Jérôme Fenoglio, director de ‘Le Monde’: “Un periódico está hecho para mantener distancia crítica respecto al poder”

El diario francés de referencia cumple 80 años en un momento de máxima tensión informativa. En una entrevista con EL PAÍS, su jefe hace balance. Y explica cómo se relaciona con el poder y cómo trata informativamente a la extrema derecha

Jérôme Fenoglio, retratado en Couthures-sur-Garonne.CAMILLE MILLERAND (CAMILLE MILLERAND / DIVERGENCE P)

Cosas de Francia y su mejor periodismo. Un festival a orillas del río Garona. Un pueblecito de 400 habitantes convertido en foro de discusión sobre los medios, la política, el mundo. Bajo los árboles, el director de una cabecera legendaria ―buque insignia del grupo de medios que organiza el festival― conversa durante una hora larga con EL PAÍS sobre la prensa, Francia, la relación entre los periodistas y los políticos, la extrema derecha.

Esto es Couthures-sur-Garonne, donde cada año, a mediados de julio, el Grupo ...

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Cosas de Francia y su mejor periodismo. Un festival a orillas del río Garona. Un pueblecito de 400 habitantes convertido en foro de discusión sobre los medios, la política, el mundo. Bajo los árboles, el director de una cabecera legendaria ―buque insignia del grupo de medios que organiza el festival― conversa durante una hora larga con EL PAÍS sobre la prensa, Francia, la relación entre los periodistas y los políticos, la extrema derecha.

Esto es Couthures-sur-Garonne, donde cada año, a mediados de julio, el Grupo Le Monde organiza su Festival Internacional de Periodismo que congrega a lectores, periodistas, políticos, universitarios, activistas. Y él es Jérôme Fenoglio, director de un diario que este año cumple los 80 en un momento de máxima tensión informativa. La inesperada disolución de la Asamblea Nacional en Francia y las trepidantes elecciones legislativas han permitido mostrar su mejor músculo informativo y su voluntad de influencia política al diario que Hubert Beuve-Méry fundó en 1944 y dirigió hasta 1969.

Fenoglio (Toulon, 58 años) es de estos directores de medios que uno, aunque pertenezca al mundillo, puede cruzárselo por la calle y no reconocerlo. No es una estrella. Profesionalmente criado en la redacción antes de pasar a dirigirla en 2015, lleva en la sangre el ADN de Le Monde, que ha llegado en este periodo a los 621.000 suscriptores. Lo ha hecho con un equipo de 540 periodistas (casi el doble que una década atrás) y un periodismo a veces lento, pero con poso y unas señas de identidad intactas.

Una de estas señas es el control de la redacción sobre la independencia del periódico: la reciente creación de “fondo de dotación” que lo protegerá ante las opas o llegadas de inversores no deseados. Otra seña es el derecho de veto de los redactores sobre el nombramiento del director: en Le Monde mandan los periodistas. Otra: este sigue siendo un diario de tarde en papel que llega a los kioscos a las 13.00 horas. Una rara avis. Y esto tampoco va a cambiar. Palabra de Fenoglio.

PREGUNTA. Si miramos una portada de Le Monde en 1944, cuando se fundó, y la comparamos con las de ahora, algo llama la atención: ha cambiado poquísimo en lo que respecta al diseño. Pero, ¿y el resto? ¿Qué queda hoy de Le Monde de hace 80 años?

RESPUESTA. Lo que queda, en el fondo, es lo mismo que explica que el diseño sea tan parecido: el deseo, cada día, de crear una jerarquía entre los hechos. Es el deseo, siempre, de jerarquizar la actualidad cada 24 horas, de modo que nuestros lectores sepan lo que es importante. Este es el servicio que les debemos. Lo mismo sucede en nuestra portada de la web y en la aplicación: no es un río, con la última noticia arriba, sino que es fiel a algo que se parece a la portada del papel, muy jerarquizada, con los títulos situados en función de su importancia respecto a los otros. Es el gran espectáculo diario de la actualidad, con sus relieves, sus valles, sus cumbres. El trabajo de un diario es permitir al lector distinguir las cosas importantes. En la palabra distinción está ver lo que es importante y también una manera de diferenciarse de otros diarios que, en mi opinión, yerran al destacar en exceso cosas que parasitan la actualidad e incluso que perturban el juicio. Por ejemplo, sabemos que hoy se hace uso de los sucesos que busca asustar a la gente e instalarlo en un ambiente de angustia e inquietud permanentes que me parece profundamente malsano.

