Análisis:

La final por excelencia

Los madridistas visualizaron muy bien la final, le pusieron una tensión y un dramatismo sobrecogedor

Aunque la final pintaba muy caliente, Barça y Madrid no discutieron ni un momento en Mestalla, sino que cada uno fue excelso en lo suyo, espectador un tiempo y protagonista el otro, respetuosos ambos con el adversario. El partido quedó partido por la mitad, la primera parte gobernada por la agresividad blanca, representada por Pepe, y la segunda por la dulzura azulgrana, simbolizada en Messi. Igualados al fin del tiempo reglamentario, decidió un cabezazo monumental de Ronaldo. Los madridistas visualizaron muy bien la final, le pusieron una tensión y un dramatismo sobrecogedor, nada extraño si ...

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Aunque la final pintaba muy caliente, Barça y Madrid no discutieron ni un momento en Mestalla, sino que cada uno fue excelso en lo suyo, espectador un tiempo y protagonista el otro, respetuosos ambos con el adversario. El partido quedó partido por la mitad, la primera parte gobernada por la agresividad blanca, representada por Pepe, y la segunda por la dulzura azulgrana, simbolizada en Messi. Igualados al fin del tiempo reglamentario, decidió un cabezazo monumental de Ronaldo. Los madridistas visualizaron muy bien la final, le pusieron una tensión y un dramatismo sobrecogedor, nada extraño si se atiende a que la Copa era el trofeo que tenían más a su alcance. Únicamente un equipo de la calidad técnica del Barça es capaz de sobrevivir al desafío del Madrid. Aguantaron los azulgrana, se corrigieron muy bien y se ganaron el respeto y el aplauso con su fútbol dinámico y estético hasta la prórroga, cuando apareció Ronaldo.

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El Barcelona estuvo fuera del partido toda la primera parte, espantado por el Madrid, colérico cada vez que el árbitro paraba el juego, ganador en los balones divididos, atento y solvente en defensa, excelso en el juego sin balón. Jugaron los madridistas como templarios, con una fe inquebrantable en Mourinho, dispuestos a negar al Barça, cosa que consiguieron de forma admirable. Incluso discutieron los once jugadores blancos cuantas faltas les pitó Undiano, todos a una frente al árbitro, rodeado e intimidado por la bronca, indispensable en cualquier caso de acuerdo al código del plantel madridista. Había que marcar la raya, defender cada palmo de su territorio y desplegarse con determinación en las situaciones de ventaja, ser selectivo en el ataque. El plan de Mou fue tan impecable que los azulgrana no rascaron bola, ni siquiera tiraron a portería por vez primera con Guardiola en el banquillo, faltos de líneas de pase y llegada, superados por el escenario y la presión de un imperial adversario.

A diferencia del Madrid, el juego del Barcelona no se basa en la fuerza sino en la inteligencia. Necesita reducir el campo a la mitad y que se asocien Xavi, Iniesta y Messi, sus tres jugadores más finos. El secreto está en la velocidad de ejecución de la jugada. El fútbol barcelonista resulta insustancial cuando el cuero va lento, el peligro es solo aparente, la posesión incluso puede parecer ridícula. A la que se activan los volantes y enganchan con la Pulga, cuando se acelera el juego, desaparece la monotonía y aparece la exhibición. El rondo barcelonista en el segundo tiempo fue excepcional para gloria de Guardiola. Los azulgrana presionaron y tuvieron garra para conquistar la pelota, se movieron bien y fueron profundos para ganar el espacio, tuvieron precisión y sutileza en el tiro. Reventado, el Madrid llegaba un segundo tarde a la jugada, cedía un palmo de más en cada pase, imposible anticipar al fluido fútbol del Barça, bien conectado. Al rescate del Madrid acudió entonces un espléndido Casillas.

El juego azulgrana perdió continuidad en el tiempo suplementario y el Madrid no sólo se enganchó a la final, sino que el sobreesfuerzo de Di María, la vitalidad colectiva y la pegada de Ronaldo le dieron un triunfo que persiguió sin desmayo, con una fe ciega, la de Mourinho y Ronaldo, finalmente ganadores ante el Barça de Guardiola, derrotados por vez primera en una final. Fue también fue la primera derrota del grupo de Pep ante el Madrid, tras cinco derrotas y un empate.

La final partió con dos alineaciones inéditas, dos jugadas polémicas -un pisotón de Arbeloa a Villa y un gol anulado al Barça- y estuvo bien arbitrada, a pesar de que a menudo los blancos jugaron al límite del reglamento, haciendo honor a su poderío físico (su media era de 1,83 metros por 1,76 del Barça). Quizá no es casualidad que ayer se cumpliera un año de la derrota azulgrana contra el Inter de Mou: 3-1. El Madrid, definitivamente, le disputa la jerarquía al Barça: ha ganado la Copa y aguarda la Champions, dos torneos que favorecen el cuerpo a cuerpo de Mourinho, ante el plan largo que supone la Liga, controlada por Guardiola.

Mourinho da instrucciones durante la final.ALBERTO SAIZ (AP)

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