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La Ruta Norteamericana
Por Fernando Navarro

Dylan Leblanc: la supervivencia del coyote de la música norteamericana

El músico se erige como un lustroso agitador folk en un término medio entre Neil Young y Ryan Adams. Pura inspiración para corazones errantes

Dylan Leblanc, en una imagen promocional.

Cuenta Dylan Leblanc que, cuando era chaval, sintió amenazada su vida por un coyote en Austin. Acababa de subir parte de una montaña y, de entre los matorrales, apareció el animal intimidante, dispuesto a enfrentarse a él. Leblanc se hallaba junto a un acantilado y decidió hablar antes de hacer cualquier movimiento sospechoso. “Estamos tú y yo, así que, si me atacas, te tiraré por el acantilado. No caeré”, dijo. Hubo unos minutos de tensión, pero el coyote solo buscaba sobrevivir. Pareció entenderle: se marchó y no hubo enfrentamiento.

La historia todavía persigue al músico hasta el pun...

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Cuenta Dylan Leblanc que, cuando era chaval, sintió amenazada su vida por un coyote en Austin. Acababa de subir parte de una montaña y, de entre los matorrales, apareció el animal intimidante, dispuesto a enfrentarse a él. Leblanc se hallaba junto a un acantilado y decidió hablar antes de hacer cualquier movimiento sospechoso. “Estamos tú y yo, así que, si me atacas, te tiraré por el acantilado. No caeré”, dijo. Hubo unos minutos de tensión, pero el coyote solo buscaba sobrevivir. Pareció entenderle: se marchó y no hubo enfrentamiento.

La historia todavía persigue al músico hasta el punto de haber titulado su último disco Coyote. Un quinto álbum en su trayectoria y que se desprende como un notable trabajo de sutileza folk. Atmosférico y evocador, Coyote es reflejo de una piel madura y bella en medios tiempos, al mejor estilo de Jason Isbell o Ray LaMontagne, como bien puede escucharse en Dust, No Promises Broken o el tema que da título al disco. Una obra que aspira a ser conceptual: las canciones despliegan la historia de un tipo involucrado en el inframundo criminal de México y que lucha por encontrar una salida a su maltrecha existencia. Al parecer, tiene tintes autobiográficos.

Bajo este relato, subyace la tensión por sobrevivir. Quizá Leblanc nunca ha dejado de sentir que la supervivencia es más un estado de su vida que un fundamento que viene o va. Desde que se encontró con el coyote, fue consciente de que supo hacer lo que había que hacer para sobrevivir en una situación peligrosa con un animal peligroso, pero también el animal lo supo. Saber sobrevivir, por tanto, es saber jugar tus cartas.

Leblanc sabe jugar sus cartas dentro de la Americana, un territorio que, en los tiempos que corren, tiene que ver más con la supervivencia que con el éxito. Ni los focos de los Grammy enfocan nunca para allí ni las revistas de tendencias ni los programas de la televisión crean contenido con sus estandartes. Es una música que tiene un lugar y ese lugar no tiene minas de oro. Parece más bien un pueblo perdido en mitad de la vasta tierra, que tan solo tiene supervivientes de un legado rico y vibrante que importa menos que en el siglo pasado.

Este superviviente es una de las mejores noticias del género en el siglo XXI. Y lo es porque ensancha las posibilidades del territorio con su estilo y sus muy recomendables álbumes. A su paso por Madrid lo demostró con creces. Leblanc tocó en la sala Clamores y dio un recital contundente de Americana que bucea en el pasado rock. Sus pasajes instrumentales hacen viajar en el folk rock tal caudal de río montañoso, repleto de naturaleza silvestre y colorida. Pura inspiración para corazones errantes.

A la vista de los resultados sobre el escenario, Leblanc se erige como un lustroso agitador folk en un término medio entre Neil Young y Ryan Adams, un perfil construido a partir de una voz hipnótica y un fabuloso sentido de los códigos. Estética retro, postulados eléctricos de la vieja guardia folk-rock contracultural y un carisma suficiente para saber que lo que hace lo hace bien y no caduca, precisamente, por hacerlo bien. Porque las canciones que invitan a coger el coche con carretera y manta o a vivir por una temporada en una montaña nunca mueren, más si nuestra existencia cada día se encierra más en oficinas y se cobra peajes por tener el coche aparcado a la puerta de casa. Además, en su actuación en Madrid, sorprendió cuando, dentro de esta marcada y gustosa línea sixties y seventies, se destapó como un alumno aventajado de la herencia -nunca suficientemente reivindicada- de Gene Clark. El folk giró hacia un pop barroco que hacía crecer el otoño en el alma. Una maravilla al alcance de pocos.

Tal y como demostró, la supervivencia en Dylan Leblanc tiene varias caras, distintos estilos con los que mostrarse como un animal inteligente y de montaña, amante de las lunas llenas y los amaneceres caudalosos. Hablamos de un treintañero que está demostrando que su música no solo se vale por sí misma como un tesoro preciado en el territorio de la Americana, sino que, definitivamente, mejora la existencia.

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