Dos novelas extrañas, negras (a su manera) y recomendables
‘Todos en mi familia han matado a alguien’ y ‘El rumor y los insectos’ forman una pareja extraña de recomendaciones. Las dos tienen elementos criminales y otras muchas más cosas
Hoy traemos dos novelas radicadas en ese terreno que nos gusta transitar: el de los márgenes del género. Las dos tienen aspectos que los inscriben dentro de la amplia concepción de la novela negra y otros que las sacan por completo de casi cualquier etiqueta. No tienen absolutamente nada que ver el uno con el otro: el primero (...
Hoy traemos dos novelas radicadas en ese terreno que nos gusta transitar: el de los márgenes del género. Las dos tienen aspectos que los inscriben dentro de la amplia concepción de la novela negra y otros que las sacan por completo de casi cualquier etiqueta. No tienen absolutamente nada que ver el uno con el otro: el primero (Todos en mi familia han matado a alguien) es una comedia negra; el segundo (El rumor y los insectos), una exploración filosófica con tintes criminales de un futuro próximo aterrador. Algo que llevarse a la boca antes de la lista —tan grande como nos permitan las fuerzas y el tiempo— que haremos para la Feria del Libro de Madrid. Pasen y lean.
Todos en mi familia han matado a alguien, Benjamin Stevenson (Planeta, traducción de Víctor Ruiz).
Todos los problemas que podría plantear esta novela (humor, planteamiento resabidilllo contra los tópicos de la novela negra, apelaciones al lector) quedan disipadas en las primeras 50 páginas. Stevenson, que con esta tercera novela se ha colado en el selecto club de los traducidos por todo el mundo, sabe contar una historia, sabe reírse de sí mismo, de los personajes y del género, y consigue que el lector se quede con esta estrafalaria familia. El protagonista y narrador es Ernie Cunningham, un hombre al que su familia no perdona que declarara contra su hermano Michael, acusado de asesinato. Es verdad que Ernie vio a Michael rematar a la víctima, pero es que esta es una familia muy especial.
Una reunión en un refugio de montaña en medio de una fuerte nevada sirve para conocerlos a todos y ver cómo se acerca el desastre anunciado ya en las primeras páginas. El humor funciona y Stevenson sabe mantener el pulso narrativo, ir de atrás adelante sin que se pierda nada el lector, contarnos con maldad los mil defectos de estos señores y estas señoras que se quieren de una manera extraña y se odian con alegría. Cuántos autores darían un brazo por dos logros así (o deberían, si se dieran cuenta de su importancia). Aviso a navegantes: es una novela divertida, pero no amable; hay momentos oscuros y un sarcasmo que, dentro de la locura general que es el planteamiento, dejan un curioso sabor de boca. ¿Algún problema? Bueno, igual se disparata demasiado en algún punto, eso ya según gustos, pero si se coge con ganas de pasarlo bien funciona. Habrá adaptación a la pantalla, de la mano de HBO, y no tiene mala pinta, pero ¿para qué esperar a la serie?
El rumor y los insectos, Ignacio Ferrando (Tusquets)
“Las primeras hipótesis, les digo, barajaron la posibilidad de un suicidio ritual. Al parecer, las tres niñas tocaban el violín. Annie Härtmann, la única superviviente, terminó sus días ingresada en una institución psiquiátrica cerca de Boschtraat. ¿Se preguntan qué tiene que ver un antropólogo social con un crimen cometido hace cincuenta años? Pues todo. De eso quiero hablarles. Voy a demostrarles que en esas muertes está la esencia de lo humano… la voluntad de morir, lo que algunos teóricos llamamos singularidad”. Estas palabras, pronunciadas por el protagonista de la historia ante un auditorio de jóvenes en una universidad en algún momento de un futuro no tan lejano aceleran poco después del inicio una trama compleja, que usa y habla de juegos de identidad, reflexiones sobre la singularidad y la búsqueda del sentido de la vida, las trampas de la memoria… y mucho más. Y todo metido dentro de una trama criminal, una estructura usada con habilidad por Ferrando para hacer lo que parecía imposible: que el lector se quede atrapado en la tela tejida por él y no pare de pasar páginas.
El protagonista es un hombre perdido y el lector quiere conocer su destino, empatiza con su sufrimiento, se siente, en un mundo aterradoramente parecido al de la novela, identificado con los miedos y las fobias del antropólogo. Y quiere saber por qué murieron las niñas. Juega a favor de todo esto una prosa exigente con el lector pero afinada por el autor para no caer en la autocomplacencia. El punto de vista predominante, en una primera persona en presente, ayuda a que fluya la acción. La novela está trufada de referencias más o menos claras, que los lectores habrán visto ya en muchos casos además reflejadas en lo audiovisual. En contra de todo pronóstico, la historia no zozobra cuando casi 400 páginas después sigue abriendo opciones y alternativas; creo que tiene que ver con la capacidad del autor para que el lector se enfrente a sus paradojas y con una parte final, puesta en marcha a esas alturas, que atrapa de nuevo.
Consigue, también, que no importe si ciertos supuestos futuristas han quedado superados en el tiempo que ha tardado en publicarse el libro y en esta era de la explosión de la inteligencia artificial, porque en esta novela hay que ir a la explicación última de las cosas, no al contexto. No es una obra para amantes del género clásico. Es café para muy cafeteros, no les vamos a engañar. Pero merece la pena el viaje.