La mente poscovid
Las consecuencias psicológicas de la pandemia y el aislamiento merecen la atención de los políticos
Cuando alguien me pregunta estos días si estoy bien, tardo una fracción de segundo en responder que sí, que muy bien, y esa la misma actitud que he observado en los demás, con la posible excepción de los profesionales sanitarios y los familiares de las víctimas, que han pasado las del beri, como todos sabemos. Hecha esa salvedad, sin embargo, todos parecemos estar bien. Pero ¿lo estamos realmente? La experiencia nos dice que no, que algunas personas, no sabemos cuántas, sufrirán secuelas psicológicas con toda probabilidad. Pasó en el 11-S, pasó en el 11-M y pasará de nuevo ...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Cuando alguien me pregunta estos días si estoy bien, tardo una fracción de segundo en responder que sí, que muy bien, y esa la misma actitud que he observado en los demás, con la posible excepción de los profesionales sanitarios y los familiares de las víctimas, que han pasado las del beri, como todos sabemos. Hecha esa salvedad, sin embargo, todos parecemos estar bien. Pero ¿lo estamos realmente? La experiencia nos dice que no, que algunas personas, no sabemos cuántas, sufrirán secuelas psicológicas con toda probabilidad. Pasó en el 11-S, pasó en el 11-M y pasará de nuevo esta vez, por mucho que el origen no sea ahora la irracionalidad terrorista, sino la mismísima madre naturaleza. ¿Estás bien? Veamos.
“Es probable que la pandemia y sus fuentes de estrés asociadas tengan graves consecuencias en la salud mental”, dice Roxane Cohen Silver en un editorial de Science. Cohen Silver sabe muy bien de lo que habla. Psicóloga de la Universidad de California en Irvine y presidenta de la federación de ciencias del cerebro de Estados Unidos, fue de los primeros expertos en sentarse en la Casa Blanca unos días después del 11-S, y ha dedicado su vida profesional a investigar la resiliencia humana después de catástrofes como terremotos, huracanes, guerras y brotes de violencia.
Como parece lógico, ahora se ocupa de las secuelas de una pandemia que ha matado de momento a medio millón de personas en el mundo, y seguirá matando a más en los próximos meses, tal vez años. Sabe que ocurrirán duelos por los muertos que quedarán mal cicatrizados, a menudo sin siquiera un funeral, que los jóvenes se perderán de por vida sus ceremonias de graduación –créanme, yo he vivido alguna y se lo toman muy en serio— y que el confinamiento conducirá a abundantes depresiones y ocasionales suicidios. Con toda la mala prensa que tenga la psicología en ciertos barrios, son cuestiones que es urgente abordar. Quizá maten menos que el coronavirus, pero pueden amargar muchas más vidas si no se tratan.
Siempre hay una causa de la desgracia, pero no siempre es fácil identificarla, y los servicios de salud mental se van a tener que emplear a fondo en los próximos tiempos
La cuestión es complicada, porque no hay un manual que sirva para todo el mundo. Hay muchas personas que ya estaban bien fastidiadas antes de la pandemia por su pobreza y su insuficiente atención médica y psiquiátrica, otras que han perdido a un familiar o un amigo cercano y muchas, muchas más que han perdido su empleo y su modo de vida, los puntos de encuentro de su barrio, como bares que nunca reabrirán, muchos que han sido manipulados por sus líderes políticos y por la toxicidad de las redes sociales que son su única fuente de información, o desinformación. Siempre hay una causa de la desgracia, pero no siempre es fácil identificarla, y los servicios de salud mental se van a tener que emplear a fondo en los próximos tiempos. Los psicólogos tienen muchas pistas sobre cómo ayudar a la población en estos casos, basadas en la cornucopia de desgracias que han afectado al mundo en décadas recientes. Los políticos deben escucharles.