P. La distinción, la jerarquización, es pues, un hilo conductor entre 1944 y 2024. ¿Y la visión del mundo?

R. Sí. Está en nuestro nombre y es nuestra identidad. Es evidente que dentro de la jerarquización se encuentra la convicción de que lo que ocurre en el extranjero es tanto o más importante que lo que ocurre en nuestra casa. Somos sensibles, claro, a lo que sucede en el interior del país, pero pensamos que hay que informar a los lectores sobre lo que ocurre en la totalidad del planeta. Siempre ha sido un rasgo distintivo de Le Monde. Hoy no se puede ser un honnête homme [literalmente, un hombre honesto, o un hombre de bien] si se desconoce lo que ocurre más allá de las fronteras, y no solo las noticias internacionales, sino las noticias como el cambio climático. Desde nuestra creación hemos prestado una atención particular a fenómenos que van más allá de nuestras vidas cotidianas, nuestro ambiente más inmediato, las fronteras de nuestro país.

P. ¿Podría definir este concepto de honnête homme, tan francés, que acaba de utilizar?

R. Es una palabra que aparece en el momento de la filosofía de la Ilustración. Se refiere a alguien que cotidianamente intenta acceder al conocimiento, hoy diríamos a todas las fuentes de información, para poder tener su libre arbitrio. Es alguien que busca estar bien informado, bien formado para tomar decisiones que vayan en el sentido del interés general, ligando el conocimiento individual con una concepción del mundo orientada hacia el progreso, el bien general, el bien común. Y para ello el conocimiento, la información, son absolutamente importantes.

P. Se definía siempre a Le Monde como un “diario de referencia”. ¿Sigue siendo así?

R. El problema es que durante tiempo se nos atribuyó una imagen un poco arrogante. Yo prefiero, en vez decir que somos una referencia, decir que somos un punto para orientarse. Estamos en un paisaje con mucha niebla y viento, nebuloso, y son necesarios los puntos de orientación. Lo he visto durante el periodo de las legislativas. Había lectores que nos decían: “Es importante saber lo que tienen ustedes que decirnos sobre la actualidad y lo que ustedes pensaban sobre ello”. Los editoriales son también puntos de orientación. Le Monde, en esta actualidad trágica, dramática, terrible, inquietante, describe esto, y piensa esto.

P. En este paisaje tan polarizado, ¿es difícil seguir siendo un punto de orientación sin caer en uno de los lados?

R. Históricamente, siempre nos ha ocurrido, porque cada uno intenta atraernos hacia su campo, y la mejor técnica consiste en decir: “Ah, ustedes están en el campo de los otros, vuelvan hacia el nuestro’” Se nos critica porque la gente querría que estuviésemos en su campo, pero este no es nuestro trabajo. Nuestro trabajo es intentar ser un punto de orientación. No es intentar tener una posición equilibrada, porque hay temas en los que claramente ponemos palabras a lo que sucede. Ahora, claramente, hacía falta poder decir, y lo hemos mantenido, y hemos tenido razón en hacerlo, que el Reagrupamiento Nacional era un partido de extrema derecha. Muchos investigadores, periodistas, intelectuales, dijeron: “Oh, no, es otra cosa”. La realidad es que no, en esta campaña se vio que era eso. Así que hay que mantenerse firmes con las palabras y los conceptos, y no dejarse encerrar en un falso equilibrio que diría: “Ah, hay que ser equidistantes respecto a lo que se llama la extrema izquierda ―y respecto a esto, por otra parte, habría mucho que decir― y lo que llamamos la extrema derecha”. Esta especie de equivalencia entre los extremos... El trabajo no es situarse en el equilibrio, sino describir las cosas con precisión. Y en Francia y en la mayoría de países europeos, actualmente, existe un solo riesgo político mayor que es la extrema derecha. Y no hay que hacer creer que hay riesgos políticos equivalentes del otro lado. No es exacto. No nos mantenemos firmes sobre estos hechos y conceptos por el placer de mantenernos firmes, sino porque establecemos los hechos, trabajamos, investigamos, y ahí donde jugamos el papel de punto de orientación e, inevitablemente, se nos critica. Se nos critica eternamente desde la extrema derecha. Actualmente hay una especie de fanatización del paisaje político que hace que incluso personas de centro...

P. Se critica a Le Monde por haberse vuelto demasiado de izquierdas, cuando, se dice, había ocupado una posición más central.

