Análisis:

Poca tensión, mucho miedo

Tantos elogios al rival suelen acabar mermando la moral de la propia tropa. Tanto alabó, con razón, Caparrós al Mallorca, a Manzano, a Aduriz, a Martí, a Aouate, a Yoko Ono y al lucero del alba que la tropa rojiblanca vestida de blanquiazul salió con el miedo en el cuerpo. Al Athletic nunca le he venido bien que le menten la bicha. Está más acostumbrado a aquellos mensajes encendidos de tipos duros como Javier Clemente que trataba de convencerles de que eran mucho mejores que la mejor selección mundial. Caparrós desde luego no mentía cuando alababa al rival y fiel a su guión —que le iba...

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Tantos elogios al rival suelen acabar mermando la moral de la propia tropa. Tanto alabó, con razón, Caparrós al Mallorca, a Manzano, a Aduriz, a Martí, a Aouate, a Yoko Ono y al lucero del alba que la tropa rojiblanca vestida de blanquiazul salió con el miedo en el cuerpo. Al Athletic nunca le he venido bien que le menten la bicha. Está más acostumbrado a aquellos mensajes encendidos de tipos duros como Javier Clemente que trataba de convencerles de que eran mucho mejores que la mejor selección mundial. Caparrós desde luego no mentía cuando alababa al rival y fiel a su guión —que le iba por cierto a las mil maravillas en 2009— sacrificó la primera mitad con un juego tan visceral como hueco en espera de esa genialidad a la que acostumbran tipos como Llorente o Javi Martínez, reservando a Muniain para los momentos delicados, con la defensa rival cansadita y a ser posible amonestada. Vamos, lo que se llama jugar a una jugada, apostar a un número y mirar como gira la ruleta.

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Esta vez no salió porque el Athletic miró demasiado a los ojos del rival, tanto que estuvo mucho tiempo sin ver la portería rival. Y eso que el Ono Estadi se puso nervioso desde el minuto uno (eso habla en bien del Athletic que hasta hace no tanto no figuraba en el libro de los peligros). No lo supo aprovechar y enero, el mes de la frontera, el del primer examen parcial, comenzó en cuesta, no tanto por la derrota sino por el apagamiento de un equipo que presumía, con razón, de atrevido y que solía disfrutar más a domicilio que en San Mamés.

Ni una victoria conduce al cielo ni una derrota a las calderas de Pepe Botero. Pero conviene una reflexión. Primero: no halagar tanto al rival, que no conduce a nada bueno; segundo, acompañar a Llorente para que no se aburra y entrene un par de ocasiones antes de hacer el gol definitivo. Tercero: estar tranquilo, pero tenso.

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