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Sin Boric no habría Kast

Boric contuvo la crisis; Kast capitaliza sus límites. Boric reconstruyó la gobernabilidad; Kast promete reforzarla con autoridad. Boric contuvo la inflación; Kast promete crecimiento

La victoria de José Antonio Kast no es un accidente histórico. Tampoco el reflejo de una reconfiguración duradera hacia la derecha. La explicación es más simple: es consecuencia directa del Gobierno de Gabriel Boric. Kast gobierna porque Boric estabilizó Chile después de un desborde institucional que pudo haber tenido consecuencias tan graves como las de 1973. Ocupará La Moneda en marzo próximo porque su antecesor reconstruyó las condiciones mínimas de gobernabilidad. Sin Boric y su Gobierno de emergencia, el actual Kast no habría sido viable.

Boric asumió un país al borde de una fractura, algo que pocos habían aquilatado en su verdadera magnitud. La revuelta de 2019 había pulverizado certezas, debilitado al Estado y desordenado la cultura política. La Convención Constitucional —concebida como remedio— terminó amplificando el caos: maximalismo retórico, identitarismo performático, desconexión con la mayoría social. El rechazo del texto en 2022 clausuró el sueño refundacional, pero no fijó una ruta clara de salida.

En ese vacío tuvo que gobernar Boric. Los gestos que dieron origen a la “boricmanía” perdieron sentido de inmediato. Debió renunciar a buena parte de su programa. Recondujo el proceso constitucional hasta desembocar en la legitimación práctica de la Constitución de 1980 reformada; normalizó la economía con pragmatismo, dejando atrás el deseo de enterrar el neoliberalismo; reforzó las fronteras, aceptando que un Estado que no las protege no es tal; actuó en la macrozona sur para contener a grupos armados que habían impuesto su propia ley. Dejó atrás la épica octubrista y asumió una agenda impuesta por las circunstancias: seguridad, control de fronteras, disciplina fiscal, restablecimiento del orden institucional.

Ese giro lo alejó de corrientes de su propio sector y tampoco le ganó la benevolencia de la oposición, que lo atacó sin tregua por “travestismo” y por no resolver problemas de fondo —como si eso alguna vez fuera posible desde un solo Gobierno—. Con todo, logró reformas socialdemócratas relevantes: pensiones, 40 horas, sueldo mínimo y la alianza Codelco–SQM para el litio en el Salar de Atacama.

La estabilización institucional y la descompresión social produjeron un efecto político inmediato: redujeron el costo de votar por Kast. En un país en llamas, Kast habría sido confinado al nicho de Kaiser. En un país fatigado pero nuevamente operativo, pudo distanciarse de la ultraderecha y ensayar un mensaje más pragmático, centrado en la autoridad, la disciplina, las certezas y el crecimiento. No tan distinto al de Boric, pero con más credenciales para hablar de orden y sin el desgaste que implica sacar a un país de la emergencia.

Kast no es simplemente un adversario de Boric: es beneficiario de su tránsito forzado al realismo. Se alimenta del desencanto con las ilusiones transformadoras que el Gobierno no pudo cumplir, pero también de la estabilidad que éste restauró. Kast crece donde Boric retrocedió y gracias a lo que Boric logró contener.

Además, Kast expresa un recambio profundo dentro de la derecha. Marca el fin del ciclo tecnocrático que dominó ese sector desde mediados de la dictadura. No se guía por fórmulas ni ecuaciones ni equilibrios automáticos, sino por principios morales absolutos. En este sentido, no es tan distinto de Boric: ambos están más cerca de la ética que de la tecnocracia; solo que uno se formó en Pío Nono y el otro en Derecho de la UC.

La alternancia entre Boric y Kast responde, así, a una secuencia lógica. Boric contuvo la crisis; Kast capitaliza sus límites. Boric reconstruyó la gobernabilidad; Kast promete reforzarla con autoridad. Boric contuvo la inflación; Kast promete crecimiento. Boric desactivó la épica de 2019; Kast ofrece su reverso: la restitución del orden.

Pero hay algo más: Boric y Kast, desde veredas opuestas, comparten una misma visión de la política, basada en la voluntad y las normas, no en los automatismos del mercado ni en el autoritarismo antidemocrático. Uno superó a la tecnocracia concertacionista; el otro, a la tecnocracia piñerista. Con Boric y Kast el péndulo oscila, pero sobre el mismo eje, y en esa estabilidad del eje radica tanto la alternancia como su continuidad profunda.

La pregunta ahora es si Kast abrirá un nuevo ciclo político o si su Gobierno será un paréntesis sostenido por condiciones heredadas. No debe olvidarse: Kast gobierna sobre la normalidad que produjo su adversario. Y esa normalidad sigue siendo frágil. Si decide actuar como cruzado moral en vez de administrador responsable, puede reactivar la polarización que su propio ascenso buscaba clausurar. Kast debe aprender de Boric.

El punto esencial permanece: la llegada de Kast no es el fracaso de Boric; es su consecuencia. Boric estabilizó un país que pudo haberse ido al abismo. Kast explota la fatiga de ese mismo país, ya de vuelta del borde del precipicio. El primero reconstruyó el tablero; el segundo juega sobre él.

Sin Boric no habría Kast. Porque para que un país elija orden, primero necesita haber evitado el colapso. Y eso, con todos sus errores y contradicciones, lo hizo Boric.

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