R. La gente de izquierdas cree que somos demasiado de centro, la gente de centro que somos demasiado de izquierdas, los de extrema derecha que somos demasiado críticos con ellos... Todos nos critican, no es nuevo, significa que hacemos bien nuestro trabajo. Lo que me inquieta es que la virulencia de las críticas ha aumentado, sobre todo las del centro. Las críticas de la extrema derecha las conozco de siempre. Las de la extrema izquierda, la verdadera, la izquierda revolucionaria, las conocemos también. Somos de centroizquierda, nunca nos hemos movido de aquí. Somos progresistas, internacionalistas y somos favorables a la construcción europea. Estamos a favor de la solidaridad entre las generaciones, y entre los países. Y pensamos que es a gran escala que se pueden resolver los grandes problemas que se plantean. Esto nos sitúa en el centroizquierda, que siempre ha sido nuestra etiqueta. La novedad es que hoy, incluso desde el centro, hay gente que nos dice: “Estáis demasiado a la izquierda”. Caricaturizan nuestras posiciones, todo lo que hacemos, porque en el centro ―bueno, Macron está mucho más a la derecha que el centro― se ha desarrollado en todo caso entre gente que piensa estar en el centro una especie de intolerancia hacia todo lo que no son ellos, una especie de fanatismo. Así que tenemos en Francia un debate polarizado no solo por la izquierda y la extrema derecha, sino también por el centro.

P. Le Monde es un diario muy marcado por su primer director, Hubert Beuve-Méry. ¿Alguna vez piensa “qué haría Beuve-Méry en tal o cual situación?”.

R. Bueno, aquí no practicamos el culto a la personalidad.

P. Pero fue una personalidad importante para Le Monde, ¿no?

R. Lo que quiero decir es que Le Monde es Hubert Beuve-Méry pero también una historia colectiva en torno a él. No se trata tanto de decir “qué haría, qué pensaría Hubert Beuve-Méry”. Nos transmitió ―y este su acervo y el de los padres fundadores― la preocupación total por la independencia. Dicho esto, pienso con frecuencia en el coraje de los antiguos, evidentemente Beuve-Méry el primero, en periodos en los que estuvieron extremadamente expuestos. Pienso a menudo en el periodo de la guerra de Argelia, en la que hubo mucha violencia. Personas de la alta jerarquía de Le Monde fueron el blanco de pequeños atentados con bomba. Había un coraje físico y por eso me digo que nosotros, la nueva generación, debemos estar a la altura. Sobre las decisiones que tomamos, no tengo ninguna duda de que estamos siguiendo los pasos de Beuve-Méry y los demás. Cuando actualmente los centristas, el clan Macron, dicen: “Le Monde ya no es lo que era, debería apoyar más al presidente de la República, ser más legitimista, más gubernamental, Le Monde no era así antes...”. Se equivocan de lleno. Demuestran no conocer Le Monde. Nunca fue gubernamental, excepto un año, y fue un error enorme, cuando Mitterrand llegó al poder [en 1981]. Fue verdaderamente un error. Nunca hay que ser gubernamental: es una regla.

P. ¿Nunca hay que ser gubernamental? ¿Aunque se esté de acuerdo con lo que hace el Gobierno?

R. No. Un periódico está hecho para mantener una distancia crítica respecto al poder, aunque la política vaya más o menos en el sentido que se desea. Se puede decir: “Esta política va en el buen sentido” —cosa que, por cierto, no ha ocurrido desde hace un tiempo―, pero manteniéndonos muy apartados del poder, de los ministros, de los lugares del poder. No es nuestro papel decir: “Oh, qué discurso formidable”. Ni tampoco tener todas las informaciones que llegan directamente del poder, ni vivir en la proximidad de la gente del poder. Eso, sobre todo, no. Y esta es la herencia de Beuve-Méry.

P. Beuve-Méry habló solo un par de veces con el general De Gaulle durante su mandato de director de Le Monde y de De Gaulle como presidente. Usted, ¿tiene contacto con Emmanuel Macron?

R. Ninguno.

P. ¿Es una decisión consciente no tenerlo?

R. Él nos facilita la tarea, porque, como no le somos favorables, nos castiga al no establecer contacto. Lo cual me va muy bien: va en el sentido de lo que yo deseo. No haré creer que soy yo el que rechaza las invitaciones. No las recibimos y me va muy bien.

