La aventura gallega de ‘Glen’, el águila pescadora galesa que migra hacia Ghana
Un programa científico siguen el vuelo de un ave que ha recalado en la comunidad atlántica durante su viaje hacia África
Glen viaja desde Escocia vía Galicia para huir de los crudos vientos atlánticos, mientras migra hacia Ghana. Este águila pescadora ha recalado en A Coruña, revolotea por la costa norte y se refugia en Cariño, Ortigueira, o en San Andrés de Teixido, donde abunda el alimento y el refugio, tras haber sido dada por muerta, pues sus movimientos son observados minuto a minuto. Un grupo internacional de científicos analiza el desplazamiento de este ave mediante un GPS que rastrea el viaje de ...
Glen viaja desde Escocia vía Galicia para huir de los crudos vientos atlánticos, mientras migra hacia Ghana. Este águila pescadora ha recalado en A Coruña, revolotea por la costa norte y se refugia en Cariño, Ortigueira, o en San Andrés de Teixido, donde abunda el alimento y el refugio, tras haber sido dada por muerta, pues sus movimientos son observados minuto a minuto. Un grupo internacional de científicos analiza el desplazamiento de este ave mediante un GPS que rastrea el viaje de más de 7.000 kilómetros hacia climas más cálidos para el invierno. Así se llevan disgustos como perder la señal de Glen antes de descubrir que hizo un receso en buques pesqueros para descansar antes de aterrizar en Galicia y coger fuerzas antes de proseguir su periplo.
Muchos gallegos no saben que lo que sobrevuela sobre sus cabezas ha quitado el sueño a un elenco de especialistas. La ornitóloga Sacha Dench, que lidera al equipo de expertos que acompaña a Glen y que conforman la asociación Conservación sin fronteras, resopla aliviada al relatar las aventuras del aguilucho, que ha nacido este año y emprende por primera vez el larguísimo viaje hacia el sur. La especialista explica que esta especie quedó prácticamente extinguida en el Reino Unido hasta que los vientos y los cambios de rutinas devolvieron a estas águilas a esas latitudes desde los países escandinavos.
El problema: el instinto. “Estas aves están acostumbradas a volar desde Suecia y zonas cercanas, así que al salir desde Escocia tienden a ir hacia el oeste, donde se encuentran con vientos muy fuertes que hacen peligrar el viaje, que dura semanas”, explica en inglés Dench desde España, pues la comitiva acompaña en coche el recorrido de su objeto de estudio. Este cambio de ruta provoca malas noticias como las de Kirk, otro águila monitorizado que, pese a intentar llegar a África, perdió el rumbo y recaló en la República de Irlanda, al noroeste, antes de caer en batalla. Tweed tuvo más suerte: sus líneas de posicionamiento GPS muestran vaivenes océano adentro antes de retornar hacia la costa de Portugal, buen destino gastronómico para recuperar fuelle antes de dirigirse hacia los cielos africanos.
Glen también aparece en el capítulo de los bendecidos. Las ocho personas que estudian su vuelo sonrieron cuando, tras perderlo de vista dos días, volvió a aparecer en los radares, pero algo raro pasaba. El ave subía y bajaba en líneas rectas, una rutina extraña en ella, hasta que concluyeron que habría parado en algún barco para reposar. Las investigaciones de rutas navales revelaron que se posó en dos pesqueros griegos antes de volver a tierras gallegas. Por allí se mueve estos días, constatan gracias a un sistema colocado en una especie de mochilita pegada al lomo del animal y con una miniplaca solar para que se autoabastezca y mande la información por satélite. En Galicia han descubierto que por mucho que lleguen rachas de viento, menores que las de 90 kilómetros por hora que pueden soplar en la ruta atlántica, es raro que haya percances antes de partir hacia climas cálidos.
La científica, conocida como “El cisne humano” por sus prolijos trabajos sobre aves, detalla que apenas el 30% de los ejemplares supera la primera migración, antes de detectar las claves para hacerla con seguridad y, año a año, repetirla con éxito. “Un ejemplar adulto de cuatro años al que llevamos tiempo siguiendo se para siempre en una rama concreta de un árbol de Ghana”, ilustra Dench sobre la enorme capacidad de esta especie para desplazarse con un destino concreto. Para ello se alimentan de pescado de agua dulce o salada, sin distinción, con lo cual choca con una de las líneas de análisis de estos conservacionistas: el cambio climático.
“La sequía hace que tengan muchas dificultades para pescar en humedales sin apenas agua, muy afectados por los pesticidas, por la alta concentración de toxinas o bacterias que envenenan a sus presas”, lamenta la especialista, que avisa de que las águilas pescadoras o cualquiera de sus congéneres que migren hacia el sur pueden morir “exhaustas” por no lograr sustento para seguir volando. El éxito también depende de las corrientes de viento, pues si logran entrar en una de ellas ahorran energía porque se dedican a planear, pero pueden toparse con otro enemigo: los incendios. “El fuego genera humo por el que pasan las aves pensando que son nubes, a las que están acostumbradas”, añade Dench, que aspira a dirigirse pronto a Marruecos, donde aguarda otro ornitólogo, antes de encaminarse al centro de África, donde Glen y compañía vivirán hasta marzo, cuando emprenderán el viaje de vuelta si todo va bien. Hasta entonces, seguirán vigilando los vuelos de Glen, que ha repostado en el lago de As Pontes (Coruña), como un turista más que quiere pescado y tranquilidad antes de levantar el vuelo.
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