio; “¡no he visto equipo más liviano que tu Barça! Es tan liviano y previsible que nunca nos volverá a ganar: se desbarata cuando le presionan en su área, no sabe contraatacar ni resolver un cerrojo y, en términos pugilísticos, tiene mandíbula de cristal”. Al oír lo de la mandíbula de cristal y obedeciendo a un insospechado instinto asesino, la hermana buena derribó de un crochet a la mala, que, desde el suelo, replicó con una patada al bajo vientre. Rodando por tierra, se enzarzaron en una lucha fratricida. Por fortuna, pasaba por allí Enrique Cerezo, que, agarrándolas por los respectivos cogotes, consiguió separarlas y, al enterarse de cuáles eran sus diferencias, les dijo que se olvidaran del Madrid o del Barça. “Todo es cíclico”, sentenció, “y el próximo agosto el Atlético de Madrid de Falcao ganará la Supercopa al Chelsea de Drogba y se convertirá en el mejor equipo de Europa. Así que dejaos de Mourinhos y Guardiolas. ¡Vuestro hombre a partir de ahora se llama Simeone!”.

Las hermanas escucharon estupefactas el augurio. ¿Pretendía aquel caballeroso desconocido que, la temporada que viene, la Liga de Dos fuera, al menos, una Liga de Tres, dando al traste con barriobajeras controversias? ¿Sugería, acaso, la creación, por fin, de una más igualada Liga europea? ¿O estaba tan drogbado como los que, en Londres, Barcelona o Múnich, vimos jugar a Drogba?

NOTA DEL AUTOR: la palabra drogbado, de dudoso gusto y precario ingenio, no alude sino a las mágicas cualidades de un jugador que bien se merece el verbo que propongo: drogbar; es decir, entronizar el acontecer, haciendo lo estrictamente necesario en el instante preciso, en física sincronía con el espacio y el tiempo, sin drogarse ni robar y sin alardes ni aspavientos. Drogbémonos.

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