ARTE

¡Vaya faena!

Eduardo Arroyo recala en el Bellas Artes de Bilbao con 'Le retour des croisades', antológica que muestra su mundo y el nuestro

'La lucha de Jacob y el ángel' (2011-2012).© Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2017

Con el melancólico título, al gabacho modo, como corresponde a su autor, Le retour des croisades (El retorno de las cruzadas), Eduardo Arroyo (Madrid, 1939), siempre en busca de la nacionalidad perdida, que para él es ya definitivamente una incógnita, y justo en el año en que cumple 80 años, ha inaugurado una exposición antológica, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, con una selección de su obra realizada durante los últimos...

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Con el melancólico título, al gabacho modo, como corresponde a su autor, Le retour des croisades (El retorno de las cruzadas), Eduardo Arroyo (Madrid, 1939), siempre en busca de la nacionalidad perdida, que para él es ya definitivamente una incógnita, y justo en el año en que cumple 80 años, ha inaugurado una exposición antológica, en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, con una selección de su obra realizada durante los últimos tres lustros, aunque en su gran mayoría de ejecución reciente. La muestra está centrada en la réplica que hace Arroyo, más de un siglo después, del cuadro del pintor guipuzcoano Ignacio Zuloaga (Eibar, 1870-Madrid, 1945) La víctima de la fiesta (1910), propiedad de la Hispanic Society de Nueva York, pero depositado en el de Bellas Artes de Bilbao, donde un picador y su desvencijado jumento se perfilan, sobreimpresionados, en un paisaje castellano altomesetario, avanzando con cansino paso, maculados por todas sus derrotas, dudando si acaso llegarán a la aleatoria venta que circunstancialmente les ha acogido y que consideran su, nunca mejor dicho, aventurado hogar. ¡Zas!, te das cuenta enseguida, que esta réplica pastichera de Arroyo es el mejor de sus autorretratos.

Cambiando ahora yo de tercio, me pregunto en qué consiste ese retrato posmoderno de Arroyo identificándose con los zuloaguescos picador y ensangrentada y cansina cabalgadura, y, al punto, me respondo: ¡En su común incertidumbre! ¡En la duda sobre sus respectivos destinos! Les une la misma interrogación: ¿Llegaremos, acaso, a nuestra casa-corral? Más: ¿Dónde se ubica? Mejor: ¿Nos mandarán a tomar viento fresco? ¡Ay! ¿Quién lo sabe? A mi modesto parecer, sin esta pesquisa es imposible sacarle la debida enjundia a la exposición de Arroyo, que recrea, grandeur nature, el descomunal cuadro de Zuloaga, aunque, a su vez, convierte el paisaje altomesetario en un expositor con postales turísticas cortadas con el patrón publicitario de Spain is diferent.

¿Todo Arroyo es una exposición-expositor? Pues ¡sí!, ¿qué quieren que les diga? Desde luego, que hay muchas corridas de por medio, algunos triunfos y muchas derrotas en ambos casos, con o sin rocinante entre las piernas, pero estamos hablando ahora del tema crucial del “día después”, el de la activa rememoración, algo en parte pintoresco, pero pictórico, lo cual, esto último, es inseparable de ese rendir cuentas del arte cuando holla el emocionante y terrible momento de la verdad.

'Gerónimo / Cyrano de Bergerac' (2016).© Eduardo Arroyo, A+V Agencia de Creadores Visuales, 2017

No he hecho nada más que empezar y ya se me ha acabado la munición de las palabras acotadas, pero no me arrepiento. La réplica-pastiche del cuadro zuloaguesco de Arroyo es un testamento, un testimonio, de lo vivido y de lo por vivir; o sea: del porvenir de él mismo y de todos nosotros. Porque todo el centón de las imágenes y esculturas acopiadas por Arroyo en esta exposición giran sobre este quicio o puente que aventa lo que pasó y pasará; esto es: que, pase lo que pase, no pasa nada. Pero ¡cuántas cosas pasan como si nada! Y ¡qué sería de ellas sin el fotomatón de su registro icónico! Arroyo, que lo ha vivido y visto casi todo dentro y fuera del corral, convierte en un recordatorio premonitorio esta exposición, sin prisas, pero sin pausas. A través de un sinfín de visajes nos muestra su mundo y el nuestro: ¡Vaya faena!

Sí; estamos ante una faena muy adornada, pues, además de las vicisitudes autobiográficas, hay no poco de una rigurosa autorreflexión sobre el arte. Hay ahí dos cuadros escalofriantes, significativamente fechados en 2016 y 2017, al margen del de Zuloaga que porta la data del presente año aún inconcluso: los titulados Ferdinand Hodler et son modèle y Van Gogh sur le billard d’Auvers-sur-Oise, la vida y el sentido del arte resueltos en un par de pantallazos. ¿Qué más se puede pedir? Pues les garantizo que hay mucho más sobre todas las cosas posibles, sobre todas las ocurrencias. Desde aquí, les invito a que no se pierdan la oportunidad de comprobarlo en vivo. Porque, por mi parte, yo, que me he pasado un montón de tiempo escribiendo sobre Arroyo, he descubierto ahora, frente a estas obras, que no es nada en relación con lo que me resta por escribir tras la última corrida del maestro.

‘Le retour des croisades’. Eduardo Arroyo. Museo de Bellas Artes de Bilbao. Hasta el 9 de abril de 2018.

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