Opinión

El agua, ¿bien común o negocio?

El relator especial de la ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento lanza un mensaje de alerta ante la cotización de este recurso esencial en los mercados de futuros de Wall Street

Una balsa de agua en una finca agrícola en Central Valley, California (EE UU).LUCY NICHOLSON (REUTERS)

El agua ha entrado a cotizar en los mercados de futuros de Wall Street, como una mercancía más. El agua es como el petróleo, como el oro o como cualquier otra mercancía y por tanto debe ser gestionada bajo la ley y la lógica del mercado. Solo así, a través de la libre competencia, se incentivará la eficiencia en el uso de un bien económico que es y será cada vez más escaso. Así se argumenta el acontecimiento desde los medios f...

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El agua ha entrado a cotizar en los mercados de futuros de Wall Street, como una mercancía más. El agua es como el petróleo, como el oro o como cualquier otra mercancía y por tanto debe ser gestionada bajo la ley y la lógica del mercado. Solo así, a través de la libre competencia, se incentivará la eficiencia en el uso de un bien económico que es y será cada vez más escaso. Así se argumenta el acontecimiento desde los medios financieros que venían pujando desde hace tiempo por abrir este nuevo espacio de negocio.

Los Mercados de Futuro son mercados que juegan con las expectativas que tiene un determinado bien en determinados plazos de tiempo. Se crearon en principio como una forma de acotar y amortiguar las fluctuaciones en el precio de determinados bienes, fundamentalmente materias primas. En esos mercados se supone que los grandes compradores negocian con los posibles vendedores compromisos de compra-venta, generalmente de grandes cantidades que se comprometen a un precio pensando en el futuro. La ventaja para el comprador está en conseguir la garantía de un precio más favorable y estable, mientras que el vendedor garantiza esa venta de cara al futuro, eludiendo las incertidumbres del porvenir. A partir de ahí, esos derechos de futuro entran en el juego del mercado, como si de acciones se tratara, jugando con expectativas que de hecho se han demostrado sumamente manipulables por los grandes jugadores.

En la primera década del presente siglo, estos espacios de mercado se abrieron a las corporaciones financieras, como los grandes bancos. Actores que nada tienen que ver ni con la producción ni con la mercantilización de los bienes en cuestión, pero para los que se abría, eso sí, en enorme espacio de negocio especulativo.

Sería bueno que todo el mundo conociera o recordara lo que pasó en 2008 en los mercados de futuros de productos alimentarios. Había reventado la burbuja inmobiliaria, las grandes corporaciones bancarias entraban en crisis y, en nombre de un controvertido interés general, se transfirieron ingentes fondos públicos para rescatar a la banca. Pues bien, en ese mismo tiempo, esa misma banca identificó como espacio prioritario de inversión y de negocio los mercados de futuros de productos alimentarios. En apenas un año se estima que invirtieron del orden de 320.000 millones de dólares sin tener, por supuesto, la menor intención de gestionar propiamente la comercialización de los alimentos. Simplemente se trataba de generar un ingente negocio especulativo en tiempo récord, inflando una nueva burbuja, esta vez en la alimentación.

En apenas unos meses la manipulación especulativa de estos mercados provocó, por ejemplo, que el precio del trigo, del que depende la alimentación básica de miles de millones de personas, se multiplicara por cinco. En apenas tres años, el precio medio de la alimentación en el mundo creció un 80% y se estima unos 250 millones de personas engrosaron las filas del hambre, tal y como denunció en 2008 el Relator Especial para el derecho humano a la alimentación.

Hoy, en mi calidad de relator especial de la ONU para los derechos humanos al agua y al saneamiento me veo en la obligación de lanzar un mensaje de alerta a nivel mundial, en la medida en que este hecho supone acelerar y profundizar riesgos inaceptables para estos derechos humanos.

El agua es el alma azul de la vida, y en particular es esencial para garantizar una vida digna a personas y comunidades, lo que llevó a la ONU a declarar los derechos humanos al agua potable y al saneamiento. El agua es pieza básica de la salud pública y del bienestar social que nos brindan los servicios domiciliarios de agua y saneamiento. Es vital para sectores económicos vulnerables que son de interés general, particularmente en la agricultura. Pero, además, la sostenibilidad de ríos, humedales, lagos y acuíferos es más necesaria que nunca para vertebrar territorios y garantizar estrategias de adaptación al cambio climático en curso. Valores todos ellos, entre otros, que la lógica de mercado no reconoce, razón por la cual el mercado no es la herramienta adecuada para gestionarlos, y menos desde espacios financieros tan propensos a estrategias especulativas.

Al iniciar mis clases, como profesor de análisis económico en la Universidad de Zaragoza, siempre intento incentivar el espíritu crítico de mis estudiantes recordándoles la frase de Antonio Machado : “Solo los necios confunden valor y precio”; al tiempo que les invito a reflexionar sobre los valores más importantes en nuestras vidas, para acabar concluyendo que la mayoría de ellos, como “el cariño verdadero” de la copla, “ni se compran ni se venden”; aunque, eso sí, deben gestionarse con suma responsabilidad y cuidado.

Espero que esta alarmante noticia nos anime a reflexionar sobre los valores en juego en torno al agua, siguiendo el llamamiento que lanza ONU Agua en este sentido para el próximo Día Mundial del Agua que se celebrará, como cada año, el 22 de marzo.

Pedro Arrojo Agudo es relator especial de la ONU para los derechos humanos al agua potable y al saneamiento


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