P. ¿El director de un periódico debe hablar con el presidente de la República o con los políticos?

R. No es obligatorio, en absoluto. Tampoco está prohibido hablar con los políticos. Hay que hablar con el conjunto de la sociedad, y los políticos son una parte de la sociedad. Hay que hablar con representantes de la sociedad civil, hay que hablar con patrones. Las empresas dan una visibilidad a largo plazo e internacional que me interesa. Aunque no esté de acuerdo con ellos en muchos puntos, me interesa el punto de vista de algunos grandes patrones franceses sobre el mundo que nos rodea, con frecuencia me interesa más que el punto de vista de políticos. Desde que Macron es presidente he ido una vez al Elíseo, por una cena de Estado con el presidente chino, y era una buena iniciativa, para mostrar al presidente chino que los diarios independientes cuentan. Simbólicamente era importante estar. Pero nunca he tenido un encuentro cara a cara. No lo rechazo, que conste, pero me parece muy bien así, y sano, y no creo que sea el papel de los directores de periódico pasar su vida en el Elíseo.

P. Usted no es un director presente en las teles ni en la radio. A veces firma artículos, aunque muy pocos. Y, sin embargo, en el último mes y pico, ha tomado cuatro veces la pluma para firmar sendos editoriales. ¿Por qué era importante hacerlo?

R. En Le Monde hay tradiciones. Y una gradación: los editoriales no van firmados, son una emanación de la colectividad, salvo cuando la hora es grave, y entonces el director es el único que puede firmar el editorial. Pero el director encarna la expresión colectiva de Le Monde, es un editorial de Le Monde firmado por su director, lo que permite solemnizar el momento cuando pasan acontecimientos mayores. Es verdad que la época ha sido tan fértil en giros importantes que he firmado cuatro. Primero, me pareció importante antes de las elecciones europeas decir que había un riesgo y uno solo que era la extrema derecha. Me parecía importante volver a nombrar la cosas, porque veía que se operaba una normalización de la extrema derecha sobre todo en Francia, y veía el peligro por doquier, también en Estados Unidos. Después de las europeas, ocurrió lo que ocurrió, y después de la disolución de la Asamblea me pronuncié. Y después, antes de cada vuelta de las elecciones en Francia, era bastante lógico recordar ―es nuestro papel― cuál es el peligro principal: la extrema derecha. Y sobre todo no había que dejarse llevar por la ilusión de que el Reagrupamiento Nacional era otra cosa que esto.

P. ¿Cómo se preparaba Le Monde para una victoria del RN y a su llegada al Gobierno, que durante la campaña llegó a parecer una posibilidad verosímil?

R. No se trataba de una fatalidad. El RN es la extrema derecha. Si contamos, si volvemos a describir —y creo que lo hemos conseguido en estos últimos tiempos— por qué es de extrema derecha a través de la personalidad de los candidatos, a través de un programa que está hecho de disimulos (y se ha visto cada vez más cómo el rechazo del extranjero, la estigmatización de los inmigrantes son dimensiones esenciales), de repente los electores que puedan sentir la tentación reflexionan. No hay que decirse, y desgraciadamente es un defecto que se ha visto en los últimos dos años, que finalmente Marine Le Pen será presidenta, porque es así y porque tiene soluciones que gustan a la gente. Nunca hay que resignarse a esto. Claro que hay que prepararse en el caso de que ocurra, pero antes hay que reunir las condiciones para mostrar que no es seguro, que se puede evitar esto porque este partido es profundamente peligroso. No es solo que se puede evitar, sino que hay que evitarlo, porque sería algo profundamente peligroso para la República francesa tal como es, para el lugar de Francia en el mundo, etcétera.

P. El papel de un diario que quiere ser, si no el diario de referencia, sí un punto de orientación, ¿es evitar algo o describir la realidad para que los ciudadanos decidan?

R. Esto es lo que hacemos.

P. Habla de “evitar”.

R. No damos órdenes.

P. Pero dice que había que evitar...

R. Pensamos que había que evitarlo y, por tanto, había que describir las razones que hacen que pensemos que hay que evitar esto. Y hay múltiples maneras de mostrarlo, de hacer periodismo. Investigamos sobre los candidatos, investigamos sobre el programa, explicamos lo que sucede en el extranjero respecto a esto, volvemos a la Historia. Hay múltiples maneras de describir la realidad. El papel del periodismo es iluminar la realidad, no quedarse en los efectos de lenguaje, en los discursos, en los efectos de imagen. Respecto al Reagrupamiento Nacional hay un efecto de imagen en los últimos años que decía: “Jordan Bardella [delfín de Marine Le Pen], es simpático... Marine Le Pen ya había banalizado las cosas, y ahora él va algo más lejos”. Pues no, la naturaleza de lo que propone el Reagrupamiento Nacional no ha cambiado. Se trata de describir esto. No es un apriorismo. Los hechos demuestran que esto sigue siendo... esto.

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