Opinión

Mejor, poesía

Ahora que Bertín Osborne alardea de su elusión fiscal en todas las televisiones, es hora de refugiarse en una 'delicatessen' como 'El cielo sobre Berlín', de Wim Wenders

Bertín Osborne.Javier Lizón (Efe)

Ahora que sabemos que el sueldo de Bertín Osborne ya no correrá de nuestra cuenta, sino de Telecinco, pero también que su elusión fiscal es un asunto del que puede alardear en radios y televisiones para digestiones pesadas de quienes se lo hemos pagado con nuestros impuestos, urge una delicatessen. Urge huir del desfile de versiones (¡originales, sí!) del ministro Soria, de Aznar y del cantante e int...

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Ahora que sabemos que el sueldo de Bertín Osborne ya no correrá de nuestra cuenta, sino de Telecinco, pero también que su elusión fiscal es un asunto del que puede alardear en radios y televisiones para digestiones pesadas de quienes se lo hemos pagado con nuestros impuestos, urge una delicatessen. Urge huir del desfile de versiones (¡originales, sí!) del ministro Soria, de Aznar y del cantante e intentar saciar el hambre de calidad en el mejor canal posible del panorama nacional en este contexto: Yomvi. Estos días se pueden descargar y devorar, una tras otra, las películas de Wim Wenders sin que nadie nos insulte.

Las hay nuevas, como la bella La sal de la tierra, sobre Sebastiao Salgado, y las hay de siempre. Buen momento para recuperar El cielo sobre Berlín, una poesía en cine que el director alemán firmó en 1987 sobre algo tan deseable como imposible: los sueños. A la deshumanización que vivía Alemania en la Guerra Fría, Wenders contrapuso el afán de unos seres que lo daban todo por nosotros. Bruno Ganz (que luego disfrutamos como uno de los mejores Hitler de la gran pantalla con permiso de Chaplin) y Peter Falk, el mismísimo Colombo de gabardina y puro en ristre, eran los ángeles menos angelicales que uno puede imaginar, pero amaban a la humanidad, respetaban las debilidades y luchaban por sacarnos del atolladero. Se agradece.

En dos horas de película lenta y calmada, Ganz acompaña al anciano narrador que avanza hacia su vejez, a la trapecista ilusionada de un circo desastroso y fracasado o escucha y empatiza con los pensamientos de todos los seres anónimos que circulan por la vida. También se enamora y, de su propio amor, nos enamoramos todos.

Anímense a esta delicatessen. Sin frituras, sin empachos. Que al apagar la tele ahí seguirán Osborne, Soria o el alcalde de Granada con su prosa de garrafón para recordarnos el menú habitual.

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