OPINIÓN

Con el tiempo

Ute lemper puede convencerte si cierras los ojos de que estás escuchando a alguna de las sublimes damas negras del jazz, el blues o el soul

Nunca había visto en directo a una valquiria de piernas que imaginas interminables (esa noche llevaba falda larga), gestualidad hipnótica y una voz con capacidad para hacer y renovar milagros. Puede hacerte creer que de esa boca sale el sonido más hermoso de una trompeta, convencerte si cierras los ojos de que estás escuchando a alguna de las sublimes damas negras del jazz, el blues o el soul, rescatar el alma de los mejores musicales, bendecir que la poética honda y desgarrada de Bertold Brecht se asociara con la extraordinaria música de Kurt Weill, sentir el rescate gracias a esa cantante ex...

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Nunca había visto en directo a una valquiria de piernas que imaginas interminables (esa noche llevaba falda larga), gestualidad hipnótica y una voz con capacidad para hacer y renovar milagros. Puede hacerte creer que de esa boca sale el sonido más hermoso de una trompeta, convencerte si cierras los ojos de que estás escuchando a alguna de las sublimes damas negras del jazz, el blues o el soul, rescatar el alma de los mejores musicales, bendecir que la poética honda y desgarrada de Bertold Brecht se asociara con la extraordinaria música de Kurt Weill, sentir el rescate gracias a esa cantante excepcional de palabras y sonidos que han servido de alimento o bálsamo para muchas personas a lo largo de nuestra existencia. Esa impagable camaleona, dueña de tantos registros y matices, se llama Ute Lemper.

También canta cosas desoladoras que certifican que “con el tiempo todo se va, incluso los mejores recuerdos, y te sientes pálido como un caballo extenuado, y te sientes solo, tal vez, pero tranquilo, y te sientes estafado por los años perdidos y entonces realmente con el tiempo ya no se ama”. Lo escribió un libertario volcánico, un poeta que hace daño, un músico que te remueve las entrañas llamado Leo Ferré.

O asegura en un himno desgarrado y febril haber visto “en el puerto de Ámsterdam a marinos que cantan los sueños que les asedian, que duermen como estandartes a lo largo de riberas sombrías, que mueren llenos de cerveza y de dramas y cuando han bebido bien plantan su nariz al cielo, se limpian los mocos en las estrellas y mean como yo lloro sobre las mujeres infieles”. Lo escribió Jacques Brel, alguien que en el último disco que grabó afirmaba: “Morir no importa, pero envejecer, ay, envejecer”.

Y recuerdo con emoción el descubrimiento a mis 18 años, y el de mis amigos, de juglares irrepetibles como Ferré, Brel y Brassens. Y miro al público del auditorio que ha acudido a ver a Lemper constatando con estupor que no hay nadie joven. Imagino que será muy complicado encontrar en las tiendas de discos, que ya no existen. Y ninguna radio o televisión rescatará sus canciones. Les parecerá inservible y anacrónico, reliquias de ancianos. Y comprendo aquel poema que decía: “Melancolía, bailo contigo cuando bailo solo”.

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