A bordo del Ford Puma, elegimos el modo Trail de conducción para encarar los 100 metros de subida que separan la ciudad nueva de Cuenca de su punto más elevado, el Castillo. Nos adentramos en este decorado aéreo y pétreo de palacios renacentistas, conventos medievales, edificios civiles decimonónicos y hasta rascacielos (¿qué rascacielos?, ahora lo veremos) con la idea de buscar su paradójica cara vanguardista.
Cuenca es la capital española del arte abstracto, contenido sobre todo en su Museo del Arte Abstracto Español inaugurado en 1966 por los artistas Gustavo Torner y Fernando Zóbel, que aportó su colección de avispado recolector temprano de obras no figurativas. El catálogo se fue ampliando y hoy incluye a una treintena de autores de primera fila como Millares, Chillida, Tápies, Sempere, Canogar, Torner, Rueda, Zóbel o Saur.
La casa en la que se aloja es la mejor muestra de la arquitectura de las Casas Colgadas. Asomada a la hoz del Huécar, desde sus balconadas de madera abarca unas vistas larguísimas de los barrancos en primer término, y luego mucho más allá hacia el oeste de uno de los términos municipales más extensos de España.
Por la empinada Calle de los Canónigos, abandonamos el museo y la rocosa plaza de la Ciudad de Ronda, siempre a merced de los vientos y con acceso al Museo de Cuenca y al Museo Tesoro de la Catedral de Cuenca, en el Palacio Episcopal, para llegar en unos minutos al mejor mirador posible para las Casas Colgadas: el Parador de Cuenca. En su parking, siempre abarrotado por culpa de sus prodigiosas vistas, probamos uno de los aditivos que hacen la vida del conductor del Ford Puma más fácil: el asistente de aparcamiento. Su cámara y sus sensores de proximidad nos ayudan y nos animan visual y sonoramente a aparcar en un espacio reducido, porque vale la pena. Las vistas se alargan por todo el tajo y descubrimos por fin lo que son los rascacielos de Cuenca: las casas impares de la calle Alfonso VIII, de tres o cuatro alturas en esa vía, pero de hasta diez pisos que bajan a la ribera desde donde nosotros las miramos.
El museo que inspiró un anuncio
Después de conseguir el selfie más buscado de la ciudad sobre la pasarela peatonal de San Pablo, visitamos el museo de arte contemporáneo que contiene el Espacio Torner, anexo al Parador. El interior invita al visitante a asistir al diálogo entre la tradición arquitectónica y la exploración plástica que define la Cuenca de hoy. El antiguo convento tardo gótico de los dominicos, con sus estilizadas molduras restauradas, convive con 40 obras de Gustavo Torner, la mitad de ellas cedidas por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid.
A la salida, la visión de las Casas Colgadas vuelve a mezclarse con las formas geométricas de líneas rectas de los cuadros de Torner. En 1930, la marca Ford eligió precisamente este punto de vista, el de Las Casas del Rey miradas desde la otra orilla, para promocionar su último lanzamiento, el modelo Lincoln. Su anuncio contenía una ilustración en la que se veían los balcones, la hoz del Huécar, con los peñascales y los tajos abismales, como una promesa de aventura para los pilotos más arrojados de la época. Un texto de Julio Cejador lo remataba: “Cuenca. Mirada desde el llano, se la ve subir la cuesta hasta lo más empinado del castillo, pareciendo las casas unas sobre otras, algunas de once pisos, el último a la altura de otras calles”.
Las calles siempre hacia arriba y siempre escoltadas de sillares palaciegos de Cuenca eran entonces, como ahora, un lugar ideal para probar el contraste con las líneas futuristas de Ford. En el caso del Ford Puma, no se limitan solo a su aspecto exterior, sino que lo encontramos en todos los detalles del interior. El más visible es el panel de instrumentos digital de 12,3 pulgadas (según el acabado), totalmente personalizable que incluye tecnologías de asistencia al conductor y notificaciones de navegación por satélite y, además genera imágenes e iconos detallados de alta definición e intuitivos, brillantes, fáciles de leer y con poco desgaste para la vista.
Con esta guía, volvemos a la caza del arte abstracto conquense, que vuelve a estar presente en la Fundación Antonio Pérez, dedicada no solo a la abstracción histórica, sino también a otras obras de las vanguardias repartidas por un antiguo convento carmelita, desde serigrafías del equipo Crónica a pinturas de Antonio Saura y obras de jóvenes artistas que están empezando.
El arte abstracto se vive en las calles
Ya hemos recorrido los tres principales espacios del arte de vanguardia y, de camino al Museo de Paleontología, con sus formas cúbicas de cemento y cristal, nos preguntamos si la abstracción estará presente en la ciudad, fuera de los espacios expositivos.
Para esta búsqueda, Puma nos vuelve a ofrecer sus distintos modos de conducción diseñados a medida para sacarle todo el jugo a un destino urbano que tiene la naturaleza a la vista y a un paso. La respuesta del acelerador, la dirección y el comportamiento del cambio de marchas se ajustan a los distintos estilos de conducción con cinco modos diferentes: el Trail (que ya elegimos antes) el Normal, el ECO, el Sport y el Deslizante. Una ligera lluvia no nos permite dudar sobre cuál será el más adecuado para adentrarse en esta ciudad de firme de baldosas, escaleras y arcos que acaban en miradores. Nuestra elección se refleja en el panel de instrumentos, que cambia de color en función del modo seleccionado.
Lo que descubrimos sobre el arte abstracto de Cuenca es que desborda los museos y se disemina por calles y plazas de la ciudad. La más representativa es la costosamente rehabilitada plaza Mangana, sede del antiguo alcázar árabe, de la icónica Torre Mangana, con su reloj centenario, y de una gran escultura abstracta de Gustavo Torner que homenajea a la Constitución. “Estructura plural y unitaria en equilibrio por tensiones contradictorias sobre una base de gran firmeza”, explicaba metafóricamente en su inauguración hace 34 años. Como muchos rincones de Cuenca (el castillo o los alrededores de la plaza de la Merced) es también un extraordinario mirador a las hoces, a la ciudad nueva o a los tejados del propio casco histórico.
La ciudad se pensó alrededor del castillo árabe de Conca y fue creciendo a la medida de las necesidades de los sucesivos vecinos, de las tres culturas, judía, musulmana y cristiana, que llegaron a convivir en sus calles. Del mismo modo, el nuevo Ford Puma tiene un diseño centrado en las personas en el que todo está pensado para adaptarse al conductor y hacer de una escapada urbana a la historia una experiencia tan estética como tecnológicamente inspiradora.