La tercera España en la guerra de ‘Juego de tronos’

Un conflicto civil y fratricida enfrenta a hermanos con hermanos, a tíos con sobrinos, a jefes con subordinados y a abuelas con nietos: es la guerra entre amantes y odiadores de 'Juego de tronos'

Cersei en el capítulo 5 de la octava temporada de 'Juego de tronos'. En vídeo, teaser del último capítulo.

Más violenta que la Flota de Hierro cazando un dragón con esos arpones de Moby Dick que gastan. Más destructiva que cien llamaradas de la bestia que monta la reina. Más despiadada que Cersei Lannister con depre postvacacional. Más sanguinaria que las huestes del Rey de la Noche. Así es la guerra que se ha declarado en el mundo occidental entre amantes y odiadores de Juego de tronos. Un conflicto civil y fratricida que enfrenta a hermanos con hermanos, a tíos con sobrinos, a jefes con subordinados y a abuelas con nietos....

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Más violenta que la Flota de Hierro cazando un dragón con esos arpones de Moby Dick que gastan. Más destructiva que cien llamaradas de la bestia que monta la reina. Más despiadada que Cersei Lannister con depre postvacacional. Más sanguinaria que las huestes del Rey de la Noche. Así es la guerra que se ha declarado en el mundo occidental entre amantes y odiadores de Juego de tronos. Un conflicto civil y fratricida que enfrenta a hermanos con hermanos, a tíos con sobrinos, a jefes con subordinados y a abuelas con nietos.

Javier Salas explicó en este periódico por qué hemos enloquecido, y se entendió muy bien. ¿Cómo no entender a los extremistas, si hablan a gritos? Pero, entre los que se ponen el despertador a las tres menos cinco de la madrugada cada lunes para ver el nuevo episodio y los que vocean desdeñosos que ellos no saben ni quién es el "enano", queda un montón de víctimas silenciadas e invisibles que se aprietan en el exilio.

Hay en esta guerra también una tercera España, como la que identificó Trapiello cuando escribió de 1936. Somos los ni fu ni fa, los liberales socialdemócratas o los socialdemócratas liberales. Los tibios, los alfeñiques, los perros del hortelano, los escuálidos, que decía Hugo Chávez. Los que hemos visto todos los episodios. Los que empezamos gozando pero nos fuimos amodorrando y aguantamos por inercia, porque un divorcio es peor para los niños o porque creemos en el matrimonio. Nosotros, ocho temporadas después, no solo no podemos dar la razón a ninguno de los dos bandos, sino que somos despreciados por los dos. Desubicados, solos, desnudos: añoramos la masa entusiasta a la que un día pertenecimos y contemplamos atónitos la matanza. No la de la serie, que ya no nos emociona mucho, sino la de nuestros amigos.

Perdonadnos, no podemos evitar ser como somos.

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