Camelo de millonario

‘Mi amigo Rockefeller’ cuenta la historia del impostor alemán que engañó a Manhattan

Nuestra capacidad para la mentira solo se ve superada por nuestra capacidad para creerla. Lo saben los impostores profesionales: cuanto más extravagante el disfraz, más creíble el engaño. De eso se aprovechó para hacerse un nombre Christian Gerhartsreiter. O mejor dicho, se hizo con varios nombres desde que a los 17 años abandonó su pueblecito en Baviera para buscar la gloria en Hollywood.

Pasó antes por Connecticut y por Wisconsin y cuando llegó a California ya se llamaba Christopher Chichester. Decía ser un baronet británico y lo confirmaba con sus maneras afectadas y su acento patric...

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Nuestra capacidad para la mentira solo se ve superada por nuestra capacidad para creerla. Lo saben los impostores profesionales: cuanto más extravagante el disfraz, más creíble el engaño. De eso se aprovechó para hacerse un nombre Christian Gerhartsreiter. O mejor dicho, se hizo con varios nombres desde que a los 17 años abandonó su pueblecito en Baviera para buscar la gloria en Hollywood.

Pasó antes por Connecticut y por Wisconsin y cuando llegó a California ya se llamaba Christopher Chichester. Decía ser un baronet británico y lo confirmaba con sus maneras afectadas y su acento patricio. De la nobleza europea a la aristocracia del dólar había solo un paso. Aterrizó en Nueva York y se rebautizó como James Frederick Mills Clark Rockefeller. Conocía el secreto de todos los farsantes: para triunfar en el camelo hay que apuntar alto.

Ahora que se acaba de publicar La sangre no miente, el libro en el que el periodista Walter Kirn cuenta esta historia, conviene recuperar en Netflix el documental Mi amigo Rockefeller. A Christian -o Christopher o Clark- le bastó su cháchara desatada, sus falsos rothkos en un destartalado apartamento y sus paseos cimbreantes por los mejores restaurantes de Manhattan para engañar a todos. Se sentaba en una mesa del Sky Club, en la planta 56 del edificio MetLife, y señalando al Rockefeller Center presumía de tener la llave maestra que abría todas sus puertas. Y realmente poseía el ábrete sésamo que desafiaba todos los cerrojos. Su apellido falso.

Mi amigo Rockefeller cuenta la historia de vanidad de Gerhartsreiter, pero también la de aquellos que le creyeron solo por el placer de sentirse cerca de los poderosos. Ni su amigo Walter Kirn pudo sospechar que su pasado escondía un cadáver. Clark parecía un Gatsby de los suntuosos noventa, aunque era un Mr. Ripley bávaro. Ya mayor, vestido de presidiario, con una cámara delante, confirmaba la enseñanza del personaje de Highsmith: “si uno quiere estar alegre o melancólico o pensativo o cortés basta con aparentarlo”. También si aspira a ser millonario.

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