Columna

La tele no sirve para entender el mundo (ni para dominarlo)

Entiendo el valor antropológico de la tele, pero no creo que sirva para comprender de veras una sociedad

El edificio de Mediaset en Madrid.

Desde una habitación de hotel de Roma intento seguir los consejos de un amigo y zapeo por los mil canales de la tele intentando aprehender el alma de Italia. Sostiene mi amigo, que se llama Agustín Fernández Mallo y acaba de publicar un ensayo titulado Teoría general de la basura (va sobre arte, nada que ver con Telecinco), que una sociedad dice más de sí misma en su televisión que en sus museos. Buscar Italia en la Galeria Borghese es, según él, tan ingenuo como buscar España en el Prado: hay que busca...

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Desde una habitación de hotel de Roma intento seguir los consejos de un amigo y zapeo por los mil canales de la tele intentando aprehender el alma de Italia. Sostiene mi amigo, que se llama Agustín Fernández Mallo y acaba de publicar un ensayo titulado Teoría general de la basura (va sobre arte, nada que ver con Telecinco), que una sociedad dice más de sí misma en su televisión que en sus museos. Buscar Italia en la Galeria Borghese es, según él, tan ingenuo como buscar España en el Prado: hay que buscar ambas en Mediaset. Sin embargo, como no tengo la perspicacia ni la paciencia de Agustín, me canso pronto de cambiar canales y apago la tele sin ninguna conclusión ni revelación, más allá de que los italianos sufren una tele tan chillona e hiperactiva como la española.

Entiendo el valor antropológico de la tele, pero no creo que sirva para comprender de veras una sociedad. Los doce escaños de Vox en Andalucía lo demuestran. A pesar de que hay colegas periodistas convencidos de que se les ha hecho una campaña gratuita, creo que la tele, como medio de comunicación aún dominante, fue incapaz de anticiparlo. Es muy difícil rastrear las semillas de Vox en la programación porque Vox ha crecido al margen de todo, demostrando con su éxito que la tele ya no moldea conciencias (si es que las moldeó alguna vez). Así como Berlusconi, con todo su inmenso poder catódico, no pudo frenar el avance de las nuevas fuerzas italianas, nadie ha podido prevenir la llegada de un partido que, pese a su programa, es netamente del siglo XXI y crece con los medios en red del siglo XXI, entre los que ya no está (o muy poco) la televisión. Hoy, para entender el mundo, hay que dejar de zapear un rato y volver a escuchar lo que se cuenta en los bares. Y el bar más concurrido en cualquier ciudad del mundo se llama Twitter.

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